Ignacio Garriga: el tono tranquilo de un radical antiinmigración

Vinculado al Opus, exige obediencia a sus diputados

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Caricatura de Ignacio Garriga

Barcelona"A nadie le gustan los dentistas". Pero cuando ejercía como tal, Ignacio Garriga (Barcelona, ​​1987) desplegaba un atento trato con sus pacientes. Para que pasaran mejor el trance, les permitía escuchar la radio. O al menos así lo recuerda uno de los clientes más fieles, que después fue su principal escudero en el viaje de ascensión hacia Vox, donde se convirtió en una primera espada para Santiago Abascal. Una mano derecha discreta, disciplinada y de formas suaves. Un perfil que combina con la radicalidad de su discurso antiinmigración y ultracatólico, como representante de un sector del Opus que, en Vox, no gusta a todo el mundo.

Su, sin embargo, es el ala que en los últimos años se ha hecho fuerte en el partido frente a opciones más liberales. La promoción de Garriga en la secretaría general de Vox, cobijado por el eurodiputado exfalangista Jorge Buxadé, ha sido la prueba. La vocación política le viene de su madre, que estuvo vinculada al PP de Sant Cugat. Se inició en las Nuevas Generaciones con su primo Juan, que en la actualidad capitanea en sus ausencias el grupo parlamentario catalán. Ambos apoyaron, en el 2008, a Montserrat Nebrera, en la pugna con Alícia Sánchez Camacho por liderar el PP en Catalunya.

A pesar de la distancia ideológica que actualmente los separa, Nebrera guarda un buen recuerdo de los primos. "Estaban en el PP porque tenían valores conservadores, sobre todo relacionados con la familia y la vida", asegura, defendiendo que han mantenido la coherencia ideológica. Los define como "liberalconservadores" y defensores de la "identidad cristiana". Su fervorosa religiosidad se combina con un patriotismo español radical e influye en su discurso xenófobo, que se centra especialmente en cargar contra los musulmanes, desde el punto de vista de la "batalla cultural". Es desde esta perspectiva que Garriga se siente ofendido cuando le reprochan que forme parte de un partido como Vox siendo negro y descendiente de una familia que, en parte, proviene de Guinea Ecuatorial. "¿Qué tiene que ver? Nadie ha dicho nada de una raza, el rechazo es para con los ilegales", justifica Joan Garriga: "España, cuando ha sido mayor, ha tenido españoles de todas las razas".

"Garriga Airlines para ilegales" ha sido uno de los últimos eslóganes lanzados por el partido. El tono incendiario que el candidato mantiene en campaña contrasta con su ademán habitual en el Parlament, en el que exige a los diputados que vayan vestidos con corbata y busca dar una imagen medida. En cambio, en la campaña del 23-J llegó a encararse con un grupo de manifestantes antifascistas durante un mitin. "No es una persona violenta, provoca estas acciones porque alimentan el espíritu épico de su política, y auguro que esta campaña van a buscar una acción similar", señala una fuente crítica con el candidato, que trabajó estrechamente.

En el Parlament, exige "obediencia ciega" a los diputados. Un estilo de mando "sectario", tal y como lo definen varias fuentes conocedoras: "Toda la vida ha sido numerario, ¿cómo no debería serlo?" Las estampitas de santos decoran las tablas de los diputados de Vox en los despachos de la cámara. De puertas adentro, señalan esas mismas voces, el mantra es "lo que diga Madrid". Aunque esto no le ha salvado de asistir a la indisciplina de algunos parlamentarios. La más reciente fue Isabel Lázaro, que ha denunciado en la Oficina Antifraude gastos indebidos del propio Garriga. Desde el partido lo achacan a su descontento por haber quedado fuera de las listas electorales, algo que ella niega: "No es una pataleta". La acusación, que Vox tachó de "calumnia", ha manchado su campaña desde el principio.

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