"No marcharemos hasta que no nos echen los Mossos"
Primera noche de incumplimiento del confinamiento nocturno en Barcelona
BarcelonaAlgunos de los bares y restaurantes están cerrados por algún positivo de covid entre el personal (el Petit Celler, delante de Catalunya Ràdio, ayer tenía la persiana bajada y no pudo acoger los brindis de final de temporada). Si llamas a los que están abiertos, no tienen mesa (y me alegra mucho). Todo el mundo tiene ganas de salir un viernes de una noche de verano. Las terrazas de la calle de Enric Granados, en el Eixample, están llenas de gente alegre, que cena de manera informal. “¿Tenéis mesa para echar una copa rápida?”, le pregunto a la amable camarera de La Moderna, la preciosa tasca que hay al lado mismo del Abacus. “Solo hasta las diez treinta, que está reservada”, me dice. Me siento a echar una copa de cava y a ver el ambiente. Me pregunto qué pasará a la una, cuando entre en vigor el toque de queda. “¿Dónde estás?”, le pregunto al compañero fotógrafo, mientras doy un sorbo. “En el Passeig del Born, que hay mucho ambiente”, me dice. A la hora acordada, me levanto y pago. “No tengas prisa, todavía tenemos tiempo, todavía no han venido los de la reserva”, dice la camarera con una sonrisa. Me viene a la cabeza otra camarera; la de la cafetería La Farga, también en la zona de Catalunya Ràdio, que es amiga mía. Lleva un reloj de esos que te cuentan los pasos que das. Ha comprobado que en una jornada laboral hace quince kilómetros. Mi respeto y agradecimiento infinito hacia este oficio.
A las once y media, el Born está a estallar de gente que ya ha bebido un poco y que, por lo tanto, sin querer, sin pensarlo, ya habla más fuerte y tiene un comportamiento más franco y desinhibido. Hay gente sentada en las terrazas, pero también hay gente que bebe por la calle. Entro en un bazar y me entretengo mirando los estantes. El dueño, claro, no me saca el ojo de encima, porque no es normal pararse tanto rato ante las latas de comida de gato. Enseguida, entran dos chicos, que compran hielo, tónica de litro, ginebra Puerto de Indias, vasos de cartón, un limón y un paquete de cuchillos de plástico (porque no los vednen uno por uno). Si se compraran una carretilla podrían montar una parada de gin tonics. Supongo que, a estas alturas, algún emprendedor está diseñando copas de balón de plástico, como aquellas, tan adorables, de cava, que tienen la base desmontable. “¿Dónde vais?”, les pregunto. Se me miran. No soy policía, ya se ve. “A la playa”, me dicen. “¿Hasta cuándo?”, pregunto. “¡No marcharemos hasta que no nos echen los mossos!” Le pregunto al tendero si, desde la pandemia, vende más alcohol a la juventud (me gusta usar esta palabra tan boomer). No hace falta que me conteste. Ahora entran unas chicas, que se llevan cervezas, refrescos, tónica, hielo y ginebra Puerto de Indias. En la tienda hay otras marcas para elegir, y supongo que cogen esta porque es dulce. El dueño del bazar no para de vender kits de botellón, que también incluyen patatas fritas y todo tipo de snacks.
A las doce y un poco, los camareros llevan la cuenta a los parroquianos de las terrazas y los parroquianos pagan y abandonan las terrazas. Persianas que se cierran, cadenas y candados en las plantas y las mesas. Pero por la calle, una muchedumbre de gente. Mucha, mucha gente. Los más jóvenes beben mientras andan, que es una modalidad curiosa. Repartidores de Glovo en bicicleta, chicas que bailan, y círculos, ya, de botellones. A las doce y media, puntuales, aparecen los Mossos, que les desalojan. “¿Qué pasa?”, preguntan los menos devotos del Procicat. “¿No sabéis que hay toque de queda?”, les pregunto. Y os aseguro que hay dos o tres que me preguntan, extrañados: “¿Qué significa toque de queda?” Con los Mossos detrás y los enseres en la mano (los gin tonics, los auriculares, los móviles, los vasos llenos...) andan pacíficamente. ¿Se van a casa? No lo creo. Recuerdo muy bien el día que dejó de estar en vigor el toque de queda. Era el nueve de mayo. Pasó aquello, tan curioso: de diez a doce no se podía salir, pero a las doce sí. Yo estaba en la calle, y vi como se llenaban las plazas de gente. No nos tuvo que empujar nadie, claro. Ahora, de nuevo encerrados, tengo la impresión que ningún joven marchará a casa hasta que no venga la policía, cada noche, a cada plaza.