El nuevo independentismo que no promete la luna

Es una nueva jornada histórica en el Parlament (hace 90 años que un candidato de ERC no se presenta a la investidura), pero la sensación es que, comparado con 2017, las revoluciones en el ambiente han bajado mucho. En la calle, a penas seis personas con esteladas, y dentro, Nacho Martín Blanco (Cs) pide rutinariamente la palabra para protestar por el voto delegado de Lluís Puig. Laura Borràs no se tiene que esforzar mucho para cortarle. Queda muy lejos la tensión entre Carlos Carrizosa y Carme Forcadell, y el tono pausado de la presidenta del Parlament contribuye a este amodorramiento general.

Por eso sorprende la vehemencia de Pere Aragonès cuando ensarta su discurso. Al contrario de lo que pasó con Quim Torra, etamos ante una persona que se ha preparado a conciencia para este momento, que no deja nada al azar, que parece y es, en definitiva, un político profesional. Hace unos años esto habría restado. Ahora ya no está tan claro.

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El discurso marca precisamente distancias con el torrisme: cita al Fuster más descreído (“ni visques, ni banderes, ni himnes”) y dibuja “una adscripción nacional moderna”, sin “reminiscencias históricas” y donde todo el mundo es bienvenido. Martillea con la fórmula “Generalitat republicana” tantas veces que la llega a gastar, pero no dice nada del Consell per la República. Su obsesión es subrayar que será “el presidente de todos” y que Catalunya tiene que continuar siendo “un solo pueblo”. Y entonces, al hablar de la mesa de diálogo con el Estado y la resolución del conflicto, llega la frase que define mejor la lección de 2017: “No les puedo garantizar que saldrá bien, pero no desfalleceremos”. Es el nuevo independentismo que toca con los pies en el suelo y no promete la luna.

En conjunto el discurso es un compendio del ideario clásico republicano de izquierdas pasado por el filtro del junquerisme con toques de la CUP. Junts, que no se define en el eje izquierda-derecha, no encuentra, sin embargo, donde agarrarse. Y entonces adopta un papel ingrato, el de socio ofendido y enfadado. “El pressing Junts no funciona”, dice Batet. En cambio en la CUP respiran tranquilos y sonríen. Todavía tienen muy presente el trauma de 2015.

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Diferencia con Iceta

Salvador Illa también es un político profesional, efectivo y directo, pero sin la cintura de Miquel Iceta y con un discurso marcadamente más conservador (se centra en defender a los Mossos). A Aragonès se le nota que disfruta confrontándose con él y el duelo acaba con buenas palabras por parte de los dos. El PSC no será un mero espectador de la legislatura.

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Laura Borràs aprovecha la interveción de Ignacio Garriga (Vox) para marcar perfil como presidenta y denuncia las “generalizaciones injuriosas” de su discurso. Aún así, el gran protagonista de la jornada es Aragonès, a quien no parece que le afecten el fracaso de la votación ni los reproches de sus socios. Se encuentra cómodo en el debate parlamentario y no parece que le importe tener que volver todas las veces que haga falta. Ayer, sin embargo, su corrección y mano extendida no consiguió ablandar a Junts. Más bien al contrario.