MadridAlberto Núñez Feijóo ha querido vestir de épica lo que es la crónica de un fracaso anunciado, y a juzgar por la actitud de la bancada popular durante toda su intervención, no lo ha conseguido. Y eso que los diputados populares, de forma disciplinada y algo impostada, han intentado aplaudir cada frase de Feijóo intentando buscar un clímax que no ha llegado. Y no ha llegado porque era, pese a intentar revestirlo de un punto de dignidad y heroísmo, un discurso de perdedor. De jefe de la oposición, no de presidenciable.
El discurso no ha tenido ni golpes de efecto ni momentos estelares. Por el contrario, ha sido desordenado, un compendio de tópicos para intentar quedar bien con todo el mundo (rebajas de impuestos incluidas), que ha alternado la defensa de la diversidad española con el discurso uniformista de la "nación de libres e iguales", ofreciendo pactos al PSOE y a la vez cargando contra Sánchez. En algún momento, además, Feijóo se ha trabado y ha dudado con la entonación. Ahora ya puede decirse que Feijóo no es un gran orador ni alguien que levante pasiones, ni siquiera entre los suyos.
Para colmo, la gran novedad era, en realidad, una renuncia. De repente la sedición ha desaparecido del diccionario popular y ha sido sustituida por un nuevo delito de "deslealtad constitucional". ¿Por qué? No se sabe, pero es previsible que esta marcha atrás no guste a Vox o a UPN, sus socios.
En resumen, Feijóo ha querido salir vivo del debate haciendo ver que no es presidente porque no ha querido, lo que es falso porque los votos del PNV o Junts son incompatibles con los de Vox. Por lo tanto, no se pueden sumar en ningún caso. ¿O es que Vox habría votado igualmente a favor si Feijóo hubiera aceptado la amnistía o la autodeterminación? Por eso, la única carta que tiene Feijóo en el debate es que el PP, efectivamente, fue la primera fuerza el 23-J. Pero lo fue por solo 330.000 votos, y en todo caso los números no le salen por ninguna parte. Por no hacer, ni siquiera ha puesto sobre la mesa alguna propuesta realmente atrevida para intentar jugar la carta del transfuguismo. Feijóo ha convertido su pleno de investidura en un acto de partido, con el único objetivo de afianzar su liderazgo. Habrá que ver si sale airoso cuando tenga que discutir cara a cara con el resto de portavoces.