Comercio

Ser un buzón de Amazon, la salvación y la pesadilla de las tiendas de barrio

Hasta 100 paquetes al día: el pequeño comercio encuentra ingresos extras haciendo de punto de entrega de paquetes de grandes empresas

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Tienda de Nuria Palleja

BarcelonaNúria Pallejà hace 35 años que regenta la papelería Nuca, en el barrio del Poble-sec, en Barcelona. Siempre ha vendido los objetos de oficina y escolares de toda la vida: bolígrafos, libretas y también diarios y algún libro. Es un negocio pequeño y tranquilo que, según explica, le ha permitido vivir humildemente. Pero hace poco más de un año y medio que la actividad tranquila de la papelería se ha vuelto frenética. “¿Ves todos los paquetes que tengo aquí? Pues no es nada, comparado con lo que hay en el almacén”, asegura. Los bolígrafos, las libretas y los estuches han quedado prácticamente escondidos por hileras de paquetes de mensajería. En la tienda tiene un punto de entrega y recogida de paquetes, y en los últimos dos años, coincidiendo con el boom del comercio online, la situación la ha desbordado. Pero también la ha salvado de cerrar.

En solo diez minutos de reloj atiende a once personas, todas con un paquete en la mano para enviar o bien para recoger. En medio del caos también aparecen dos repartidores, uno que quiere dejar un palé lleno de cajas y el otro que pasa a recoger. Todo, mientras Núria navega entre hojas de pedidos y solo de vez en cuando vende una libreta.

Hace ocho años que esta tendera decidió añadir este servicio de paquetería a su comercio. Pensó que acercarse al comercio online, aunque fuera como punto de entrega y recogida, la ayudaría a trampear las diferentes crisis económicas. “Pretendía aumentar el flujo de gente que entra en la papelería y hacer nuevos clientes o más ventas. Entonces me llegaban unos tres paquetes a la semana”, explica. La realidad actual es otra: “Unos meses antes del confinamiento ya era una locura, ahora recibo unos cien paquetes al día. No para de entrar gente”, admite, mientras va validando códigos sin cesar de los clientes que llegan, la mayoría con paquetes de Amazon.

Núria intentando ordenar el alud de paquetes que gestiona entre la tienda y su propio almacén.

De tenderos a central de paquetería

El hecho es que los gigantes del comercio online trabajan con empresas de mensajería y logística que utilizan los pequeños comercios de barrio en su estrategia de distribución para conseguir mejorar el tramo final del proceso de entrega, que se conoce como última milla. En toda España hay decenas de miles. Los comercios reciben una pequeña comisión (unos 30 céntimos) por cada paquete que gestionan. Así, la papelería de Núria, que sola recepciona más de 2.200 paquetes mensualmente, se saca "un sobresueldo de entre 600 y 700 euros”. “Con esto pago el alquiler, los suministros y me he sacado deudas de encima. Me da mucho trabajo, pero estoy tranquila. Sin esto, quizás ya habría tenido que cerrar”, admite.

Núria no es la única comerciante de la zona que ha optado por esta opción para reavivar el negocio. Solo unas calles más arriba, en el barrio de Sant Antoni, la Óptica Marcos –uno de los establecimientos “de toda la vida”– también hace un año que ofrece el servicio como punto de entrega y recogida para los que compran y venden productos en la conocida aplicación Vinted. El local es uno de los más de 3.000 puntos de recogida que tiene la empresa de paquetería Mondial Relay en todo el Estado . “La gracia de esto está en las ventas cruzadas”, explica su propietario, Ermengol Penya. “Vienen a traer un paquete y, a veces, aprovechan y compran líquido para las lentillas, o bien se enamoran de una montura en concreto”, explica Penya. “Incluso ha pasado que alguien que venía solo por el tema online tarde o temprano necesita un cambio de gafas y simplemente recuerdan el local y vienen aquí”, explica.

Penya detalla que, normalmente, en su establecimiento gestionan una treintena de paquetes al día. “He tenido días récord, con 100 paquetes o más. Los que trabajan con Amazon tienen mucho más trabajo. Yo con lo que gano, unos 300 euros al mes, pago los suministros, pero lo que más me interesa del sistema son las ventas cruzadas”, aclara. Una calle por encima, la tienda Fènix Còmics hace lo mismo desde hace un año y pico con la paquetería de UPS. “Tengo unos 10 paquetes al día, me saco unos 100 euros al mes, pero sobre todo me interesa que entra mucha más gente, algunos que viven aquí al lado y ni nos conocían”, explica Carles Giménez, el propietario.

Una “relación de amor-odio”

A pesar de que este nuevo servicio ha ayudado a salvar algunas tiendas, como la de Núria, la relación entre el pequeño comercio y las grandes plataformas online no se salva de polémicas. “Quien realmente hace negocio son, como siempre, los grandes. Es, un poco, una relación de amor-odio”, admite el propietario de la óptica. “Nos hemos convertido en trabajadores suyos a cambio de una comisión ridícula, mientras que ellos se ahorran personal y alquiler de locales”, coincide Giménez. Los dos lamentan que, a veces, la imagen que da su tienda, con tanto movimiento de paquetes, no es la que ellos querrían.

Entrar en el terreno de juego de los grandes del e-commerce también les supone dolores de cabeza añadidos. “Me he encontrado peleándome con personas que habían comprado un producto que no llegaba y llamaban cada día a mi tienda para exigir responsabilidades, cuando yo no sé nada de su proceso de compra”, explica Penya. Entre los inconvenientes también destacan que el alud de paquetería ha llegado a colapsar sus establecimientos. “La Navidad pasada, en cada agujero entre las librerías había paquetes”, recuerda el propietario de la tienda de cómics. La papelería de Núria también colapsó: la cola para recoger o enviar paquetes salía del establecimiento y llegaba a cruzar la calle, hasta la plaza más próxima. “Tuve que organizar dos filas, una para los que traían paquetes y otra, preferente, para mis clientes”, recuerda.

Esta tendera también se ha encontrado la policía en la puerta. “A veces hacen seguimiento a vendedores o estafadores y acaban aquí; vete a saber lo que puede llegar a enviar la gente dentro de un paquete”, insinúa. Otros problemas son más anecdóticos. “Un día entró un chico que quería enviar una mesa de surf. Surrealista”, bromea Giménez. Núria también se ha encontrado de todo. “Tengo grabado un día que vino un hombre cargando un colchón de matrimonio, abierto y enfadado porque no era el que él quería –recuerda riendo–. Me llamó de todo menos guapa”. En otra ocasión tuvo que recepcionar una ducha: “Era de aquellas que te hacen masajes, ¡enorme!” No tanto como las empresas que ahora ahogan su negocio, que son, a la vez –y paradójicamente– a las que se aferra para resistir.

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