Judicialización

24 horas con Puigdemont: "Cada día pienso que puede ser el último en el exilio y que quizás no vuelvo nunca más"

El periodista del ARA Antoni Bassas viaja a Bruselas para pasar todo un día con el ex 'president' después de perder la inmunidad

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BruselasEl president de la Generalitat en el exilio confiesa al periodista: "Solo tengo una obsesión: restaurar la Generalitat". Estamos en 1977 y Josep Tarradellas responde a las preguntas de Baltasar Porcel. Casi cincuenta años después, otro president en el exilio responde a la misma pregunta: "Yo no tengo una obsesión. Lo que me mantiene cada día en espíritu de combate es retomar el hilo donde lo dejamos. Continuar sobre esa obra hecha para continuarla en las mejores condiciones posibles para culminarla. Y por eso fui al exilio".

Es un exilio discordante, el de Carles Puigdemont. España pertenece al club de estados democráticos y en la Plaça Sant Jaume tiene el despacho oficial el actual president. Y estamos en la época digital: cuando su mujer o sus hijas llaman, Puigdemont saca el móvil y habla por videollamada. Opina a tiempo real por Twitter de todo lo que considera oportuno. Su voz es habitual en los informativos. Ha sido encarcelado en Alemania y liberado al cabo de doce días, con una sentencia judicial en el bolsillo que concluye que no cometió ninguna rebelión ni ninguna sedición. No tiene poder, pero el estado español teme su autoridad y lo vigila. Y los pretendientes a la presidencia española, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, se refieren a él en prime time.

Hemos quedado con él a primera hora de la mañana en su despacho. El día también es extraño. Si no fuera por la moqueta, nuestras palabras resonarían por los pasillos, porque en el Parlamento de Bruselas no hay nadie. La sede está vacía. Todo el mundo se ha ido a Estrasburgo. Todo el mundo excepto Carles Puigdemont y Toni Comín, en previsión de que la policía española entrara de madrugada en territorio francés, subiera hasta sus habitaciones y los detuviera.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont en Bruselas.

¿Cómo está Puigdemont? El president ha recibido al ARA durante toda una jornada, justo después de la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) que ha confirmado la retirada de su inmunidad, votada por el Parlamento Europeo.

¿La sentencia de la semana pasada fue el momento más duro de su exilio?

— Por supuesto que no. La decisión de marcharme fue lo más duro.

¿Cuál es su estado de ánimo?

— El estado de ánimo lo tengo siempre muy bien. No tengo angustias vitales, sinceramente. Estoy hecho así.

¿No ha pensado nunca “Quizás no volveré nunca más a Catalunya”?

— Sí, desde que vine aquí pienso las dos cosas cada día: a ver si este es el último día y quizás no vuelvo nunca más. Cuando das el paso te tienes que responder, sin nadie más, hasta dónde estás dispuesto a llegar. Y yo esto ya lo hecho. No me gusta nada la perspectiva de tener que estar así toda la vida, pero que nadie se equivoque: no decidiré mi actitud política por mi situación personal.

¿Tiene ganas de seguir siendo un referente?

— No he tenido nunca ganas de serlo. Si me lo preguntas, no me gusta. Pero es inevitable.

¿Pero quiere seguir haciendo política?

— Me siento con el deber de hacerlo. Se tienen que cumplir muchos objetivos antes de decidir que me apago públicamente. Por mucho que, humanamente, a mí me gustaría mucho.

Y, por eso, cada día desde hace casi seis años Carles Puigdemont i Casamajó (Amer, la Selva, 29-12-1962) se levanta en una casa de Waterloo, 20 kilómetros al sur de Bruselas, se coloca ante el espejo, se pone la corbata y mantiene en la solapa de la americana la insignia del Govern de la Generalitat. Una discreta, abnegada y patriótica célula de seguridad vigilia la casa y se encarga de los desplazamientos en coche del president, que en menos de media hora llega al trabajo, donde ya lo espera su equipo. Su despacho está situado en el mismo pasillo que el de Toní Comín y Clara Ponsatí. En el cuello lleva siempre la credencial de parlamentario, la que exhibió exultante en enero del 2020 ante las cámaras. Solo han pasado tres años y medio desde entonces, pero en la foto se lo ve más joven.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont en Bruselas.

¿Está solo el president? Todos los presidentes están solos, cargando el peso de la responsabilidad intransferible, y la suya empezó en enero del 2016. Ciertamente, ya no preside la Generalitat, pero tampoco es un ex president más. Es el president de un tiempo político suspendido mientras el reloj del país continúa corriendo.

¿Cuál es el éxito máximo que puede conseguir aquí?

— Que España retire la orden de detención estatal, porque se la fuerce a respetar la inmunidad que nos reconociera el Tribunal Europeo. Y esto no es fantasía.

