Cuanto más altas son las expectativas, más aumenta la posibilidad de una decepción. Y la expectativa de escuchar el musical de Leonard Bernstein West Side Story en el Liceu, en un concierto dirigido por Gustavo Dudamel (que ya se había encargado de conducir la banda sonora de la película de Spielberg en el 2021), estaba en lo más alto. Por eso entramos ilusionados y salimos emocionados, porque creo que ninguno de los espectadores que estábamos en el Liceu el martes por la noche olvidaremos nunca este West Side Story.
Todo fue espectacular: la conducción de memoria de Dudamel de una partitura exuberante, donde no paran de entrar y salir ritmos de jazz, de mambo, de música sinfónica y latina, las más diversas percusiones, guitarras españolas y eléctricas, más, claro, las voces de los solistas. Bernstein compuso un decorado sonoro canónico de la Nueva York de mediados del siglo XX, y Dudamel y la Orquesta y el Cor del Liceu lo desplegaron en el escenario de la Rambla, como si estuviéramos en la banda de poniente de Manhattan setenta años atrás.
La alegría era visible en las caras de la orquesta cuando interpretaban las tonadas de un musical que todos podríamos tararear. Y un punto de triste ironía se apoderaba de la platea cuando los personajes puertorriqueños cantaban lo de "I like to be in America", ese agradecimiento confiado y orgulloso del inmigrante que ha dejado las estrecheces del Caribe para vivir entre rascacielos, Cadillacs, neveras y televisores.
Al final de la velada, acompañados por unos eufóricos Salvador Alemany y Víctor García de Gomar, los artistas iban recibiendo felicitaciones. Dudamel se abrazó con Albert Costa, con quien había visitado días atrás la bodega Vall Llach en Porrera, en el Priorat, mientras le decía: "El jueves lo volveremos a gozar".
