La alianza Sánchez-Puigdemont le da la vuelta al tablero político
Los socialistas blindan la legislatura y llevan Junts a la via pragmática
BarcelonaLos socialistas siempre tuvieron muy claro que no habría verdadera normalización política en Catalunya sin resolver el asunto Puigdemont, ya que la pieza de Junts era la que bailaba en el tablero político catalán y español. La que no acababa de encajar y era un elemento de distorsión y imprevisibilidad. Por eso la aritmética electoral del 23-J también fue vista como una oportunidad en la Moncloa para resolver de una manchada todo lo necesario para afianzar el bloque histórico que en España han conformado desde principios del siglo XX las izquierdas y los nacionalismos en contra de la reacción, se diga Primo de Rivera, Franco o José María Aznar.
El acuerdo, pues, más allá de la letra pequeña y las valoraciones que haga cada uno, dibuja un nuevo panorama político, le tablero y abre el juego de las posibles alianzas también en Cataluña (atención en Barcelona). Con el acuerdo, se entierra por completo la llufa del 155 que los socialistas llevaron colgada durante muchos años y se vuelve un poco al eje catalanismo/no catalanismo, es decir, al gran consenso que marcó la política catalana desde la restauración democrática y que sólo dejaba fuera a la derecha españolista (y no siempre).
El plan de Salvador Illa
Cierto es que ERC ya abrió camino hace cuatro años con un giro que, comparado con el de Puigdemont, ahora parece menos brusco. Y se confirma que no existía alternativa real al diálogo y la negociación. El PSOE, por su parte, blinda la legislatura y, lo que es más importante, arrastra Junts al campo del pragmatismo. No es, como quieren vender algunos, una alianza forzada por las circunstancias y que será un infierno. El PSOE, y en concreto Salvador Illa, la tenían en mente desde hace mucho tiempo. Para ellos es una victoria completa.
Las incógnitas que se abren a partir de ahora son diversas y todas muy interesantes. ¿Cómo será, por ejemplo, la relación entre ERC y Junts ahora que ambos van en el mismo barco? ¿Recuperarán crédito los republicanos después de haber asumido en solitario durante cuatro años el coste de pactar con el PSOE? ¿Qué impacto tendrá la decisión de Puigdemont entre la parte de sus seguidores que aún esperaban que una victoria judicial en Europa fuera la antesala de la independencia? (Esta fue, precisamente, la crítica más profunda que hizo Clara Ponsatí el día en que se desmarcó públicamente del expresidente). ¿Qué escenografía tendrá, a su vez, el regreso de Puigdemont a Catalunya cuando habrá sido fruto de un pacto con el Estado y no una victoria épica en Bruselas? ¿Cómo se readaptarán a la nueva situación el sector torrista-borrasista de Junts? ¿Qué fuerza puede tener una eventual cuarta o quinta lista independentista (ANC, Ponsatí, Orriols...) en el Parlamento? ¿Volverá a haber mayoría independentista o muchos votos se perderán por el camino abriendo así las puertas de la Generalitat a Salvador Illa?
Antes del 1-O muchos comentaristas advertían del peligro de no repetir un octubre del 34, el pronunciamiento de Companys que terminó con el Gobierno encarcelado, la Generalitat intervenida y una amnistía aprobada por la izquierda dos años más tarde. Al final, el resultado fue casi una copia idéntica, salvando las distancias por la época. La fuerza de la historia y el principio de realidad siempre acaba imponiéndose. Como dice el dicho, rueda el mundo y vuelve al Born. Y en ese caso el Born son los acuerdos con la izquierda española. Aunque sean, como fue entonces y es en este caso, en defensa propia y cuando el peligro es bien real.