20 ANYS SENSE LLUCH

Un donostiarra de Vilassar

Antoni Batista
3 min
Un donostiarra de Vilassar

PeriodistaErnest Lluch tenía casa en Donostia, un piso en el paseo de Salamanca, con una salita de estar con vistas a la desembocadura del Urumea y a la playa de la Zurriola que veía por unos retrovisores que se había instalado en la cocina. Noches de fuegos artificiales por la Semana Grande de agosto y galernas de septiembre salpicando a primera línea de mar.

Decía la que fue consejera de Cultura y portavoz del gobierno vasco Mari Carmen Garmendia que Ernest Lluch formaba parte del paisaje donostiarra, porque te lo encontrabas por todas partes. Iba a buscar el diario al quiosco de Justo, en la avenida de la Libertad. Hacía la compra en el mercado de la Bretxa. Paseaba por la Kontxa, llegaba a los Peines del viento de Chillida, daba media vuelta y se tomaba un té canónico en la pecera del Hotel de Londres y de Inglaterra. Era socio de la Real y del Orfeón Donostiarra. No faltaba a los conciertos de la Quincena Musical. Daba sangre cada Sábado Santo. No se perdía ninguna exposición de la galería Altxerri y le gustaba su bar musical. Se iba al acuario y se embobaba ante las impostadas simas abisales de antepasados marinos del Maresme. Los inexcusables pintxos de la Parte Vieja, parados ahí mismo justo al salir de casa, y la alta gastronomía de su amigo Arzak en las celebraciones familiares.

Escribía en el diario abertzale Egunkaria, con traducciones del mejor traductor posible: su amigo Ramon Etxezarreta, filólogo éuskaro y teniente de alcalde del Ayuntamiento. Se había apuntado a Elkarri, la asociación pacifista fundada por exmilitantes de Herri Batasuna. Puso a Donostia en el mapamundi cultural de la Universitat Internacional Menéndez Pelayo, cuando era rector. Desde su poderosa vertiente académica, había razonado un modelo confederal sin salir de la Constitución, desarrollando los derechos forales.

El último verano

Pero el verano de 2000, el último verano de su vida, sintió la inquietud próxima de los asesinatos de dos amigos muy amigos, Juan Mari Jauregi, luchador antifranquista y político socialista, y el presidente de la patronal guipuzcoana Joxe Mari Korta, que justo le había dicho cenando en el Nicolasa que empezaba una campaña para no pagar el impuesto revolucionario. A partir de entonces, tuvo que tomar medidas de seguridad, angustiosas en ellas mismas, e ir con escolta cuando el peligro podía ser más probable. Se cansó y acortó las vacaciones, pensando que en Barcelona estaría más tranquilo, pero estaba amodorrado y se aislaba de vez en cuando: no quería turbar a nadie. Montserrat Tote Lamarca, su mujer, le notaba esas ausencias y lo acompañaba en las emociones compartidas. Aún así, todavía volvieron a Donostia para ver el derbi sentimental de los dos equipos de su corazón: el sábado 14 de octubre los azulgranas endosaron seis goles a los txuri-urdin, demasiado castigo para quien en ese partido amaba los dos lados del campo.

El 8 de septiembre había publicado un artículo en La Vanguardia hablando de él pero camuflándose en la tercera persona. Un supuesto “amigo que acostumbra a veranear en Donostia” era consciente de estar en riesgo alto: “Dos veces de día y dos por la noche se repasaban los bajos del coche, y antes de salir, otra”; “Se tienen que evitar los paseos por la ciudad”, con zonas como el casco antiguo totalmente prohibidas. El día que llevó ese artículo al diario fue el último que lo vi. Iba con una camisa de los transportes metropolitanos, que le habían regalado por los elogios que siempre hacía del transporte público, del cual era usuario habitual: a Donostia iba en autobús o con el coche cama nocturno. Me invitó a pasar el puente de la Constitución en Maià de Montcal, que habría aprovechado para cambiar impresiones de cómo le había ido el encuentro con Arnaldo Otegi que yo había contribuido a propiciar. Ya no estuvimos a tiempo de hacerlo.

Centro Cultural en Anoeta

En el campo de la Real Sociedad, en Anoeta, se abrió un Centro Cultural Ernest Lluch, con una buena colección de libros catalanes que dio la Generalitat. “Todos los colores del verde” lo recuerdan y lo quieren.

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