"O hacíamos un agujero en la pared o no sobrevivíamos"
El ARA habla con los vecinos de las primeras víctimas mortales confirmadas por el destructivo paso de la DANA
Mira (Cuenca)El agua sube a una velocidad estremecedora. En pocos segundos pasa de un metro a dos. El interior de la casa se niega. Solo quedan dos escalones para llegar al segundo piso, la máxima altura a la que se pueden proteger de la inundación. Y en ese breve margen de tiempo deben tomarse muchas decisiones. Decisiones que te pueden situar entre la vida y la muerte y que son tan complicadas como la de Agustina: si ella salta con su hijo a una terraza de al lado, su marido y su suegra, con la movilidad reducida, tendrán que quedar en casa y tendrá que esperar a que el agua no supere los dos escalones para poder volver a verlos de nuevo. Decisiones a la desesperada, como la de la Corina de hacer un agujero en la pared de su casa para salir a un huerto en alto y salvarse. Y decisiones que, por mucho que quieras tomarlas, te hacen sentir impotente porque no las puedes ejecutar. Como le pasó a Celsa, de 88 años. Nada pudo hacer para evitar que el agua acabara inundando los bajos donde vivía y fue la primera víctima mortal registrada de la DANA, el temporal que se ha llevado su vida y de un centenar más de personas a la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía.
Mira, un pueblo de la provincia de Cuenca que no llega a los 1.000 habitantes y que hace frontera con la Comunidad Valenciana, es un pueblo traumatizado por el paso desbocado de las inundaciones. Agustina llora cuando observa el álbum de fotos, lleno de barro, de sus hijos. Una del pequeño jugando al fútbol. Una de una celebración familiar. Recuerda aquella decisión de prácticamente "renunciar" a su marido ya su suegra. "Teníamos que tomar una decisión, no podíamos esperar más, el agua llegaba al segundo piso". La suegra no podía saltar y el marido se quedó con ella. Ella saltó a la terraza de al lado con su hijo. "Hablamos desde la ventana", rememora.
Todo ocurrió entre las cuatro y las cinco de la mañana. Con la luz del sol también llegó el ruido del helicóptero, que los rescató de esa terraza. Perdió el contacto visual con su marido durante unas horas. A su regreso, el agua se había llevado sus posesiones: las fotografías, los cuadros, los muebles... Pero su marido y su suegra estaban bien. El agua había quedado en el límite de la vida. La tristeza de ver su casa destrozada es grande, dice, pero remacha: "Si estamos vivos, ya es mucho".
Agustina vive junto a la Corina y no muy lejos de Celsa. Viven entre un torrente y un río, que se desbocaron y rodearon las casas como pequeñas islas en medio del océano. Los testigos recuerdan la rapidez del agua. "En pocos minutos pasó de un metro a dos", explica Juan Carlos. Él pensó que tendría tiempo de llevar el coche de su suegra a un sitio seguro, pero cuando llegó estuvo a punto de llegar tarde. No podía abrir la puerta. Su mujer y su hija de 13 años estaban en el segundo piso. Subió a una ventana. "Pero en pocos segundos el agua volvía a llegar a mis pies".
Un vecino gritó: "¡Una sábana, una sábana!". Y la mujer, Mari Carmen, le lanzó uno desde el balcón. Juan Carlos subió como pudo y se logró salvar. Pero sólo momentáneamente, porque empezaba la agonía para todos los vecinos de Mira: el agua cada vez se comía un trozo más de la escalera, aislándolos. Y cada vez oscurecía: no había luz y sólo se oían los gritos de los vecinos pidiendo ayuda y el sonido de fondo del agua avanzando sin freno. "Esperamos, y esperamos, y finalmente no subió más", explica Juan Carlos. Hoy han dormido en casa los abuelos, y su hija ha despertado a medianoche, tras una pesadilla, pidiendo si ya se les había "comido el agua".