Puigdemont es fuerte, pero hace de tripas corazón. Dirías que sonríe más por fuera que por dentro si no fuera por que lo ves reír con expresiones que solo pueden salir de dentro. La salita de las visitas está presidida por una fotografía ampliada de una mujer que levanta triunfante una urna la noche del 1 de Octubre sobre un mar de cabezas felices. En su despacho tiene colgada la imagen de la enorme cantidad de gente que ocupó el centro de Girona el 3 de Octubre. Considera un triunfo colectivo que estas fotos, y que estos despachos y este equipo de ayudantes, los pague la Unión Europea con dinero público.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont en Bruselas.

A la hora de comer salimos a la calle y acabamos en un restaurante italiano de verdad, en la rue de Trèves, junto a la plaza de Luxemburgo, donde tienen un patio interior sombreado. Hace calor en Bruselas. Pedimos una lasaña. Puigdemont es goloso y de postre se come un tiramisú, pero no quiere café. A media comida suena el móvil. Es una de sus hijas, con la que mantiene una breve conversación sobre una decisión de carácter práctico que tienen que tomar.

¿Hace de padre?

— Sí, sí, sí. No he dejado de hacer de padre ni un solo día. Creo que no hay mucha diferencia entre una persona que esté trabajando en China en una multinacional, por ejemplo, y yo. Pero el mérito lo tienen ellas, no yo.

¿La familia lo lleva bien?

— Sí, mis hijas han demostrado mucha madurez y una capacidad de resiliencia admirable. La mayor ya ha cumplido 16 años [suspiro de incredulidad], que es la edad que tenía yo cuando fui a la final de Basilea, en 1979. Mi mujer ha tenido que aguantar acosos mediáticos inaceptables en una sociedad democrática. El machismo es una de las caras de la represión y a ella le hacen pagar ser “la mujer de”. Y también actitudes xenófobas. Ha aguantado el peso de la casa y de viajar arriba y abajo sin quejarse. Solo puedo tener un agradecimiento inmenso a mi familia, porque este viaje no lo puedes hacer solo.

Pero ahora no viven con usted, aquí.

— Estuvieron un año entero y este año han estado en Girona. Ya veremos el año que viene qué hacemos, pero cada uno o dos fines de semana suben o yo bajaba a la Catalunya Nord.

Ahora no podrá ir.

— Y me sabe muy mal, porque ahí tenemos buenos amigos, estamos en casa y facilita que la familia de Amer pueda venir a verme. Pero no me lamento. No he usado nunca mi situación personal para obtener indulgencia política. Es lo que hay. Hemos venido a combatir y el sufrimiento me lo quedo en casa.

Hay dos cosas que sí minan el ánimo de Puigdemont. Leer que ha recibido dinero de Plataforma per la Llengua o que dinero destinado al covid ha acabado en Waterloo. O que ha pedido 1.500 euros de donaciones a cambio de un interés del Euríbor más un punto. Se siente desconstruido humanamente.

Y la otra, "las miserias internas" y la desunión, que ha estado a punto de lograr un nuevo récord, ahora con llamamientos a la abstención. “Ahora vemos los efectos de la desunión, que es una estrategia querida por una parte del independentismo, desde las elecciones de diciembre del 2017, de no compartir estrategia. Ahora vemos dónde nos ha llevado. Y los responsables son los que han pregonado la desunión y los que, habiéndola combatido, no lo hemos conseguido”.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont con Toni Comin en Bruselas.

Puigdemont endurece el tono: “Puedo entender qué hay detrás de esta abstención que ahora se propugna, pero la abstención, para mí, no es una opción. Votar a Junts, ERC o la CUP puede ser incómodo para mucha gente, pero tampoco es justo poner a todo el mundo en el mismo saco. No es lo mismo haber investido a Pedro Sánchez que no haberlo hecho. O haber pactado unos presupuestos o unas reformas trampa. Y un Govern con 33 diputados, perdone, pero no es aceptable”.

¿Usted convocaría elecciones?

— Si pierdo la mitad del Govern, yo me habría sometido a una cuestión de confianza. De hecho, lo hice, cuando cambiaron las reglas del juego que me habían hecho president.

¿Y ahora, después de las españolas?

— Tengo respeto por el president Aragonès y, por lo tanto, no... Sé lo que yo haría.

La idea detrás la abstención es que los partidos reflexionen sobre por qué van tan divididos y no avanzan.

— Pero es que algunos nos hemos quedado afónicos y solos defendido la unidad. Igualar a todo el mundo creo que no es justo. Ya está, solo digo eso. Mi vía pasa por llenar las urnas de votos. Los políticos nos equivocamos muchas veces y puedo entender el cabreo que hay con muchos de nosotros y conmigo concretamente, solo faltaría, pero dudo mucho que haya una vía hacia la independencia que pase por la abstención.

¿Y por un nuevo partido, el de Clara Ponsatí?

