Imagen de archivo de una reunión del consejo ejecutivo.
30/09/2022
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BarcelonaPas lo que pase en la consulta de Junts per Catalunya a su militancia los días 6 y 7 de octubre, el gobierno de coalición con Esquerra está muerto. Lo está porque, incluso en el escenario de que las bases de Junts se inclinen finalmente por seguir en el ejecutivo, rehacer las confianzas entre los actuales dirigentes de los dos partidos después de lo que se ha vivido en los últimos meses es una quimera. Y, aun así, el escenario de que el ejecutivo entre ERC y JxCat siga respirando artificialmente unos meses más todavía no se puede descartar.

¿Qué hay detrás de esta capacidad de resistencia? Básicamente los cálculos de unos y otros sobre el precio de romper. Hasta ahora el debate se ha centrado en calibrar si en la crisis ha pesado más el equilibrio imposible de Junts de intentar estar y no estar gobierno al mismo tiempo –coronado el martes con la petición de una cuestión de confianza al ejecutivo del cual forma parte– o las mal disimuladas ganas de ERC de emanciparse de sus compañeros de viaje, pero con la ruptura tan cerca ha llegado la hora de que los partidos analicen qué precio tiene para cada uno el divorcio.

A corto plazo parece evidente que quien sale más perjudicado es Junts, que sabe –o como mínimo lo saben sus integrantes con un pasado en Convergència– que fuera del Govern hace muy frío, que no es lo mismo afrontar las elecciones municipales del año que viene con las palancas de la Generalitat a mano –y los centenares de cargos de libre designación de los que dispone– que sin ellas y que descartando la suma con ERC no es fácil divisar un horizonte de regreso próximo a la Plaça Sant Jaume.

Esquerra, que en público asegura con la boca pequeña que quiere seguir con Junts pero que ya no puede esconder las ganas de gobernar en solitario, está convencida, en cambio, de que sin el ruido del rifirrafe constante entre socios podrá capitalizar la acción de gobierno y distanciarse electoralmente de un Junts que, opinan en el partido, sin el factor cohesionador del poder podría desangrarse en batallas internas.

Pero a pesar de los cálculos optimistas de Calàbria, también para los republicanos tiene costes la ruptura, sobre todo a medio y largo plazo. De entrada, porque 33 diputados es una aritmética escasa para lidiar en el Parlamento. Sin Junts, ERC podría sobrevivir con acuerdos puntuales con los comuns y el PSC, pero esto los dejaría en manos de los socialistas con la correspondiente pérdida de fuerza negociadora en Madrid, la clave de la legislatura del president Pere Aragonès.

Perder la Generalitat

El coste verdadero para ERC, sin embargo, es a largo plazo. Enfrentados con Junts, la única opción de los republicanos para retener la Generalitat más allá de esta legislatura pasaría por quedar por delante de un Salvador Illa al que las encuestas sitúan líder destacado en la carrera electoral. Y tres cuartos de lo mismo pasaría con Junts. Este es, en definitiva, el precio que puede tener la ruptura entre Junts per Catalunya y Esquerra: el riesgo de renunciar, una década después, a que la Generalitat tenga un gobierno independentista. Sobre este dilema pivotaran las próximas 48 horas.

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