Hábitats Naturals

Nostalgia en la calle del Jamón

La llegada de unos pocos miles de turistas alemanes a Mallorca se ha visto como una incongruencia

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Una mujer ensartada encima una de los hitos donde hace equilibrismos mientras la otra mujer le hace fotos a la calle del Jamón.

PalmaAntes de la pandemia, Mallorca se había avezado a recibir quince millones de turistas cada verano, un disparate que la isla no puede asumir de ninguna forma pero que hacía feliz a los hoteleros. Y, si una cosa nos ha quedado clara, es que la felicidad de los hoteleros es la felicidad de todos nosotros. Por eso, después de haber perdido toda la temporada de 2020 y con dudas más que serias sobre las perspectivas de la de 2021, la llegada de unos cuántos miles de alemanes medio escapados de su casa ha tenido el efecto de uno de estos espejismos que tienen en los tebeos los personajes que se pierden por el desierto: sedientos y vestidos con un par de piltrafas, de repente piensan que ven un oasis y acuden a él corriendo. Cuando meten la cabeza dentro de lo que se creen que es un estanco de aguas cristalinas, resulta que todo era una ilusión y que solo encuentran arena. En fin, pararemos con las metáforas, de momento.

La cuestión es que, a partir del fin de semana pasado, han llegado dos o tres mil turistas alemanes a Mallorca. No sin polémica: el sector de la hostelería alemán no ha entendido (porque no es comprensible) que no se pueda hacer turismo dentro del país y que en cambio sí que esté permitido escaparse a las Baleares. Esta incongruencia, y el aumento del índice de contagios, llevó a la cancillera Merkel a hacer un replanteamiento y a ordenar un nuevo confinamiento estricto, decisión de la que se tuvo que desdecir al cabo de unas horas, e incluso pidió disculpas por primera vez en quince años de mandato: en Alemania hay elecciones en septiembre, y las perspectivas de la CDU (que por primera vez no contará con Merkel de candidata) se presentan mal. Al mismo tiempo, la Comisión Europea (y el Consejo de Europa) ha llamado la atención a España por dos minucias: por un lado, la persecución de la libertad de expresión en el estado español, personificada en los casos de los raperos Pablo Hasél y Valtònyc; y por el otro, la carencia de coherencia en las medidas anticovid, nuevamente en relación con las restricciones de movilidad: si los alemanes pueden venir a Mallorca, ¿por qué los mallorquines (como todos los afortunados súbditos del Reino de España) no nos podemos desplazar ni reunir? La ministra de Exteriores, Arancha González Laya, tuvo que decir que España cumple “escrupulosamente” todas las recomendaciones de las autoridades sanitarias, pero que, a la vez, entendía que hubiera “agravios comparativos”. Las restricciones (o la ausencia casi negacionista de restricciones) son uno de los argumentos principales de otras elecciones, inesperadas y con consecuencias: las que se celebrarán en Madrid el 4 de mayo. Todo es política, ciertamente, y los virus, hoy, son más política que otra cosa.

El caso es que la irrupción de dos o tres mil alemanes en Son Sant Joan no ha causado espejismos solo entre la hostelería isleña, sino también entre los turistas mismos (que deben de haberse sentido, a la vez, tan buscados como los espárragos). Dos o tres mil alemanes perdidos por Mallorca poco antes de Semana Santa no son muchos, pero se pueden encontrar trazas si uno busca por los agres, que son muy conocidos. Así, un día cualquiera de esta semana solo había que buscar un poco por la primera línea de s'Arenal, pasado el Six Beach Club (antiguamente, el patrimonial Balneario 6) en dirección a Palma. Cerca de los hoteles de la cadena Riu, el San Francisco y el Concordia: en este último, que tiene el aspecto de un transatlántico encallado en una zona muerta, el año pasado tuvo lugar la escena de los empleados obligados a salir a la puerta del hotel para aplaudir la llegada de los primeros turistas del verano, que muchos compararon con el Bienvenido, Mister Marshall de Berlanga. En vista de cómo fue el año pasado, este año –cuanto menos de momento– se los han ahorrado, los aplausos y las bienvenidas casposas. Decimos de momento, porque aquello pasó en junio, y todavía no hemos llegado. Por ahora, la única empleada que vemos es una mujer que limpia los paneles transparentes de la barandilla de la azotea del hotel, y los hace brillar bajo un sol primaveral y benigno, como si con su fulgor prometieran alguna cosa, no se sabe si incluso buena.

El encuentro del día

Los primeros guiris, un poco más de una docena, los encontramos sentados en la terraza de dos locales de la primera línea que, de hecho, son uno: el Zur Krone Staube y Gasthaus Zur Krone (bar y hostal La Corona, que nos hace añorar el antiguo Hostal Corona del Terreno de Palma, cuando todavía no había sido tragado también por el turisteo). Pero el encuentro definitivo, el encuentro del día, se produce en la calle Pare Bartomeu Salvà, mucho más conocida como calle del Jamón.

Al llegar no hay nadie, en la calle del Jamón, solo una pareja de alemanes todavía jóvenes que miran la desolación: todos los locales que en verano siempre hierven de gente, de música, de drogas, de prostitución y de calor –el Bierkönig, el Disco Salsa Rosa, el Safo’s, el Grillmeister, el Bamboleo– están cerrados a cal y canto, y en medio de la calzada, esparcidos un poco de cualquier manera, hay unos hitos de hormigón para impedir el paso de vehículos. La pareja se queda mirando, parece que abatida, pero el fotógrafo Isaac Buj lo ve y señala: algo sucederá. Y sucede: de repente, el hombre se pone a bailar en medio de la calle vacía, mientras la mujer le saca fotos y le graba con el móvil. Cuanto más baila más se anima, con el Bierkönig detrás, como si al bailarín le llegaran vibraciones de épocas pasadas. La escena es sensacional, sin embargo, cuando el hombre acaba de bailar y se van, viene una todavía mejor: llega otra pareja, esta vez dos mujeres jóvenes, y una de ellas se sube encima de uno de los hitos y se pone a hacer equilibrismos encima del borde, como lo podría hacer una madrugada de verano, con muchas copas y algunas sustancias dentro del cuerpo. La otra también le saca fotos y las dos ríen, indiferentes a la presencia de los indígenas, que somos nosotros. Una nueva brecha de mercado: la nostalgia del turismo de borrachera.

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