Salvador Illa valora los resultados electorales del 12-M.
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MadridGran parte de las interpretaciones que hemos podido leer o escuchar sobre los resultados del 12-M son sobre todo análisis de los deseos personales de cada uno de los protagonistas. Aquí todo el mundo lleva gafas, y la visión de la realidad depende de la graduación y las dioptrías. Salvador Illa ha conseguido un muy buen registro, sin duda, pero tiene un problema grave, y es que ha perdido el sidecar de la moto. ERC ha chocado con un árbol, y aunque el PSC no se ha salido de la carretera por la colisión lateral, su compañero de viaje para la nueva vuelta al circuito democrático, el cabeza de lista republicano, Pere Aragonès, se va a casa. Es un precio injusto. Paralelamente, el PSOE juega fuerte por Illa y ya le ha puesto una corona de laurel, aclamándolo como el gran vencedor de la carrera. Pero los problemas no han terminado, ni mucho menos. El sudoku sigue siendo complicado. Puigdemont sigue pretendidamente en carrera, satisfecho porque Junts tiene otros tres diputados.

Las piezas, sin embargo, no acaban de encajar porque el líder de Junts ya no puede aspirar a una mayoría independentista que no existe y, por otra parte, está pendiente de la efectividad de una ley de amnistía que ya veremos si puede aplicarse sin que los jueces pongan inconvenientes. Podrían hacerlo por la vía de un recurso de inconstitucionalidad o con una cuestión prejudicial presentada ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). En teoría, a Puigdemont le conviene portarse bien hasta que quede claro en qué términos podrá beneficiarse de la amnistía. Un portarse bien relativo, al menos. Con estos resultados de las autonómicas, la pretensión de ser investido de nuevo president de la Generalitat no deja de ser algo provocativa. Tuvo gracia que, después de haberse marchado del Govern y de haber criticado intensamente a los republicanos, el ex president de la Generalitat echara cuentas ayer sumando sus diputados a los de Esquerra para decir que eran más que los 42 parlamentarios de los socialistas.

Si la dirección de ERC entra en pánico y da otro golpe de timón, esta vez para volver a izar la bandera de la confrontación, el presidente del gobierno español necesitará más de cinco días para meditar cómo salir del nuevo laberinto. Podemos ir consumiendo la legislatura con decisiones como la de reconocer al estado palestino o invitando al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que venga a Madrid a firmar un acuerdo bilateral de seguridad. Obviamente, no frivolizo sobre ninguna de estas iniciativas, que son importantes. Pero es igualmente evidente que también nos conviene aprobar algún día unos presupuestos del Estado, o sencillamente aclarar de una vez quién se dedica a robar el cobre para sacar partido de las jornadas electorales, o si a partir de ahora en vez de subvencionar los tratamientos bucales pagaremos con dinero público las gafas –como ha propuesto la vicepresidenta y líder de Sumar, Yolanda Díaz–, ambas cosas importantes para la salud.

Puigdemont, como Aragonès

De todas las salidas posibles, la menos aconsejable es la de la repetición electoral. Deberíamos evitarlo, aunque solo fuera para impedir que desaparezca todo el cobre de Catalunya y tengamos que renunciar a utilizar la red de Cercanías durante varios años. Si en vez de los cálculos de conveniencia política partidista lo que impera es la responsabilidad, ahora la apuesta no puede ser otra que la de investir a Illa sin firmarle cheques en blanco. Puigdemont dijo que si no era president, se iba. Una vez amnistiado, el líder de Junts podría ir a hacer compañía a Aragonès, con los mismos privilegios de un ex president de la Generalitat. No sería el triunfo soñado, pero tampoco la ruina personal de los treinta años de cárcel que pedía la Fiscalía para los principales dirigentes del Procés, una propuesta política que muchos ven en Madrid como definitivamente terminada. El futuro de Illa es incierto, pero el de la versión 2017 del independentismo es a corto plazo inexistente. Siempre queda la posibilidad de derribar las columnas del templo, pero mejor que cuidemos esta democracia inestable. Por el momento, es la que tenemos.

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