El señor escéptico contempla las imágenes del Primavera Sound con el escepticismo que es inherente a su condición de señor escéptico. Los amigos que asistieron al festival llevan toda la semana comentándole unas impresiones nada escépticas, como si se emperraran a enfatizar el contraste de talantes que, milagrosamente, no ha frenado una relación surgida hace más de treinta años, cuando el escepticismo del señor escéptico todavía se consideraba prematuro. La vida del señor escéptico, de hecho, podría muy bien reconocerse como un ejercicio impecable de profecía autocompleta; la crónica de un escepticismo anunciado que, con una pequeña dosis de decepción añadida, bien pronto se convertiría en cinismo, el alter ego amargo y desencantado del escepticismo.
El señor escéptico escucha el relato festivalero de sus amistades con ademán escéptico, como corresponde a toda naturaleza genuinamente escéptica, y se recrea en la satisfacción que le produce el hecho de saberse al margen de tal manifestación de gregarismo. El amigo gregario número uno menciona a Antònia Font y mira a la amiga gregaria número dos en busca de una confirmación de emotividad. Wa Yeah!, exclama la segunda, y el señor escéptico la mira como quien se pregunta cuántos códigos ridículamente gregarios debe de ahorrarse gracias a su dichoso escepticismo. Wa Yeah!, repite silenciosamente, sarcásticamente, escépticamente, el señor escéptico, y se burla de estas complicidades colectivas que vertebran un mundo gregario del cual él, por convicción y naturalmente por escepticismo, no querría ser parte de ninguna manera.
El señor escéptico observa las fotografías que ahora le muestran el amigo gregario número tres y su pareja inevitablemente gregaria. Se los ve en el Primavera Sound bailando y sonriendo, eufóricos, con las lucecitas y la gente de fondo. Wa Yeah!, parece que griten. Entonces el señor escéptico nota una chispa de melancolía que le llega de la latitud sur del corazón, aquella área habitualmente bloqueada por un escepticismo que tiende a sentirse más cómodo en las regiones emocionales nórdicas. Al preguntarse qué le debe de pasar, el señor escéptico se responde que hace más de dos años que la pandemia le arrebató todas las manifestaciones de gregarismo, el contexto necesario para el lucimiento del propio escepticismo militante. Dos años de parálisis colectiva que habían condenado el escepticismo del señor escéptico a un tipo de emotividad normativa, a una estandarización no querida, a unas actitudes combativas que eran menos carismáticas si no había nada a combatir o si todo el mundo combatía lo mismo. Bastante agradecido al Primavera Sound por devolverle la personalidad, aquel día el señor escéptico se va a la cama temprano y, justo antes de dormir, con un escepticismo sorprendentemente tenue, cuchichea: Wa Yeah!
Laura Gost es escritora. Es autora de ''La cosina gran' (Lleonard Muntaner) y 'El món es torna senzill' (Empúries).