Protagonista colateral

Cristina Fallarás, la periodista del Me Too contra Errejón que fue desahuciada

Nacida en el seno de una familia católica y conservadora en Zaragoza, se marchó a los dieciocho años para estudiar periodismo en Barcelona

La periodista Cristina Fallarás sigue publicando testimonios de víctimas. CELIA ATSET
2 min

BarcelonaLa metáfora es arriesgada estos días, pero torrencial es el adjetivo que primero viene a la cabeza cuando uno piensa con la figura de Cristina Fallarás, la periodista que, con su perfil de Instagram en el que compartía anónimamente testigos de mujeres que habían sufrido abusos, ha estado en el epicentro de ese Me Too político que ha pasado por encima de Íñigo Errejón. Nacida en Zaragoza hace 56 años en el seno de una familia católica y conservadora, melena flamígera deshilada y verbo afilado, se marchó a Barcelona con dieciocho años para estudiar periodismo en la Universidad Autónoma. Y con un nuevo credo, el marxismo, que le parecía socialmente justo como las enseñanzas cristianas con las que había sido educada, pero sin la superstición.

Se foguea como periodista impulsante Ciudad Norte, un diario local de los barrios más dejados de la mano de Dios, o de la Administración, con voluntad de reivindicar la Barcelona obrera. Pasa por muchas redacciones y algunas de sus salidas son traumáticas, como cuando Planeta la echa del gratuito ADN estando embarazada de ocho meses. Pocos años después, con la crisis inmobiliaria, la desahucian a ella y sus dos hijos. Decide explicarlo en el libro En la puta calle porque Fallarás entiende más el oficio desde la vivencia que desde el exquisito análisis tumbado en el sofá. Esto explica también su estilo directo y arrollador en televisión: como buena hija (literal) del 68 sabe que vivimos en la sociedad del espectáculo y, por tanto, hay que crearse un personaje y exponerse públicamente, como cuando denuncia haber sufrido abusos sexuales de niña. Será asno de todos los golpes de la derecha por su feminismo en la ofensiva, con frecuentes campañas de insultos contra ella.

En los últimos años se traslada a Madrid, pero deja claro que lo hace porque quiere, no porque se sienta expulsada. Durante el Proceso, de hecho, había llegado a coquetear con el independentismo, pero con recelos, especialmente como antipujolista de pro. "Me interesa, pero no el de CIU", dice en una entrevista en el ARA del 2013. "No desde un punto de vista nacionalista, sino desde la parte más racional. Sin duda lo que llamamos España es un proyecto podrido, putrefacto, en descomposición". Irónicamente, será en decenas de tertulias de este sistema estantino que se convertirá en un personaje popular –justiciero para algunos, cascarrabias para el resto– del show celtibérico.

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