Sentimientos en torno al 12 de mayo

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Un hombre depositando una papeleta en una urna, en unas recientes elecciones.

MadridEstos días me pregunto con relativa frecuencia qué pensarán los dirigentes políticos que encabezaron el Proceso de su experiencia personal, si han analizado muchas veces en qué pudieron equivocarse y si ha merecido la pena. Esto vale tanto para los que pasaron por la cárcel como para los que se fueron y han estado años o todavía están lejos de los escenarios que hasta los últimos meses del 2017 habían sido los propios de su vida. Distanciados ya de los momentos de mayor efervescencia de la pasión política, y después de episodios mucho más recientes, en los que habrán podido comprobar hasta qué punto a veces el curso de los acontecimientos depende sólo de la aritmética pura y dura –en este caso , la parlamentaria–, ¿qué pensarán de su trayectoria personal y qué provecho han sacado? Y no me refiero a nada material, obviamente.

¿Están orgullosos, se respetan más a sí mismos? Se arrepienten de algo, ¿creen que dieron algún atolladero? ¿Qué esperan haber obtenido para el pueblo de Catalunya? ¿Se sentirán para siempre víctimas? ¿Esperan un agradecimiento permanente de una parte importante de la sociedad catalana por lo que intentaron, los voten o no el 12 de mayo? Quisiera ya tener una respuesta sincera a este “cuestionario Proust” sin el estímulo del perfume de las magdalenas para activar sentimientos y recuerdos. Es probable que lo que hayan pensado en estos años sobre su experiencia haya tenido variaciones según el momento. No podían sentirse igual el día que se marcharon de la Audiencia Nacional hacia la cárcel que el día que salieron. Yo estaba, en la plaza de la Villa de París, en Madrid, la tarde en la que se supo que algunos de ellos, encabezados por Oriol Junqueras, quedaban detenidos y los llevaban hacia centros penitenciarios.

Recuerdo a Marta Rovira, expectante en la calle, esperando noticias, y horas después, cuando llegaron los autos judiciales, tenso y desencajado. Y también se me forma de nuevo la imagen de los asientos –no era propiamente un banquillo de acusados- que ocuparon los procesados ​​en el salón de plenos del Supremo durante el largo juicio de la causa del 1 de Octubre. Tengo grabada, entre otras, una frase de pocas palabras que Junqueras pronunció a preguntas de su abogado, Andreu Van den Eynde. “Yo quiero a España”, dijo para explicar las intenciones de los independentistas. “Es sabido por todos –añadió– que somos autodeterministas y que queremos la independencia de nuestro país. Y antes de que independentistas somos republicanos, antes de que republicanos somos demócratas y antes que demócratas –y espero que se entienda bien– somos buenas personas”. Al tribunal le interesaban los hechos, más que las convicciones, pero no le cortó.

Han pasado cinco años del juicio y ahora vuelve a haber una cita electoral de cuyo resultado pueden depender muchas cosas, el curso general del país, de España y de Catalunya. Y me llama relativamente la atención que la principal incógnita de estas elecciones sea la fuerza que ahora mantengan los independentistas. Es decir, si la fuerza social que desencadenaron los líderes del Proceso –tan divididos en estos momentos– sigue más o menos derecha. Digo que me llama la atención porque los comentarios esperanzados que siento con mayor frecuencia en todo tipo de ámbitos en Madrid es que los independentistas no puedan ni plantearse gobernar. Es como si se deseara que, con o sin amnistía, el principal castigo para los líderes del Proceso consista en la frustración electoral y la pérdida de confianza.

Costará superar este tipo de sentimientos, que forman un fenómeno social. Y no me refiero sólo a la derecha sociológica, sino también a la inmensa mayoría de la izquierda, sobre todo a la socialista. Y Podemos y Sumar hablan de referéndum, pero con la boca muy pequeña, admitiendo la doctrina del Constitucional en el sentido de que una convocatoria de este tipo, de verdad, debería pasar primero por una reforma de la Constitución. Quiero decir con todo esto que cabe preguntarse dónde pueden haber ido a parar los proyectos, o los sueños, ya no de los partidos, sino de los ciudadanos que salieron a la calle el 1 de octubre de 2017 para ir a votar, intentando superar los obstáculos impuestos por las fuerzas del orden.

La etapa del enderezamiento

Las encuestas pueden darnos algunas pistas, pero en realidad el escenario postelectoral es bastante incierto. Los resultados de los sondeos apuntan a Junts como segunda fuerza política y colocan por detrás a ERC, lo que puede interpretarse como un castigo por su opción por el diálogo con el gobierno de Pedro Sánchez. Sin embargo, el primer partido sería el PSC, que es el brazo de los socialistas en Catalunya. ¿Dónde estamos entonces? ¿Es verdad lo que una de las características más acusadas de la sociedad catalana es que "quiere y duele"? Casi seis años y medio después de la cita electoral de diciembre del 2017 –en la que el partido más votado fue Ciutadans, desaparecido del todo–, ¿hacia dónde queremos ir? Lo que pueda decir y hacer Carles Puigdemont, ¿por ejemplo, supone un proyecto de futuro? Lo pregunto teniendo en cuenta su situación personal, que no creo que se resuelva en pocos meses. Y lo vinculo con el contraste inmenso entre lo que decían que querían los líderes del Proceso y lo que han logrado efectivamente.

Particularmente, no considero ningún éxito para nadie la mala digestión que la sociedad española está haciendo del proyecto independentista catalán. Tampoco creo que llegue a plantearse un referéndum de autodeterminación en los próximos años, con el actual sistema de partidos. La salida vital de Catalunya sigue siendo la que puso en marcha la Constitución, combinando el apoyo a la gobernabilidad con las exigencias y la negociación perseverante. Lo importante es saber afianzarse individualmente y como sociedad. La perseverancia y la humildad no son contradictorias con el orgullo y la firmeza. Y habrá que aprovechar los momentos y oportunidades. Pedro Sánchez ha sido –aún lo es– una oportunidad. Y Feijóo lo será también –sobre todo si logra que Vox no le condicione– en caso de que llegue al poder. Para ello, y mantenerse, tendrá que contar con Catalunya. Estos años han sido dolorosos y se ha desperdiciado mucho tiempo y muchas energías. El 12 de mayo debería servir para poner en marcha una larga etapa de enderezamiento, sin renunciar a nada, sino sabiendo cómo trabajar para conseguirlo.

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