Violencia sexual

Los abusos que se llevaron la joven Laura con 17 años

Un primo reconoció que le había agredido cuando era una niña, pero el juez lo archivó porque él era adolescente y no había ánimo "libidinoso"

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Uno de los dibujos de Laura

Barcelona"A toda la familia menos al hijo de puta que provocó gran parte de esto". Laura se despidió de los suyos a través de una carta. El 8 de abril de 2018, con sólo 17 años, decidió poner fin a su vida. "No puedo más, necesito escapar, estoy cansada de luchar", escribía. Empezó con autolesiones, clavándose una aguja para herirse. En septiembre del 2016 hizo un primer intento de suicidio tragándose unas pastillas. Aquí empezaron los ingresos. El miedo a la familia. El mundo que se tambaleaba siempre. Los medicamentos que no le permitían ni abrocharse los zapatos. En febrero de 2017 ingresó en un centro ITA de salud mental en Argentona. El primer mes estuvo aislada, sin contacto con su familia, porque en algunas ocasiones los padres pueden llegar a ser los detonantes de los problemas.

Al cabo de unas semanas, en abril del 2017, en una terapia grupal, una amiga habló de los abusos sexuales que había sufrido. La psicóloga vio cómo Laura se agitaba, angustiada, removida por lo que acababa de surgir en aquella sesión. Cuando la abordó para saber por qué había reaccionado con aquella incomodidad, la chica le confesó que había sufrido abusos sexuales por parte de un primo, Javier. Los hechos habían ocurrido en el baño de casa de los abuelos, desde que tenía tres o cuatro años hasta que cumplió ocho. Entonces, en esa primera revelación, Laura relató que las agresiones se habían repetido unas ocho veces y que el primo tenía casi 10 años más que ella.

A partir de la confesión, Laura se lo contó a Gemma, su madre, y al padre se lo hizo saber a través de una carta en la que le pedía que no denunciaran a su agresor, porque todavía no estaba preparada para dar un paso como éste. Además, en la carta relataba cómo el primo siempre le había insistido en que aquello era un "secreto" que no podía compartir con nadie más. Comunicarlo al resto de la familia no fue nada sencillo. Los abuelos paternos cuestionaron su relato: era mejor no removerlo, puesto que se trataba de cosas de niños. Más violenta fue la reacción de los progenitores de Javier. El día que quedaron para contarlo, Gemma no pudo acudir a la cita. Se rompió. Era incapaz de abordar esa conversación. El padre de Laura les leyó el escrito que su hija le había hecho llegar. Tras escuchar el contenido de aquella carta que apuntaba directamente a su hijo, la madre del chico entró hecha una fiera en el centro de Argentona, donde tenía la entrada prohibida, y fue muy dura con la niña. "Le dijo loca, que se lo inventaba todo", relató una amiga que lo presenció.

Con el paso del tiempo, Laura pudo reponerse poco a poco de la sacudida que había supuesto la revelación. En verano entró en un centro de día, y con el nuevo curso escolar se puso a estudiar bachillerato artístico en la escuela Massana de Barcelona. Durante aquellos meses, intentaba alejarse de los encuentros familiares porque esto la destrozaba. Sin embargo, los padres se separaron ese invierno y esto supuso un nuevo revés. En primavera, después de un viaje al País Vasco y de un encuentro familiar, Laura empezó a mostrarse muy angustiada. Por el cumpleaños del abuelo tenían prevista una salida familiar y por la parte paterna le dejaron claro que tenía que ir. Javier también. Aquello lo precipitó todo. Entregó unas cartas a una amiga, y el 8 de abril aquella niña de 17 años se suicidó.

Uno de los trabajos de Laura en la Massana

Denuncia, duelo y libro

Casi un año después, el 20 de marzo de 2019, Gemma decidió denunciar la agresión. Hacía meses que hablaba con los Mossos d'Esquadra, incluso antes de perder a su hija, pero ese día tuvo fuerza suficiente para seguir adelante. La policía catalana recogió todas las cartas en las que la niña explicaba lo que le había sucedido. También el testimonio de la psicóloga del centro ITA, de una profesora de la Massana y de seis amigas a quien Laura lo había relatado. Las fechas en que se habían producido las agresiones variaban: algunos testigos explicaron que los abusos habían seguido hasta que Javier era ya mayor de edad. En su declaración, tal y como había reconocido al padre de Laura un tiempo antes, el mismo chico admitió dos contactos sexuales durante las Navidades de 2004 y 2005, cuando ella tenía 4 y 5 años y él era un adolescente de 15. El acusado se defendió argumentando que se trataba de una "curiosidad" sin "maldad", un juego por "ambos lados". Tras escuchar a todas las partes implicadas, el caso se acabó archivando. La Fiscalía esgrimió que no se apreciaba "ánimo libidinoso" en la conducta del chico, y que se enmarcaba dentro de "una actuación puntual de un adolescente sin connotación explícitamente sexual".

"Después del suicidio, al ver las cartas, tuve la necesidad de denunciar", relata Gemma, que siempre ha tenido la sensación de que "como madre", si le hubieran dado "más pautas" desde los centros, habría podido "hacer algo más" por su hija. Con los especialistas que acompañaron a Laura se trabajaba a fondo el tema de las autolesiones y los trastornos alimentarios. Sin embargo, la problemática de la violencia sexual quedaba siempre en un segundo plano, lamenta Gemma. Para que la gente tome conciencia sobre esta problemática y el impacto que puede tener sobre seres frágiles como Laura ha escrito un libro que se titulará Indestructiblemente frágil, el mismo nombre que llevará la asociación que Gemma quiere tirar adelante para "hablar" de una lacra social que no puede seguir silenciándose. "Será un homenaje, es una misión que sin querer Laura me ha encargado. Una misión de vida", resume Gemma, que ha convertido la pérdida de su hija, y los motivos que la llevaron al suicidio, en un motor de vida.

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