Huir de la zona cero: "No vayas allí, está todo destruido"
La carretera hacia Valencia se llena de vecinos desesperados por los familiares desaparecidos y de resignados por tener que dejar su casa
Paiporta"Aquello es Chernobyl, mejor dar la vuelta", nos alerta un hombre de Benetússer. Una vecina del mismo municipio añade: "Tiene razón, no vayas allí, está todo destruido". Los poco más de tres kilómetros de la carretera CV-400 que separan el barrio de Sant Marcel·lí de Valencia de los municipios de Paiporta y Picanya se han convertido este miércoles en un auténtico camino de fuga. Es la vía de escape de miles de personas que le han atravesado para dejar atrás la catástrofe sufrida en las localidades valencianas de la comarca de l'Horta Sud, el corazón de la devastación provocado por el peor temporal del siglo en el Estado.
Sus ropas, completamente salpicadas de barro, sus rostros, extenuados, evidencian que provienen de un escenario dantesco. Hay adolescentes, adultos, ancianos... También padres cargados con maletas y con sus hijos en el brazo. "Vamos porque allí no podemos quedarnos. No hay agua ni luz eléctrica, tampoco internet, y no encontrarás ningún comercio abierto", detalla José Manuel, un prejubilado que se encontraba en la casa de su hermano en Catarroja. Le acompaña en el camino un bastón. Una herramienta que se convertirá en un elemento compartido por muchos afectados: los millones de cañas arrastradas por el barranco del Poio reconvertidas en algo útil. Otro común denominador de la jornada serán prendas improvisadas como las bolsas de basura a modo de calentadores impermeables por los tobillos. Sólo echarán de menos un sombrero que los proteja de un solo inclemente. Tras la furibunda tormenta devuelve el calor mediterráneo.
"Te vas a encontrar con muchas escenas incómodas", advierte Rafa. Sus augurios se cumplen y llega la primera cata del desastre: cientos de coches, miles en toda la comarca, volcados en la carretera. Muchos tienen las ventanas bajadas como recuerdo del lugar por el que tuvieron que escapar sus conductores.
Se acerca Paiporta y el barro aumenta. El chapotegio de los zapatos al pisar se convierte en un sonido constante. La banda sonora de la suciedad y el desorden. La sórdida melodía es sustituida por el zumbido del agua que todavía baja con fuerza. La escena es aterradora. El barranco se lo ha llevado todo: las aceras, las paredes de los bajos, medio puente...
José Manuel Albert limpia con una pala un trastero situado en la calle Catarroja. Allí se acumulan más de treinta centímetros de agua y barro. Al fondo, decenas de coches se encuentran apilados tal y como les dejó la inundación. La imagen es estremecedora. "Yo vivo en un primero junto al barranco. El agua se quedó a un metro. Mi hijo bajó al garaje a mirar el coche cuando el agua ya se llevaba el vehículo. Menos mal que no intentó hacer nada", recuerda.
Muchos vecinos reconocen que deambulan por la calle porque no saben qué hacer. No es el caso de Vicente. Busca una conexión a la luz eléctrica para cargar su móvil y averiguar si su hijo Iván de 21 años está bien. "¿Tiene luz?", pregunta llamando a todas las personas que encuentra en los balcones. "Mi hijo estaba en Chiva, que es el lugar donde más ha llovido. Se resguardó en lo alto de la fábrica donde trabaja, pero no sé nada de él desde ayer a las 19 h", explica mientras se le humedecen los ojos.
También está muy inquieta Noelia. Su suegra, de setenta años, es una de las personas desaparecidas. Su marido, de 74 años, abandonó la casa para proteger el coche y al regresar ya no la halló. "No sabemos dónde está. El único sitio donde no han buscado es el garaje, pero está lleno de agua". Le preguntamos cómo mantiene la calma y nos explica que no puede permitirse otra cosa. "Mi suegro sufrió un infarto hace un mes, en estas circunstancias sólo puedes resistir, después veremos", concluye.
Desesperación en los supermercados
De la vecina localidad de Picanya es Esther Albert, residente a cien metros de una pasarela que se llevó el agua. Relata que en la calle de al lado ha fallecido un joven de 28 años. Vivía en un inmueble anejo al barranco. Fue a sacar el coche del garaje y ya no volvió. "Ha sido la peor noche de mi vida", reconoce. Y añade: "Ver el barranco era terrorífico". "Había alerta roja, pero como aquí no llovía, hacíamos vida normal. Había gente en los gimnasios... Es algo que no debería haberse permitido. Tampoco deberían habernos dejado circular en coche. administración debería haber sido más firme e informarnos mejor", enfatiza.
Al inicio del camino Rafa había hecho una advertencia muy contundente: "La gente ha entrado a hurtar en los supermercados. Se lo llevan todo, hasta los carros". De nuevo, el pronóstico se cumple. En un polígono industrial decenas de personas salen de un supermercado con carros llenos hasta arriba. Llevan comida pero también detergentes, lejía, alcohol... Incluso una pareja de jóvenes hurta calabazas de plástico de Halloween. Las personas cogen los artículos con prisa, nerviosos. El establecimiento está abierto de par en par. Hay inquietud, pero la Policía Nacional y la Guardia Civil no les detienen y dejan hacer. "Yo he entrado a buscar agua, pero después de comprobar este desaguisado, he cogido una botella de vino y unos zapatos por mi madre, es que se le han mojado", se justifica una mujer. "La gente está cogiendo las cosas a espuertas", lamenta otra que, sin embargo, también carga una bolsa.
A la salida de Paiporta encontramos decenas de buceadores, los especialistas encargados de buscar a los desaparecidos en los miles de garajes todavía inundados en toda la comarca. Volvemos a la CV-400. Hace menos calor, pero el camino se hace especialmente largo para Jaime y Amparo, dos vecinos de Benetússer de 83 y 82 años que dejan su casa atrás. Han caído tres paredes, carecen de camas, agua ni luz y temían no poder salir porque la puerta se estaba hinchando y cada vez estaba más encajada. "Desde Emergencias hace horas que nos decían que ya venían, pero nada", explica Amparo, la hija del matrimonio. Critica la "ineficiencia" de la administración. También la insolidaridad de los pocos vehículos que pasan por la carretera, ayuda alguna. Ni un coche de Policía Local que lleva a unos detenidos, ni un taxi que espera a la familia. Tampoco otros dos coches paran. En la quinta ocasión tienen más suerte y se detiene un todoterreno con dos jóvenes.
Al atravesar un río Turia todavía furioso, volvemos a Valencia. Un humo de gente entra y sale. Algunos han ido a comprar agua y comida y ahora vuelven a los pueblos. Otros los abandonan. "Esto parece un éxodo", resume un hombre a su compañera.