El sainete político de este verano es el desfile de currículums falsos que aparecen en el PP, Vox y el PSOE, y que de momento ha comportado la dimisión de tres cargos públicos: Noelia Núñez, que era diputada por el PP en el Congreso y que se había inventado hasta cuatro licenciaturas (le espera un futuro bien pagado en televisión basura), el consejero de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura, Ignacio Higuero (de Vox, una licenciatura inventada) y el muy veterano dirigente de los socialistas José María Ángel Batalla, que había sido alcalde, senador y secretario autonómico, y que hace poco había sido nombrado comisionado del gobierno para la reconstrucción después de la DANA (currículum bajo investigación de la Fiscalía Anticorrupción). Son las únicas dimisiones pero no los únicos casos. En particular el PP, fiel a la mala puntería con la que conduce su campaña contra la corrupción y las triquiñuelas en la vida pública, es como siempre el partido que acumula, con diferencia, más casos de dirigentes que han querido falsificar su expediente académico (es digna de memoria la fulgurante trayectoria universitaria de Pablo Casado).
¿Qué hace que tanta gente en la vida política española quiera hacer ver que posee una titulación que en realidad no tiene? Evidentemente, la impostura responde a la pretensión de estas personas de hacerse pasar por quienes no son, y, por lotanto, de engañar a la ciudadanía, los votantes, los contribuyentes. Podemos interpretar que existe la intención de presentar unas credenciales que les permitan trepar más arriba y más rápido en los escalafones del poder. Y al fin y al cabo seguro que encontraremos, a la fuerza, la vanidad, las ganas de adornarse, de comparecer en público de la manera en que estas personas se sueñan a sí mismas.
Probablemente haya bastante de todo ello. Pero, además, en el trasfondo están los elementos consuetudinarios. Por un lado, lo que en la tradición española se llama picaresca, y que no es más que el sentimiento de quien se cree más listo que los demás a pesar de no pasar de ser un auténtico zoquete. Por otra parte (seguramente relacionada con la anterior, pero más perversa) existe una cierta tradición de relaciones conflictivas con el mundo del conocimiento, la cultura, las artes y las ciencias. Por un lado está el anhelo de los estudios como elemento de validación o como instrumento de ascenso social, pero por otro está el recelo contra el conocimiento y la cultura, un odio potente que suele verse frenado por el hecho de que exhibirlo da más bien vergüenza, pero que ahora también es reivindicado sin complejos por el trumpismo americano y todas sus réplicas europeas. Por un lado, caña a los universitarios y a la gente de la cultura; por el otro, yo también soy tan universitario y sé tanto como el que más. El resultado, grotesco para no variar, es visible en episodios como este de los currículums falsos. También en ciertos medios que quieren hacer ver que poseen claves de la actualidad que nadie más tiene, y en la inmensa cantidad de fantasmas que pululan por los submundos de las redes sociales.