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La cabeza de la diplomacia europea, Josep Borrell.

Madrid"Siendo presidente de este Parlamento, en 2007, tuve la oportunidad de decirle cara a cara a Putin, después del asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya: «No cambiaremos derechos humanos por su gas»". Esta frase, pronunciada en la Eurocámara el pasado martes por Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, provocó un aplauso unánime de los eurodiputados; algunos de ellos incluso se pusieron de pie. Sin duda fue el momento culminante de la carrera de Borrell. El político catalán, que fue recibido con un cierto escepticismo en las instituciones europeas cuando llegó en 2019, ha visto reforzada su posición y ha conseguido convertirse en la voz de una Unión Europea inusualmente unida a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Pero no siempre fue así.

Muchas personas que han trabajado o tratado con él coinciden en decir que es una persona arrogante, altiva, distante y condescendiente con su interlocutor, lo cual quedó patente durante el incidente que protagonizó al inicio de su mandato con un periodista inglés de una televisión alemana que le preguntó por qué España no afrontaba una reforma constitucional. Borrell perdió los papeles y abandonó el plató gritando “Stop it, stop it”. 

Escepticismo inicial

La periodista Alexandra Brzozowski, de la red de comunicación europea EURACTIV, explica al ARA que, efectivamente, la llegada de Borrell a Bruselas fue recibida con frialdad: “En un principio, la percepción de los periodistas aquí era que sí, que era un político experimentado, pero no necesariamente un diplomático, teniendo en cuenta que dio algunos pasos en falso durante su año como ministro de Exteriores español. Su edad también planteaba dudas debido a la agenda de viajes que comporta el cargo”. Además, según Brzozowski, cometió su principal error en la visita que hizo a Moscú al ministro ruso Serguei Lavrov, que lo humilló comparando la situación del opositor Navalni con la de los presos políticos independentistas catalanes.

Pero con esta crisis todo ha cambiado. La periodista especializada en política exterior europea considera que “la invasión rusa ha tenido un gran impacto en la imagen tanto de Borrell como de sus ideas sobre la llamada brújula estratégica (strategic compass, en inglés), que se ha convertido en su proyecto personal”.

¿Y qué es la brújula estratégica? Pues el plan que ha diseñado para aumentar la autonomía estratégica de Europa, básicamente en el campo de la energía pero también para aumentar su poder disuasorio, es decir, la fuerza militar para hacer frente a retos como el que plantea Putin. Borrell tiene la autoridad que le da poder decir que hace 20 años que avisa que la dependencia energética de Rusia es un problema. Estos días circula un vídeo donde se le ve hablando de la cuestión en la campaña de las europeas del 2009. En un acto en Oviedo dice cosas como “los jóvenes pensáis que el estado natural de las cosas es la paz, pero no, es la guerra” o que “Europa importa el 70% de la energía que consume de Rusia y los países árabes, que no son gente demasiado de fiar”, con su clásica desenvoltura.

El portugués Pedro Marques, vicepresidente de Asuntos Exteriores del grupo socialista europeo, explica al ARA que Borrell tiene “credibilidad” por haber defendido estas ideas desde hace años. Marques considera que Borrell se ha ganado el respeto de los miembros del Consejo Europeo. “Ha sido muy importante a la hora de aprobar las sanciones a Rusia: convenció a todo el mundo en muy poco tiempo para conseguir una unanimidad que no habíamos tenido nunca”.

Y finalmente hay un factor que también resulta determinante: su fuerte personalidad, que ya hemos visto que tanto le puede hacer cometer errores como asumir un liderazgo en una Europa falta de referentes. “En una crisis como esta su carácter ayuda, la guerra necesita gente fuerte con ideas claras, y él las tiene”.

Lenguaje del poder

También coincide Alexandra Brzozowski: “De repente se ha visto que la necesidad de la UE de hablar el lenguaje del poder tiene sentido. Y el hecho de que las declaraciones ahora se asocien con acciones contundentes posiblemente por primera vez”. En otras palabras, la primera vez que la UE ha aprobado unas sanciones durísimas contra una potencia como Rusia y tiene que usar un lenguaje casi bélico, ha encontrado en Borrell la persona indicada, alguien que no comparte la clásica retórica meliflua europea y que defiende que la UE sea una potencia de verdad en todos los ámbitos, también en el campo militar.

En conclusión, Borrell es alguien que se cree la UE justo cuando en frente tiene a alguien, Vladímir Putin, que no la reconoce y la trata con desprecio. ¿Y qué mejor que alguien antipático e incluso desagradable, capaz de defender que hay que “desinfectar” a independentistas catalanes, para poner voz a una Europa que necesita, por primera vez en muchos años, dar un poco de miedo?

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