Medio ambiente

Jaume Flexas: "El futuro de las especies mediterráneas pasa por cultivar el mar"

Catedrático de fisiología vegetal en la UIB

Rosa Campomar
5 min

PalmaEl investigador de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) Jaume Flexas lleva diez años de forma ininterrumpida en el Highly Cited Researchers (HCR), el listado de científicos más citados del mundo. Este catedrático de fisiología vegetal y miembro del Grupo de Investigación en Biología de las Plantas en Condiciones Mediterráneas (Plantmed) y del Instituto de Investigaciones Agroambientales y de Economía del Agua (Inagea) llega a la entrevista asombrada de la gentío que ha visto por el centro de Palma. Nos ofrece una conversación llana y didáctica que muestra, sobre todo, cómo ama su trabajo y una cierta visión pesimista de nuestra especie.

Acaba de llegar de Chile en el marco del proyecto Popeye. ¿Qué estudia?

— Todo empezó en 2015 con el proyecto Topstep, que hemos desarrollado desde entonces con otros dos proyectos, Eremita y el actual Popeye. Partíamos de la hipótesis de que es imposible que las plantas muy productivas sean muy tolerantes a las condiciones extremas ya la inversa. Y nos planteamos que si alguna planta había conseguido salir de esta disyuntiva, tenía que vivir en lugares donde ni imaginarías que puede haber porque tienen condiciones muy complicadas. Y por eso hemos recorrido lugares como la Antártida, el Ártico, el Himalaya, los Andes, el Tíbet y desiertos como el de Atacama o Namibia, lugares con mucho frío, mucho calor o ambas cosas. En definitiva, se trata de responder a la necesidad de obtener plantas que más puedan producir, porque cada vez hay más gente, y que sean más resistentes porque tendrán que afrontar un clima cada vez más extremo.

¿Ha encontrado la superplanta que busca?

— Sí, hay una media docena de plantas que logran sobrevivir en condiciones muy difíciles. En estos lugares extremos del planeta no hay ninguna planta que crezca mucho, porque cuanto mayor eres, más calientas, pierdes más agua y más sufres... Ser grande en un ambiente donde las cosas no venden bien datos no es mucho útil. Y lo que hemos comprobado es que, pese a ser pequeñas, estas plantas hacen mucha fotosíntesis; por tanto, potencialmente tienen algunos genes que, si los consiguiéramos identificar y, posteriormente, implantar en plantas que sí crecen mucho, podrían ser útiles.

¿Y en qué punto de la investigación está?

— Debemos tener en cuenta que se trata de un proyecto a largo plazo. Ahora mismo nos encontramos en la fase de averiguar por qué estas plantas son tolerantes y si se debe a alguna razón anatómica o bioquímica. Ya empezamos a tener resultados y el objetivo es ver si podemos identificar bien aquellos genes esenciales que los hacen más tolerantes y trasladarlos a otros cultivos para valorar si éstos mejoran. Yo pongo 10 o 15 años más.

En la investigación estudie la situación en el Mediterráneo. ¿Cómo se nota el impacto del cambio climático y qué podemos hacer para afrontarlo?

— Un aspecto importante es que existe un retroceso de las especies típicas mediterráneas como, por ejemplo, la encina. Ahora cada tres o cuatro años hay lugares donde las encinas mueren, se secan. Antes ocurría cada treinta años. Queda claro que dentro de cincuenta años deberemos cambiar de especies. Habrá terminado sembrar la almendra; sembraremos otras cosas y los ingleses sembrarán viñedos, harán uva y vino. De hecho, ya empiezan a hacerlo. Siendo realistas, la solución a medio y largo plazo no pasa por la tierra, sino por cultivar el mar. Sólo una cuarta parte de la superficie terrestre es tierra, y eso te hace pensar. Y en ese espacio de tierra cada vez hay menos organismos vivos que no sean personas con sus casas y coches. La gran capacidad de creación de biomasa está en el mar, no cabe duda.

De forma ininterrumpida desde 2014, figura en el listado HCR de investigadores con más artículos citados del mundo. ¿Cómo lo valoráis?

— El primer año que hicieron la lista estaba muy emocionado. Ahora sólo necesito dejar de estar [ríe]. La verdad es que no tiene ninguna ventaja y sí muchos inconvenientes. Porque da una visibilidad que hace que todo el mundo quiera contar contigo. Te llaman para hacer de editor de revistas científicas, para estar en tribunales de tesis doctorales, para valorar plazas, para proyectos de investigación de agencias evaluadoras de todo el mundo... En el tenis sería como los que organizan Roland Garros , que les hace más gracia que vayan los diez primeros de la ATP que otros. La diferencia es que los diez de la ATP ganan una pasta y tienen a los mejores entrenadores y nosotros estamos como cualquier otro y no tenemos ninguna ventaja.

¿Pero no le llega más financiación?

— No, algo que sí ocurre en otros países. Hace unos años vino un investigador australiano que acababa de salir a la lista y me pidió cuánto nos daban para estar ahí. “Y nada, las gracias cuando piensan en ello”, le dije yo. Y no podía porvenir porque su universidad les daba 100.000 euros por cada año que salían a la lista, un dinero que podían destinar a investigar, con el objetivo de favorecer el seguir figurando en el ranking. Y que conste que no estoy criticando a nuestra universidad, porque, hasta donde yo sé, eso es igual en toda España.

Hablando de la UIB: ya ha cumplido cuatro décadas, y usted está vinculado a ella desde hace 30 años. ¿Cómo la ve hoy?

— Teniendo en cuenta las inversiones que se realizan en esta universidad y comparando con la financiación de otras universidades, ya no de España, sino en el mundo, demasiado bien está. En términos de producción científica, de calidad de enseñanza, es una universidad que está bien. Pero también os digo que sé que hay muchísimas universidades en el mundo donde investigar es cien veces más cómodo que en la nuestra, no me cabe duda.

¿Y cómo es esto?

— Por un lado, por estar en España. Hay una parte de burocracia que viene impuesta por los ministerios que es insalvable y la sensación que uno tiene es que está pensada para que la gente deje de hacer ciencia. En otros lugares del mundo no es así, existe una libertad absoluta para los investigadores, que no deben hacer nada de burocracia. Por otra parte, existe la cuestión de la financiación, que, si bien es cierto que en los últimos años ha mejorado, está por debajo de la media europea.

¿Ya preparan las maletas para el próximo viaje?

— Un poco, sí, porque este año iremos a Sierra Nevada, en los Pirineos, en Noruega y en Groenlandia. Se trata de viajes que deben prepararse muy bien porque al final vamos cargados con una gran cantidad de instrumental. Aparte de la almazara que es pasarlo por los aeropuertos, existe toda la intendencia para llegar a los lugares donde hacemos la investigación. Debemos adaptarnos a las características de cada sitio. En el Himalaya montamos un campamento a 4.000 metros de altitud; en el Pirineo estuvimos en un albergue, y en Chile utilizamos una autocaravana. Y es que ya no sólo es el instrumental, sino que también necesitamos espacio de laboratorio.

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