Mientras Juan Carlos subía con una sábana, empezó a oír unos golpes. Venían de casa Corina. Pocos minutos antes, una quincena de vecinos de un conjunto de casas adosadas se pusieron de acuerdo ante el temor de que el agua llegara al segundo piso. Irían por los balcones hasta casa Corina y allí harían un agujero en la pared para salir en un huerto que quedaba un poco más alzado. Luego podrían subir a la montaña. Pero no era una misión fácil: había mayores y niños.
Colocaron camas entre los balcones para crear una pasarela medianamente estable hasta el piso de la Corina. Una procesión de una quincena de vecinos atravesó este puente improvisado con la riada avanzando a unos pocos palmos. De luz, sólo el pequeño reflejo de las linternas del móvil. "Pensamos que era hacer el agujero o morir", recuerda Corina. Los vecinos cogieron las antenas de los balcones y empezaron a golpear la pared desesperadamente. "Suerte tuvimos que una persona trajo un martillo de grandes dimensiones desde fuera, y pudieron hacer un agujero de poco más de un metro, por donde salió todo el mundo". También los pequeños Adrian, de cuatro años, y Didia, de tan sólo dos. Ahora, una línea negra tiñe un retrato de Adrian que subsiste en el comedor. Es la marca de esos imponentes dos metros hasta donde llegó el agua.
Impotencia
"Pensaba que me moría" es una frase que repiten muchos vecinos de Mira. Nunca habían visto nada así, y aseguran que no recibieron ningún aviso. De repente, en pocos minutos, el agua inundó sus vidas. Este jueves hace sol, pero el barro, que ha invadido las calles, no se seca. La herida todavía está abierta, y muchos se miran la casa de Celsa y se lamentan por su muerte.
Este diario sólo intenta explicar quién era Celsa a través de la voz de quienes la conocían. Tenía 88 años y sufría Alzheimer, además de su movilidad reducida. Sus hijas la cuidaban, pero esa noche estaba sola. No pudo hacer nada por salvarse. Guillermo, de 91 años, la recuerda con una sonrisa y explica que, de joven, era una de las chicas más guapas del pueblo. Era la heredera que muchos buscaban. Se casó con el carpintero de Mira, que murió hace tiempo, y pasó la vida cuidando a las hijas y ayudando a la carpintería. Es la única víctima mortal por el paso del temporal en Mira, donde por ahora no constan desaparecidos.
Ahora, lo que piden los vecinos son ayudas. Los seguros no les dan respuestas, y algunos inquilinos tampoco tienen de sus propietarios. Es un pueblo pequeño, donde todo el mundo se conoce, y donde no ha sido difícil encontrar una cama para pasar las próximas noches. Sin embargo, el gran problema es que no saben cómo lo harán para reconstruir sus hogares, devastados por el agua. Por momentos, pensaron que de su pueblo sólo quedaría "un pantano".
Utiel también llora a los muertos
Uno de los elementos que más golpea de las inundaciones es que, sobre todo, se ha llevado la vida de los más vulnerables. Está Celsa, pero también la Anuncia, y Ángel y Colombina, un matrimonio. Los tres eran personas de avanzada edad, de entre 80 y 90 años, que nada pudieron hacer ante el paso fulgurante del agua en Utiel. A pocos kilómetros de Mira, se encuentra esta población de 11.000 habitantes que ya forma parte del País Valenciano. La DANA dejó seis víctimas mortales y las trágicas historias se repiten.
La Anuncia estaba sola en unos bajos donde el agua alcanzó los dos metros. Según personas que los conocían, Ángel tenía problemas de visión y Colombina de movilidad. Vivían a pocos metros, prácticamente en la misma calle que la Anuncia, y vivieron el mismo drama. Otra víctima mortal iba en silla de ruedas. Hoy Utiel llora sus muertes mientras intenta limpiar el mar de barro que ha invadido el pueblo. De nuevo, el agua se lo había llevado todo. Solo quedaba el marrón. Y sorprendía que, en aquellas casas en las que se han perdido vidas, todo todavía estaba absolutamente igual; como si el tsunami hubiera terminado de pasar.