Si se hace caer a Sánchez, ¿volverá el Procés?

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El expresidente Carles Puigdemont, el 8 de agosto, interviniendo en el acto de recibimiento en el Arco de Triunfo de Barcelona.

BarcelonaHacer caer o no hacer caer a Pedro Sánchez. Este es el dilema hamletiano que afronta el independentismo, especialmente Junts, que es quien coquetea con la idea de volver a un escenario de confrontación total con el gobierno del Estado. Una parte muy considerable de la gente que se manifestará este miércoles ya no estuvo de acuerdo con la investidura de Sánchez y presionan a Carles Puigdemont para que baje el dedo a la manera de los emperadores romanos. Ahora bien, ¿volverá el Procés con el post-Sánchez? Si la amnistía finalmente se embarranca, ¿tendrá el mismo efecto que la sentencia del Estatut del 2010 y volverá a encender la mecha?

Si tenemos que hacer caso a Karl Marx, que escribió eso de que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa, habría que ir con mucho cuidado. La situación actual nada tiene que ver con el 2010, cuando se vislumbraba una crisis económica de dimensiones apocalípticas y a nadie podía pasarle por la cabeza que llegaría un día en que el nacionalismo-independentismo no sería mayoritario en el Parlament. La revuelta del Procés la protagonizaron los boomers que habían crecido y se habían socializado en el momento de máxima catalanidad ambiental desde la República, en los años 90, cuando todo el mundo, al margen de la lengua familiar, jugaba al Kame Kame. Sus hijos, muchos con edad de votar, han crecido ya en otro mundo.

Emergencia nacional

Hoy una parte del independentismo considera que la emergencia nacional es de tal calibre, y visible sobre todo en el retroceso del catalán entre los jóvenes, que hay que dejar atrás los trucos de magia de Son Goku para centrarse en aprovechar todas las palancas posibles para ir ganando y, a ser posible, consolidando posiciones. Llamémoslo amnistía, competencias en inmigración, Cercanías o la Hacienda propia. Y sobre todo el gran activo que representa el gobierno Sánchez, y del que se habla poco, que no es sino que haya en la Moncloa alguien no hostil a la lengua catalana. Aquí está claramente ERC, también Junts, con todas sus dudas y giros, e incluso una parte de la CUP. En este sentido, las lecciones del fracaso del Procés son inapelables.

Curiosamente, el poder de negociación del independentismo, pese a la debilidad política y electoral, es mayor que nunca. Y esto es así porque España está inmersa en una guerra cultural entre izquierda y derecha que ha hecho saltar por los aires muchos de los consensos que hasta ahora guiaban a la política española. Pedro Sánchez sabe que necesita a Catalunya a su lado si quiere ganar la batalla y de ahí su predisposición a hacer unas concesiones que ni siquiera Zapatero se atrevió nunca a plantear. En esta guerra particular, Sánchez tiene a su favor el BOE, pero enfrente están no solo la derecha, sino también los poderes económicos, la judicatura y el deep state, es decir, buena parte del alto funcionariado español, que tiene su base en Madrid. Por eso traspasar la Agencia Tributaria a Catalunya supone también debilitar este deep state. Es un win-win.

Pero volvamos al inicio. ¿Puede Junts hacer caer a Sánchez? No a corto plazo. El presidente español puede volver a prorrogar los presupuestos y ganar tiempo para eliminar los reductos del antisanchismo en el PSOE y poner en contradicción al PP con la financiación mientras espera a ver qué ocurre en Junts. Y, dentro de un año, en la Diada del 2025, sabremos si lo ha conseguido o no.

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