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Alejandro Fernández, el melómano que desobedeció a su madre

Amante del ajedrez, el candidato del PP es más de hacérselo solo que de jugar en equipo

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Caricatura de Alejandro Fernández (PP)

BarcelonaAdmirador como es de Stefan Zweig y su fabuloso Momentos estelares de la humanidad, Alejandro Fernández (Tarragona, 1976) sabe que hay instantes decisivos de la historia de cada uno en el que todo puede decidirse por un detalle. En su caso, este momento podría ser en diciembre del 2017, cuando durante unas horas se vio fuera del Parlamento y sólo el recuento del voto de los residentes en el extranjero salvó en el último minuto su escaño por Tarragona . No ha sido la única vez en la carrera de Fernández que la moneda ha podido caer de uno u otro lado. En el 2011 mimó la alcaldía de Tarragona de la mano de un pacto con CiU que se rompió a última hora. Más cerca, hace sólo mes y medio, su futuro también parecía colgar de un hilo por su enfrentamiento con Alberto Núñez Feijóo y buena parte de la plana mayor del partido en Catalunya. Y, sin embargo, vuelve a ser el candidato del PP.

Porque, como ocurre con su también venerado Morrissey, a Alejandro Fernández casi nadie le discute el talento, pero hay mucha gente que no lo soporta. Normal. Hacer amigos en la formación nunca ha sido una de sus prioridades. “Ni tengo padrinos ni deseo tenerlos”, decía en una reciente entrevista. Al contrario. Muchas veces las luchas internas le han ocupado tanto o más que sus pasiones más allá de la política: la música, la lectura y el cine. Muchos dentro del PP le acusan de haberse rodeado de un núcleo demasiado pequeño. Una guardia pretoriana que incluso quienes le defienden creen que ha sido un error. "Se ha rodeado mal", admite un histórico del PP que le conoce desde hace tiempo.

Pese a su apariencia afable y distendida cuando interviene en el Parlament, tras el Fernández público late un hombre más bien arisco. Por eso, pese a liderar el PP en Catalunya desde el 2018, en su agenda han escaseado los actos de partido por el territorio todos estos años. “A menudo es el último en llegar y el primero en marcharse”, expone un compañero de filas. Amante del ajedrez, Fernández es más de hacérselo solo que de jugar en equipo. Trabajar con él tampoco es sencillo. “Rehuye las reuniones y prefiere despachar por WhatsApp”, explica un dirigente del partido. Lo que le gusta, conviene todo el mundo, es intervenir en el Parlament. Su minuto de gloria que, dicen, se prepara a conciencia con el objetivo de difundirlo por redes haciendo lucir su principal virtud: la oratoria.

2.000 discos y un pozo de libros

Detrás de su alergia a los actos de partido están también las ganas de llegar a casa y refugiarse en los 2.000 discos –CD y vinilos– y sus muchos libros. También en sus gustos culturales Alejandro Fernández es una rara ancianos en el PP. De Tísner a Knausgard, pasando por Houellebecq y Zweig. Y de Queens of The Stone Age –su grupo preferido– a Jim Morrison –su ídolo de niñez– pasando por The Smiths, Metallica o Nick Cave. Pese a sus flirteos con el grunge y presumir de buena voz, Fernández tenía ya claro con 10 años lo que quería ser: político.

Lo mamó de sus padres –una pareja de asturianos que se mudaron a Catalunya en 1974–, de quien Fernández siempre explica que ella era comunista y simpatizante de Julio Anguita y él –que trabajaba de camionero en grandes obras– de Alianza Popular y admirador de Manuel Fraga. En eso el dirigente popular desobedeció a la madre y se decantó por el padre. Y, quizás en un homenaje a la figura paterna, el día que oficializó su pulso con Feijóo, Fernández reformuló el célebre "Ni tutelas ni tutías" de Fraga y se declaró un hombre “libre, sin tutelas”. Hoy vuelve a ser candidato, en una lista llena de contrapesos que seguro que querrán tutelarlo. Quizás después del 12-M todavía tendrá que vivir otro momento estrella lar.

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