"Hay demasiada inmigración": ¿una percepción o una realidad?
La ideología tiene un impacto importante en la cantidad de población inmigrada que vemos
BarcelonaTodos nosotros vamos por el mundo con una pieza que raramente podemos sacarnos de encima: las gafas ideológicas. Tendemos a valorar mejor la economía cuando el partido que gobierna es nuestro e inmediatamente cambiamos de opinión si nuestro partido pierde y el rival obtiene la victoria. En un mundo complejo, en el que es difícil —a menudo imposible—formarse una opinión acorde con un análisis frío de los hechos o de los datos, utilizamos a menudo las gafas ideológicas, un atajo cognitivo que nos permite navegar por el mundo político. La pregunta “¿estoy a favor o en contra?” suele ser más bien “mi partido o mi ideología ¿qué diría ante un caso como éste?”. Una forma de procesar que, según el Nobel Daniel Kahneman, fallecido en marzo de este año, forma parte del sistema 1, es decir, ese proceso de pensamiento que se caracteriza por ser rápido, automático e intuitivo. En política, sobre todo en épocas de conflicto ideológico, el sistema 2, lento, deliberativo, consciente e intencionado, a menudo brilla por su ausencia.
Las gafas ideológicas no sólo afectan a la forma en que vemos la economía, nuestro posicionamiento sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat o la valoración de cómo juega la selección española. También tiene un impacto a menudo importante en cómo percibimos el mundo de nuestro alrededor. Por ejemplo, la cantidad de población inmigrada que vemos. El tema de la inmigración lleva tiempo presente en el debate político y suele ser una de las herramientas a menudo brandadas por los partidos de extrema derecha. Según el barómetro de opinión política del Centro de Estudios de Opinión publicado este jueves, un 48% de los encuestados están de acuerdo o muy de acuerdo con la afirmación de que "hay demasiada inmigración en nuestro país".
Que se perciba que existe “demasiada inmigración”, puede depender de la realidad, pero también de la percepción. Según datos del propio CEO, los catalanes creían a finales del 2022 que había un 36% de población inmigrada, cuando la cifra real según el padrón de habitantes rozaba el 21%. Acertar un valor real siempre es complicado, pero si sistemáticamente se sobredimensionan, el patrón que emerge es otro. Lo vemos cuando desgranamos los datos por partidos: los votantes de todas las formaciones políticas sobreestiman la cantidad de inmigración que existe.
Aliança Catalana y Vox, las dos formaciones de extrema derecha del Parlament, son las que tienen a los votantes más contrarios a la inmigración. El 97% de los electores del partido de Sílvia Orriols y el 88% de los de Abascal creen que hay demasiados inmigrantes, seguidos de los del PP y Junts (62%). Los de los comunes (22%) y la CUP (24%) son los que tienen una visión más positiva del fenómeno, y los del PSC (43%) y ERC (45%) también se sitúan por debajo de la media.
Percepción local también equivocada
Cuando miramos los datos por municipio, observamos que el patrón se mantiene: en buena parte de los municipios catalanes los residentes ven mayor inmigración de la que realmente hay. Los motivos para que esto ocurra son diversos, pero podemos destacar dos: primero, cuando un municipio tiene un porcentaje de inmigración relativamente elevado, la percepción de las personas se acerca más a la cifra real. Por tanto, cuando las cifras son relativamente bajas, los autóctonos perciben su contraste y tienden a exagerarlo (aunque sea indirectamente). Segundo, la segregación juega un importante papel.
En aquellos municipios donde la población inmigrada vive toda junta, en espacios muy concretos, y hay poca mezcla, la sensación del “nosotros y ellos” aumenta y, por tanto, se sobreestiman más los volúmenes de inmigración. En cambio, cierta mezcla ayuda a reducir los estereotipos negativos hacia los demás. ¿Qué hacer? Campañas antirumores, estrategias para desmontar la desinformación o políticas públicas para favorecer la interacción suelen ser parte del menú de opciones. Pero un camino que siempre es tortuoso, sobre todo cuando la dinámica política empuja las percepciones hacia la exageración.
Un dato curioso
A principios de junio algunos diputados italianos decidieron cambiar las leyes mediante el boxeo. El Palacio de Montecitorio, sede de la cámara baja, fue testigo de empujones, choques e intentos de puñetazo entre miembros del Movimiento Cinco Estrellas y de la Liga Norte. La escena chocó por inusual en un país de la Unión Europea, aunque los onorevole diputados italianos ya se habían intentado atizar en el 2017. Sin embargo, Italia no es el país donde más peleas se observan en el Parlamento. Desde 2014, Turquía y Ucrania encabezan la clasificación, con un total de 15 peleas cada uno. En la lista de países con más peleas son habituales las democracias débiles o las autocracias electorales. Taiwán es el primer país democrático que sale en la lista, con un total de 7 peleas en ocho años. Aunque se puede tener la sensación de que las cuestiones simbólicas son las que generan este intercambio de puños, lo cierto es que la mayoría de discrepancias se originan después de discusiones sobre políticas públicas.