17-A

Una familiar de los terroristas del 17-A: "Ripoll es mi casa y Catalunya mi país"

El entorno directo de los autores de los atentados cree que la situación en la población ha empeorado en los últimos seis años

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Vista de la calle del Progres, al fondo el campanario del monasterio, Ripoll.

Ripoll"Mucha oscuridad, mucho caos": eso es lo que le viene a la cabeza cada vez que piensa en lo que hizo un miembro de su familia el 17 de agosto del 2017. "No se lo deseo a nadie", añade. Es una familiar directa de uno de los terroristas que sembraron el terror en la Rambla de Barcelona y en el paseo marítimo de Cambrils en dos atentados que mataron a 16 personas y dejaron a 345 más heridas y afectadas, según la sentencia del Audiencia Nacional. Ella, que pide que no se la identifique, ha intentado continuar con su vida, pero admite que le ha costado. Solo ahora, seis años después de ese fatídico día, ha decidido hablar con el ARA.

No lo ha olvidado ni lo ha superado. "Esto nunca se olvida, no se va de la cabeza", explica. Dice que es "muy duro", sobre todo porque no logra entender lo ocurrido. Asegura que ha "aprendido a seguir viviendo", pero siempre con una mochila en la espalda, "con el peso de todo lo ocurrido". La nota cuando piensa en ello, pero también cuando camina por las calles de Ripoll: "La gente nos mira diferente, como si hubiera perdido la confianza en nosotros. Y eso nos afecta".

Los atentados abrieron una herida que aún no ha cicatrizado en la capital del Ripollès. Lo demuestran los últimos resultados en las elecciones municipales. Ganó con comodidad Aliança Catalana, un partido de extrema derecha liderado por Sílvia Orriols, que ahora es la alcaldesa del municipio. Quienes la votaron, un 30% de los ciudadanos que acudieron a los colegios electorales, repiten el mismo argumento: "Los atentados marcaron un antes y un después". Un votante de Orriols explica que los inmigrantes están "barriendo" a los catalanes. Otro añade que desde el 17-A ha "perdido la confianza en ellos". Un tercero dice que hizo esfuerzos para "ayudarlos a integrarse" y se lamenta: "Así nos lo han devuelto".

"Ripoll es mi pueblo", afirma la familiar de los autores de los atentados. Cuenta que en algún momento se les ocurrió marcharse, pero se niegan a hacerlo. "Ripoll es mi casa. Mi trabajo está aquí. El peso lo llevaremos estemos donde estemos". Y no todo el mundo los mira mal. Siguen tratando con quienes los conocían antes del 17-A. "Nosotros tenemos buena relación con mucha gente", añade. Sin embargo, esto no quiere decir que no esté preocupada. "Lo que ocurrió también hizo que sea más fácil mostrar el rechazo hacia una cultura y sea más aceptado por el resto. Facilita una postura que quizás mucha gente ya tenía antes de los atentados", sentencia.

Esto ha tenido consecuencias, y hay indicios de ruptura entre comunidades. "Seguimos viviendo en el mismo pueblo y compartiendo espacios, pero nos relacionamos poco", comenta la familiar. En las escuelas, varios testigos que lo viven en primera línea explican que la integración funciona pero que desde hace unos años los colectivos cada vez se diferencian más. A la hora del patio, por ejemplo, cuesta más que jueguen todos juntos o que hagan amigos de fuera de su comunidad. Ahora es más difícil ver a grupos de amigos que mezclen magrebíes y catalanes. Antes, cuentan varias personas de Ripoll, esto no era así.

De hecho, los propios terroristas del 17-A iban con amigos de orígenes diversos, y parecía que se habían adaptado al Ripollès. Ahí habían crecido, estudiado y antes de los atentados trabajaban. Sin embargo, un día "desaparecieron", explica una persona que había tratado con ellos: "Al cabo de un año, volví a ver sus caras en televisión por primera vez en mucho tiempo". Fue el 18 de agosto de 2017.

"Estar unidos"

"Nos falta estar más unidos", aceptan fuentes del entorno de los autores de los atentados. Se ponen deberes a sí mismos, pero también a la comunidad catalana de origen. Ahora, interpretan, los ciudadanos de Ripoll han votado "echarlos" y eso, insisten, "afecta mucho". Desde la victoria de Orriols, se han oído comentarios en las escuelas que preocupan a los profesores. Como un niño que le dijo a un compañero de clase magrebí que ahora debería irse de Ripoll. Sea como sea, desde los centros matizan que no es una situación general.

Desde la victoria de la extrema derecha, "nuestra vida no ha cambiado", asegura la familiar de los autores del 17-A. Pero reconoce que también tienen un "sentimiento de miedo". Temen un movimiento que quiere cerrar las mezquitas de Ripoll o que hace público por las redes sociales cómo se ha expulsado a un inmigrante que estaba durmiendo en un parque en su trayecto hacia Italia para buscar una nueva vida. La familiar del terrorista reconoce ese sentimiento "de miedo", pero añade que sobre todo lo que siente es "tristeza". "No sentirse querido en tu pueblo no gusta ni hace sentirse bien", afirma.

De nuevo, tiene esa sensación de "no saber muy bien por qué ha pasado". "Creo que la gente teme a lo que desconoce, a las nuevas culturas, a la suma de las costumbres de unos y otros", resume. Sin embargo, no acaba de entender cómo todo ha llegado tan lejos. Tampoco por qué la herida no se ha curado pese a los seis años que han pasado. Cree que, en lugar de mejorar, la situación ha empeorado, hasta el punto de que discursos que antes eran minoritarios y criticados parecen ahora los más lógicos y populares. "Ahora es más fácil decir que quieres que los marroquíes se vayan todos a su país y que la gente se sume a esta idea. Y mi país es Catalunya", concluye la familiar directa de uno de los miembros de la célula terrorista de Ripoll.

Siete miembros de esta célula yihadista, entre ellos el imán de Ripoll, murieron en la explosión de Alcanar y en Cambrils o abatidos por los Mossos d'Esquadra. Younes Abouyaaqoub, el autor del atentado de la Rambla, fue abatido unos días después, por la policía catalana, en el Penedès. Los tres miembros del grupo terrorista que siguen vivos están todos en prisión tras la sentencia de la Audiencia Nacional de mayo del 2021. Mohamed Houli, Driss Oukabir y Said ben Iazza están condenados a 43, 36 y 8 años de cárcel respectivamente.

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