Gonzalo Pérez Jácome, el Jesús Gil gallego que quiere acabar con la discriminación de Ourense

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El presidente de Democracia Ourensana, Gonzalo Pérez Jácome, y el cabeza de lista, Armando Ojea

"Es como si Santiago entera hubiera desaparecido", repite Democracia Ourensana. Durante las últimas décadas, la provincia de Ourense ha perdido a más de 150.000 habitantes, y el envejecimiento de la población no augura mejora. Cuando uno nace aquí, aprende a normalizarlo, como si los carteles de “En venta” fueran parte del paisaje. Pero el dolor nunca se va: y ese sentimiento de agravio, nacido del abandono, no empuja una respuesta política desde la esperanza, sino desde la provocación, desde el rechazo.

¿Cómo ha podido irrumpir en el Parlamento gallego un personaje tan “loco”? Los que nunca han oído hablar de la realidad de Ourense no dejan de preguntárselo. Salpicado por graves indicios de corrupción, Gonzalo Pérez Jácome, el alcalde que presumió de la fealdad de su pesebre “por poner a Ourense en el mapa”, ganó las elecciones municipales en mayo. Y ahora, en unas reñidas autonómicas, consagra su entronización local colándose en el Parlamento gallego. Sin embargo, en la ciudad de las aguas calientes, a nadie sorprende el estallido de este géiser.

Democracia Ourensana, la plataforma de Jácome, se defiende como un partido “ni de izquierdas ni de derechas, ourensano”, nacido para acabar con la “intolerable discriminación” de su ciudad. Los titulares se centran en el personaje: el alcalde grosero y provocador que propuso sacar a la ciudad de la depresión erigiendo un rascacielos gigante; Jesús Gil que se baña en las termas de Ourense con famosos traperos, como si fueran su jacuzzi.

Sin embargo, el discurso de Jácome gira sobre una idea que hoy es sentido común en la ciudad del Miño: una Galicia vertebrada sobre la AP-9 (la autovía que une Vigo, Santiago y A Coruña) es una Galicia de "dos velocidades". Un país en el que el desempleo, la falta de inversiones y la despoblación no sólo abren una herida dolorosa, sino que generan un caldo de cultivo para manipular nuevos agravios. Una deuda pendiente que cuando se convierte en consigna política, acaba siendo cooptada por el oportunismo más amarillo.

Es cierto, los delirios faraónicos del alcalde de Ourense no caben en una columna. 4 años antes de llegar a la alcaldía, la propuesta estrella de Jácome era construir un enorme parque acuático. No, tampoco es mentira: y para darse a conocer, sobrevolaba un dron por la ciudad explicando qué edificios derribaría para construirlo. Pero, cuando el humo de sus llamativas performances se disipa, gran parte del electorado se queda con el lema de "Ourense Primero". Mientras, años de impunidad escandalosa garantizan una “bula” generosa a su presunta corrupción.

Analizando las recientes protestas del campo a lo largo de Europa, el politólogo Daniel Guisado advertía cómo los “lugares que no importan” se están convirtiendo en el detonante de importantes explosiones de descontento. Sin embargo, lo que no nos enseñaron ni el Brexit ni Le Pen, no parecemos estar aprendiendo del constante estallido de nuevas y “desbaratadas” formas de indignación política. Aviso para navegantes: no se trata de pensar si estamos “vacunados” frente a lo que sufren otros, sino de atender nuestras propias enfermedades. ¿Están seguros de que ningún dolor subterráneo puede irrumpir en las siguientes elecciones nacionales de Cataluña?

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