Salut mantiene las restricciones en las residencias a pesar de la inmunidad

Los familiares viven entre la resignación y el enojo que no se flexibilice el régimen de visitas

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En Martorell las visitas son desde la calle y los familiares ven los residentes a través de una reja.

MartorellVisitas pandémicas. "Apúntanos, que vendremos miércoles y viernes", gritan los hermanos Ascaso Amills al auxiliar que se lleva a su madre hacia el interior de la residencia. Maria Amills cumplirá 101 años y fue la primera vacunada de la residencia Sant Joan de Déu de Martorell, donde el 99% de los usuarios y el 87% de los trabajadores ya están inmunizados pero, sin embargo, no han relajado ninguna de las medidas anti covid: espacios sectorizados, burbujas de convivencia estables y visitas de familiares a través de la verja perimetral del enorme recinto. Si bien el efecto de las vacunas ya se ha notado con la reducción del número de brotes y que la próxima semana todas las residencias tendrán la segunda dosis, el departamento de Salut no contempla pautas más laxas, como piden algunas de las familias, por la elevada transmisión comunitaria. Sí que está haciendo llegar kits de test de antígenos para las visitas -restringidas y semanales- pero son "insuficientes", dice Vicente Botella, presidente de Upimir, la patronal de pequeñas y medianas residencias. Insuficientes en cantidad y también para "asegurar que una persona está protegida", alerta Salvador Macip, investigador de la Universidad de Leicester y la UOC. El científico sostiene que pueden "relajarse un poco" las medidas, con distancia, higiene y mascarillas, pero que hay que tener en cuenta que el virus circula "en ambas direcciones y una persona vacunada puede contagiar" a una visita y provocar un brote. La inmunidad total no está 100% garantizada.

Una calma tensa

En la residencia de Martorell han preferido, con el consenso familiar, que las visitas no entren. "Venimos de una guerra sin armas ni escudos y ahora estamos en una calma tensa", reflexiona el director, Jonatan Triviño, que admite que la inevitable "esperanza" por las vacunas convive con "el respeto" ante las incógnitas científicas del efectividad.

En esta residencia murieron una cuarentena de usuarios, la mayoría en la primera ola y, durante las dos siguientes, se han mantenido muchos meses libres de coronavirus. El último positivo, explica la dirección, fue en noviembre. Miguel Ángel Arteaga explica que seguramente los "días duros" no dudó en vacunar a su padre nonagenario pero reconoce que le pesa la duda de "si él vivirá hasta que todos estén inmunizados". Como él, Teresa Lozano está más que resignada a no abrazar a su madre Teodora, de 99 años. "¡Que salga ya el protocolo!", dice emocionada. Es también la "esperanza" de los hermanos Ascaso, que sufren porque su madre es de "abrazos y besos" pero tienen claro que "por el bien de ellos" lo mejor son las visitas en la calle.

El duro régimen de visitas es la gran batalla entre familiares organizados en entidades nacidas del dolor pandémico, los centros, y Salut. María José Carcelén, presidenta de la Coordinadora 5 + 1, verbaliza el malestar porque, dice, los más mayores han "asumido el riesgo" de ser los primeros en vacunarse pero sin beneficios. Joan Antoni Jerónimo acepta las restricciones pero cuestiona "¿de qué sirve la vacuna si no les dejan salir?"

Teresa sonríe mirando a su madre a través de la verja

También espera órdenes Anton López Bastida, director de la residencia pública La Mercè de Tarragona, con el 90% de los residentes ya inmunizados y que solo ha registrado un positivo, el de un residente que estaba en aislamiento cuando acababa de ingresar. "La vacuna tranquiliza desde el punto de vista sanitario", afirma el responsable, que valora "la colaboración de las familias". Tanto él como su colega Triviño coinciden que para minimizar la "revuelta familiar" es vital "la transparencia y la información" para que puedan aceptar las restricciones del contacto físico.

"Los familiares han sufrido mucho y entiendo sus prisas pero hay prudencia", dice López. Consciente de las críticas, Triviño admite que las residencias hacen el papel de "poli malo" pero asegura que, en su centro, la mayoría de familias han entendido que "la rigurosidad da resultados positivos" y esto ha hecho que se hayan ganado su "confianza".

Una residente, acompañada por una auxiliar, se despide de un familiar con un beso en el aire

A Màrius Garcia, de 89 años, la pandemia le ha vuelto a poner delante de los micrófonos, después de años haciéndolo en Radio Martorell. Cada viernes conduce La veu de la residència, donde entrevista al personal del centro, repasa la actualidad y da "noticias de la residencia". Explica que lo que más echa de menos son las salidas con su hija o ir a dar una vuelta, haciendo gala de la "resiliencia" y "capacidad de adaptación" de su generación, como señala María José Moreno, responsable higiénico-sanitaria. "Lo vivo con resignación, fe, voluntad y con ganas de quitarme eso", dice señalándose la mascarilla. Con Mónica Salgado, educadora social, comentan el Carnaval, que celebrarán en la intimidad de cada burbuja. "Lo importante es que lo haremos".

La gran preocupación de las familias es la factura psicológica del confinamiento. Luis Fernández Bengoa, del Grupo de trabajo de psicología del envejecimiento del Colegio de Psicología (COPC) y psicólogo en una residencia de Badalona, constata el gran deterioro del estado de ánimo y de la capacidad cognitiva debido al aislamiento pero dice que los efectos también se notan en el "sentimiento de culpabilidad" de las familias. Con todo, dice que la pandemia nos hará avanzar hacia un "modelo más humano".

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