— No sé si son estas las intenciones, pero, como puede comprender, hacer más partidos es lo contrario de lo que creo que se tiene que hacer. Yo estoy por una federación de partidos independentistas que se presenten a las elecciones. Lo digo con total claridad: la fragmentación no nos ayuda.

Antoni Bassas entrevista Carles Puigdemont

En un día sin reuniones de comisiones, ni pleno ni visitas, la jornada laboral se acaba a primera hora de la tarde. Lo vienen a buscar para ir a casa. A la altura de la peluquería del Parlamento, hoy cerrada, en un pasillo que se llama la Vía Báltica, aparece Toni Comín con ese ademán inquieto de siempre y esa conversación desbordante. Hablan de pie y Comín se despide de nosotros: “Di que la lucha continúa y que esto va para largo”.

El trayecto hasta Waterloo no llega a la media hora, a pesar de que el tráfico es denso. Nueva videollamada familiar. Lo dejan para cuando se vayan las visitas.

La casa de Puigdemont, oficialmente conocida como la Casa de la República, tiene justo delante un pequeño prado no edificable, que da perspectiva a la fachada principal de obra vista. La casa la paga Puigdemont directamente al propietario y nunca con dinero público, remarca. La vivienda consta de planta, piso y sótano, y un jardín detrás con barbacoa y un pequeño potager donde crecen perejil, menta e hinojo, que usa para cocinar.

Decoración clara, estanterías blancas, todo cálido y convencional, entre Ikea y Habitat. Libros muy ordenados en las estanterías y encima de las mesitas bajas. Puigdemont lee de todo y a la vez: el libro de Marx El 18 de Brumario de Luis Bonaparte en francés, un trabajo sobre la islamofobia de Djemila Benhabib o un volumen sobre la disidencia del italiano Gianni Vernetti en italiano. Le gustan las lenguas y todavía recuerda el día que entendió a una tía de su mujer diciéndole en rumano al gato de cas fugi de aici. Tiene libros de bibliófilo, editados por la diáspora catalana en México, o la historia de La Vanguardia de Gaziel, editada en los 70 por Edicions Catalanes de París, que compró cuando era joven.

La casa se le ha ido convirtiendo en un museo ecléctico: una reproducción de la Virgen del Collell, el internado de la Garrotxa donde estudió, que le llevaron los compañeros de curso; la maqueta de madera de la catedral de Girona; una máscara de la Patum de Berga, o una foto dedicada de Joan Baez (“To President, with love and best wishes”) después de una cena que acabó tras muchas horas.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont en Bruselas.

Es media tarde. Puigdemont se sienta en el sofá y pregunta si queremos tomar algo. Y sigue a la suya.

Lo acusan de haber roto la unidad civil del país y de haber perjudicado al catalán.

— Esto es una falsedad y una calumnia. ¿Acaso ha habido un Procés en las Islas o en el País Valenciano? Y mira qué están haciendo con la lengua. ¿Por la misma regla de tres tenemos que asimilar el castellano a la lengua del rey, a la lengua de Vox? No. Nos tenemos que plantar ante este intento de culpabilizarnos de todo. Mire. (Nos enseña una caja con un juego de mesa que se llama A cagar a la via.)

¿Sánchez o Feijóo?

— A efectos de Catalunya, la diferencia es que el PSOE opera con anestesia y el PP sin ella, pero los dos amputan. Y si Sánchez tiene interés, le diré los días exactos y los nombres concretos de las visitas que recibí antes, durante y después de los indultos para ofrecérmelo.

¿Quién gobernará España el día después del 23 de julio?

— Si gana el PP, es más probable que el PSOE facilite la investidura a que haga gobierno con Vox. Y Sánchez no será presidente con los votos de Junts. Pagar por avanzado a uno tio al que no le comprarías ni un coche de segunda mano es un deporte de riesgo. Aparte, que al PSOE le puede convenir un retorno al centro y buscar a un candidato vivaespañista.

Vamos hacia el aeropuerto. Al president en el exilio todavía le queda cuerda: "A veces he tenido la tentación de hacer un Estanislau Figueres y decir aquello de 'estoy hasta los cojones de todos nosotros', pero sé que no lo puedo hacer”.

¿Cómo consigue que no se lo coma el resentimiento?

— Hace muchos años que tengo mis protocolos para tener una vida feliz, en los términos que quiere decir la felicidad a nuestra edad, que nunca es completa. No miro medios españoles, leo poesía, escribo, toco la guitarra, escucho música, me apasiona la prensa histórica, cocino... Sé que hay una imagen que se intenta construir de mí de que estoy solo y resentido. Pero cuanto más me deshumanizan, más ganas tengo de seguir luchando. No tengo la necesidad de combatir ningún demonio interior.

Que tengáis buen viaje.

El ex 'president' de la Generalitat Carles Puigdemont en Bruselas.
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