BarcelonaLa izquierda siempre está en crisis, pero no siempre gobierna cuando el mundo también lo está. Esto podía hacer más atractivas las jornadas de la Universidad Progresista de Verano de Catalunya (UPEC), donde ha hablado una izquierda con poder y responsabilidades en vez de una prometiendo todo lo que haría si lo tuviera. Para quien no la conozca, la UPEC es más Primavera Sound que el Sónar, un festival del mainstream de izquierdas catalán que arriesga poco y dónde no falta una cara conocida. Este año, en la inauguración estaba Pere Aragonès y Jaume Collboni, la conferencia de clausura estará a cargo de David Fernández y este viernes, 1 de julio, estamos en la Sala Brigadas Internacionales, en la sede de la UGT de la Rambla de Barcelona, para escuchar a Oriol Junqueras, Ferran Pedret, Jéssica Albiach y Maria Sirvent hablando de La izquierda entre la esperanza y el temor.
Las esperanzas de un debate de ideas se desvanecen con las primeras personas del plural: aquí todo el mundo ha venido a representar a su partido y la cosa será como una sesión de control en el Parlamento, pero sin derechas. Dicho y hecho, los ponentes intervienen en orden de mayor a menor peso político y cada uno elige el tema que más conviene a la respectiva estrategia electoral. Sirvent, de la CUP, puede ser la más osada y escoge economía y revolución: "Nos encontramos en una sociedad en la que cada vez es más difícil llegar a final de mes. Hace falta que la izquierda recoja esta situación con políticas transformadoras y valientes". Albiach, el partido de la cual gobierna España y Barcelona, se siente más cómoda con un caballo de batalla general como la crisis climática: "Hay una pugna entre PSC y Esquerra Republicana por ser el partido del establishment. Esto es lo único que explica que se estén sacando adelante medidas como los Juegos Olímpicos, la Copa América o el Midcat".
Pedret, del PSC, ignora directamente la política nacional: "Es inexplicable que la izquierda no esté articulada internacionalmente. Las políticas que revirtieron las desigualdades en los treinta gloriosos en Europa y podían estar hechas en el marco del Estado nación ahora no tendrían el mismo éxito si no fueran, como mínimo, a escala europea". Finalmente, Junqueras, que ha entendido la naturaleza universitaria del acto mejor que sus camaradas, y que se siente como en casa en contextos seminarísticos, aprovecha para hablar de historia y dibuja un hilo temporal entre los inmigrantes asesinados en Melilla la semana pasada y la Semana Trágica: dos situaciones que tuvieron su origen con conflictos de la soberanía española en la cumbre del Gurúgú. "Si acabamos haciendo lo mismo hoy que en 1909, no lo conseguiremos", afirma.
Después de muchos rifirrafes partidistas disfrazados de intervenciones, llega el turno de preguntas y uno de los asistentes lo aprovecha para regañarlos: "Ha sido el acto más aburrido de las jornadas". Seguramente, el hombre debía de buscar ideas nuevas y se ha encontrado con políticos repitiendo expresiones como "rearmarse ideológicamente" y "ser más transformadores", sin ni un solo ejemplo concreto y alentador de cómo hacerlo. Cogiéndonos a la analogía histórica de Junqueras, la podemos exprimir para ver que la diferencia más importante entre el pasado y el presente es la imposibilidad de imaginar una revuelta popular contra cualquiera de las crisis discutidas como las que hubo en el siglo XX, lo que querría decir que, entre la esperanza y el miedo, hay sentimientos políticamente igual de poderosos, como por ejemplo la apatía.