PERFIL

EZ, retrato de un corrupto de manual

Eduardo Zaplana ya confesó al inicio de su carrera política que él estaba allí por el dinero

Zaplana el día que fue detenido por la Guardia Civil
15/10/2024
4 min

BarcelonaNormalmente no es fácil anticipar qué políticos se van a corromper, pero hay casos en los que se ve venir de lejos, que no engañan a nadie, y entonces hay que preguntarse por qué su partido les promocionó. Eduardo Zaplana Hernández-Soro (Cartagena, 1956) es un corrupto de manual, alguien que entró en política para hacer dinero, algo que toda España pudo oír de su propia voz en las conversaciones grabadas en el marco del caso Naseiro, el primer gran escándalo de financiación ilegal del PP.

Allí un Zaplana de sólo 34 años le comenta a Salvador Palop, uno de los investigados: "Tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir. Ahora me tengo que comprar un coche. ¿Te gusta el Vectra 16 válvulas?". En las conversaciones, que se anularon como prueba, queda demostrado que Zaplana tiene varios business en marcha para financiar su propia carrera política. Tiene claro que si quiere triunfar en el mundo de la derecha española hay que tener liquidez, buenos trajes, relojes y coches. "Tengo que hacerme rico porque estoy arruinado", dice en otro momento, "porque me lo gasto todo en política".

Los Barceló

Porque él, a diferencia del entorno en el que se mueve, no es rico de nacimiento. Para entender el personaje debemos echar atrás. El futuro president valenciano nace en Cartagena, hijo de un oficial de la Armada y de un ama de casa que morirá cuando él tendrá sólo 9 años, e irá a estudiar derecho a Valencia en 1975. Allí no le acaban de ir bien los estudios y se traslada a Alicante en 1979, donde terminará la carrera cinco años más tarde. Pero lo importante en su biografía no es eso, sino que allí conoce a Rosa Barceló, hija de un importante promotor inmobiliario de Benidorm, Miguel Barceló, que será el patriarca de una estirpe que controlará al PP alicantino durante décadas. Es aquí donde Zaplana, que es una especie de Julien Sorel moderno, queda fascinado por el dinero y la opulencia de la Costa Blanca que tan bien retrató Bigas Luna en Huevos de oro (1993). Él representa el sueño valenciano de la época: de la miseria a la riqueza en un plis plas.

La vía más rápida para subir en la escalera social es la política, y Zaplana entra primero en la UCD y después, a partir de 1990, en el PP. Parece mentira, pero sus conversaciones no le pasan ningún tipo de factura, ni interna dentro del partido, ni de cara a la opinión pública valenciana. Tampoco el hecho de que en 1991 accede a la alcaldía de Benidorm gracias al voto de una tránsfuga del PSPV, Maruja Sánchez, que a cambio obtuvo un sueldo durante 14 años como asesora municipal. Es aquella España en la que parece que no hay límites morales, el caldo de cultivo perfecto para personajes como él.

Zaplana y Camps en la inauguración de una atracción en Terra Mítica.

En 1996 Eduardo Zaplana se convirtió en el primer president de la Generalitat valenciana conservador e inició lo que sería una larga hegemonía de los populares en el País Valenciano que duraría hasta 2015 y que convirtió este territorio en el epicentro de la corrupción de toda España. Sin embargo, el zaplanismo conectó con una sociedad que se apuntó al carro del dinero fácil y donde los personajes como él eran admirados. Si lo pensamos bien, aquello era el sueño de todo corrupto.

El salto a Madrid y el 11-M

De Valencia dio el salto a Madrid, primero como ministro de Trabajo y después también como portavoz del ejecutivo de Aznar. Como tal se encargó de llamar a periodistas y realizar apariciones públicas para apuntalar la versión de que los atentados del 11-M habían sido obra de ETA. El sábado 13 de marzo acudió a la sede de la agencia Efe para grabar una comparecencia y ordenó que se montara un fondo que pareciera un despacho oficial. Los trabajadores de la agencia protestaron por lo que era un caso grave de manipulación. Durante su etapa como portavoz del PP en el Congreso incidió en la teoría de la conspiración, seguramente no tanto porque se la creyera, sino porque el PP consideraba que le daba réditos. ¿Y quién mejor que alguien sin principios ni moral como él para desempeñar ese papel?

Zaplana en el Congreso cuando era portavoz del Partido Popular.

Ahora bien, se lo cobró al abandonar la política con una puerta giratoria como una catedral: Telefónica. Pero durante todos los años de su carrera política nunca paró de recibir dinero en comisiones, el conocido como caso Erial. Curiosamente, para esconder el dinero acabó reclutando a un amigo de juventud como Joaquín Barceló, al que colocó de directivo de Terra Mítica, e hizo negocios con miembros del clan Cotino (dos sobrinos del que fue expresidente de Les Corts, Juan Cotino, que murió de covid poco después de declarar por este caso, también han sido condenados). En realidad, todo el mundo estaba avisado. Él "necesitaba hacerse rico". Y encontró su particular El Dorado en el País Valenciano, la tierra de las oportunidades. Y evidentemente, tampoco quería pagar nada a Hacienda. Porque si se cumple la ley, ¿qué gracia tiene? Esto era y es la esencia del zaplanismo.

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