Por qué nos hace falta un ARA Control

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El Palau de la Generalitat en una imagen de archivo.

Las democracias tienden a ser menos corruptas que las dictaduras. Tienen mejores sistemas de control y mecanismos de rendición de cuentas. Es decir, tienen poderes judiciales independientes, elecciones libres y libertad de prensa. Elementos imprescindibles para garantizar la transparencia y la supervisión de nuestros gobernantes.

A menudo decimos que los medios de comunicación son el cuarto poder en una democracia –junto con el ejecutivo, el legislativo y el judicial–. Los perros guardianes que investigan con el objetivo de revelarnos aquella información que necesitamos para evitar un abuso de poder por parte de nuestros gobernantes. Solo hay que pensar en la cantidad de casos de corrupción destapados por medios de comunicación en nuestro país. Pero esto no es todo. Los medios, como buenos controladores, también pueden ayudar a verificar qué es verdad y que no de los discursos políticos, y a no olvidar las promesas que nos han hecho aquellos a quienes hemos votado. Lo vemos con los crecientes ejercicios de fact checking, o con iniciativas como la ganadora del Pulitzer PolitiFact, del diario norteamericano St. Petersburgo Times. Con el llamado Obameter siguieron las promesas de campaña del presidente Obama: si se cumplían, se rompían o, simplemente, no se hacía nada al respecto.

Al cubrir la política, los medios demasiado habitualmente nos centramos en las estrategias y las palabras, y no tanto en aquello que los políticos realmente hacen, beneficiando (o no) a todos los ciudadanos y ciudadanas. Esto supone seguir, y medir, la acción pública. Lo que no se mide no se puede mejorar. Y lo que no se mejora está condenado a empeorar, como decía el físico y matemático británico Lord Kelvin. Y, para medir, primero hay que definir qué es aquello que queremos evaluar.

Llegamos al final del primer año de mandato de Pere Aragonès, momento para mirar atrás hacia alguna de las promesas que se hicieron. Identificar los objetivos conseguidos, y los que no se han conseguido, nos permite valorar mejor la acción de gobierno y, a la vez, es un contrapeso importante para que nuestros gobernantes sientan el impulso de garantizar el cumplimiento de las promesas que nos hicieron.

Pero no todo es trabajo de los medios. Una auditoría gubernamental desde un diario de referencia puede dar más validez a las promesas electorales. Pero hace falta también que los ciudadanos los leamos e intentemos dejar de lado ciertos sesgos ideológicos. Los países con mejor salud democrática e institucional tienden a ser también aquellos con un número más elevado de diarios leídos por cada mil habitantes. Y en este rincón del mundo los medios de comunicación ocupan cada vez más espacio en nuestras vidas. Les dedicamos una parte importante de nuestro tiempo y de nuestra atención.

Tradicionalmente, hemos sufrido lo que los expertos denominan un sistema de “pluralismo polarizado”. Éramos plurales porque teníamos diarios, radios y canales de televisión que reflejaban todas las orientaciones políticas. Pero estábamos polarizados porque había poca pluralidad interna dentro de los medios. En cambio, los sistemas mediáticos en países anglosajones o nórdicos han tendido a tener menos pluralidad externa –es decir, menos medios–, pero más pluralidad interna. Allí, el lector de un diario de derechas estaba más expuesto a opiniones de izquierdas. Aquí, el mismo lector habitaba una burbuja donde sentía fundamentalmente una única versión de un problema político. Con la irrupción de nuevos medios de comunicación, offline y online, hay una oportunidad de cambio. Nos podemos quedar encallados en el “pluralismo polarizado”, cerrados en ecosistemas ideológicos cada vez más aislados donde compartimos fake news. Pero gracias a ejercicios como el ARA Control, que, por su propia naturaleza, pueden ser una crítica o una alabanza al gobierno, podemos salir de estas burbujas de atención.

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