Jordi Pujol y el mito de Jonás

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Pujol reaparece en el homenaje a Rigol

BarcelonaUnos meses después de la confesión del 25 de julio del 2014, de la que hoy hace una década, Jordi Pujol escribió un artículo que no ha publicado pero que a lo largo de los años ha ido actualizando y repartiendo a quien ha pasado por su pequeño despacho de la calle Calàbria de Barcelona: se titula una “historia bíblica” y siguiendo sus profundas convicciones religiosas compara su auge y caída con el mito de Jonás. La historia que cuenta es la siguiente: "Jonàs era un profeta importante. Y amado. Pero incumplió un encargo del Señor. Cometió un grave carencia por debilidad o confusión. Y a raíz de eso cogió un barco para huir. El mar estaba encalmada, pero de repente se desató una gran tormenta. Y los marineros se preguntaban: «¿Quién es el culpable de esta desgracia?». Y Jonás dijo: «Soy yo el que ha pecado. El que ha desobedecido al Señor.

Jordi Pujol pensaba en ello después de aquel comunicado el viernes 25 de julio del 2014 en el que confesó haber escondido dinero en el extranjero durante más de 30 años. Pensaba en la culpa, pero también en la reparación y en la expiación, porque Jonás, añadía, tuvo un “final feliz”. A Jonás le arrojaron al mar, sí, pero según el pasaje le tragó un pez y después de tres días de arrepentimiento lo escupió en la playa. Es decir, vivió una suerte de resurrección después del castigo. Pujol está viviendo algo esto a la espera de si hay juicio de su caso: después de años de ostracismo –“Yo ahora estoy muy al margen de la vida pública y así lo fue, lo reclamé”, escribía él mismo en el 2017–, no sólo ha vuelto a la vida civil, sino que ya vuelve a ser reivindicado públicamente. Ya no es repudiado en los actos oficiales, sino que le invitan. Y con el fin del Proceso, vuelve a aflorar su fórmula: un pez en el empollo actualizado que practica Esquerra y ahora vuelve a asumir Junts. También el PSC reconoce parte de su obra de gobierno, pese a la distancia ideológica y la rivalidad histórica. Y es que los tres partidos buscan lo mismo: emular la fórmula de la Coca-Cola que le permitió gobernar ininterrumpidamente durante veintitrés años a la Generalitat.

El barco

Si Pujol es Jonás, el barco sería Convergència y, en estos términos, la nave sí acabó en el fondo del mar. No por decisión de Pujol, sino porque los capitanes de ese momento, encabezados por Artur Mas, consideraron que no podrían aguantar la tormenta que el expresidente había desatado presionado por las informaciones que salían fruto de la operación Catalunya. Su diagnóstico era que aquel partido fundado en 1974 en Montserrat no podía desatarse ni de Pujol ni de su familia. Extinguir a CDC era una condición necesaria, a su juicio, para sobrevivir a raíz de los efectos simbólicos que implicaba el caso Pujol. Pero también había cuestiones prácticas: necesitaban un cortafuegos por la responsabilidad penal de los casos de corrupción del Palau y el 3%, este último todavía pendiente de juicio.

“Se agobiaron”, ha diagnosticado alguna vez Pujol al ser preguntado por la disolución de CDC, a la que siempre se resistió. No en vano en su despacho todavía guarda el olivo, picado a piedra, del primer logo del partido. Esto le genera, a menudo, una relación de toma y daca con Junts: pese a que apoyó a Carles Puigdemont el 12-M, los junteros todavía hablan de CDC con la boca pequeña, lo que genera incomodidad al expresidente ya su entorno. Ocurrió durante la campaña: hay cosas “demasiado convergentes” para los exconvergentes que pelotan la cúpula de Junts. Un acomplejamiento, para unos, y una forma de marcar distancia con el pasado y lo que conlleva, para otros.

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