Tener que subir 108 escalones con 80 años para llegar a casa

Personas mayores que viven solas en Barcelona, muchas veces en edificios sin ascensor, reciben comida a domicilio del Ayuntamiento

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Manel Simon mira a la minúscula cocina de casa suya los paquetes de comer preparado que ha recibido

BarcelonaHay un pequeño papel pegado en la puerta de entrada del piso donde pone: "Felicidades, 108 escalones". Ciento ocho escalones son los que Manel Simon tiene que subir cada vez que vuelve a casa y tiene que bajar cada vez que quiere salir a la calle. Manel tiene 80 años y vive en el barrio del Raval de Barcelona, en uno de esos edificios sin ascensor que no se sabe de cuándo datan, pero que seguro que tienen muchas décadas. Tan solo hay que entrar en el portal para comprobarlo: las paredes están llenas de humedad y en algunas incluso hay importantes grietas.

La escalera sube de forma circular con escalones de diferente tamaño –algunos más altos y otros más bajos– y una fina barandilla de hierro que apenas llega a la cintura. Manel vive en el último piso, en el sobreático, que tiene la apariencia de un gallinero porque la escalera se estrecha en el último tramo. A pesar de esto, baja y sube cada día los 108 escalones. "Tengo que salir a la calle, lo necesito para mi estado de ánimo", justifica.

Sin alternativa

Manel explica que se instaló en este piso cuando tenía cuarenta y pocos años y subía hasta el sobreático sin ni siquiera resoplar. "Ahora tampoco resoplo, pero porque tardo tanto en subir que ni me canso", ironiza. Eso sí, si va cargado, asegura que se tiene que sentar en cada rellano para recuperar el aliento. Dice que ha intentado cambiar de piso en más de una ocasión pero no ha encontrado ningún otro alquiler con ascensor a un precio asequible. "Por este pago 235 euros al mes. Por uno con ascensor, al menos me piden 500 euros y se me va casi toda la pensión". Así que ha decidido resignarse o, como él dice, adaptarse.

Manel con la cesta y la polea que utiliza para subir paquetes por la escalera.

Manel tiene el piso lleno de aparatos electrónicos: televisores, magnetófonos, cadenas de música, tocadiscos, relojes despertador que suenan en el momento menos pensado... Además de infinidad de enchufes y cables empalmados que cuelgan por las paredes, y que hacen temer que cualquier día habrá un disgusto. El piso es minúsculo y, con tanta cosa, se hace difícil andar y apenas hay lugar para la cama, un par de mesas y unas cuantas sillas. "Es afición pura. Busco aparatos para restaurar –justifica–, aunque después muchas veces no lo hago". Sea como sea, de lo que no cabe duda es de que es un manitas.

Precisamente gracias a esto ha montado una polea con una cuerda y una cesta en la escalera del edificio. Así puede subir paquetes sin esfuerzo: tan solo los tiene que poner en el interior de la cesta y girar la polea. Según dice, de esta forma ahorra a la repartidora de la cooperativa Mensakas que suba los 108 fatídicos escalones cada día.

Una repartidora de Mensakas, con una de las bolsas con comida preparada

Manel recibe cada día una bolsa con comida preparada, que incluye dos comidas –un almuerzo y una cena– que solo hay que calentar en el microondas. Se trata de un proyecto del Ayuntamiento de Barcelona destinado a personas mayores o con alguna discapacidad que viven solas o tienen pocos recursos. El proyecto se llama Comidas en Compañía, porque la idea original era que estas personas fueran a los centros de gente mayor de su barrio, comieran e hicieran alguna actividad juntas. Pero con la pandemia se tuvo que replantear todo.

En la actualidad las comidas se llevan a domicilio. Repartidores de Mensakas recorren el barrio del Raval en bicicleta y entregan la comida en mano. "Lógicamente no es lo mismo que antes, porque cuando los usuarios iban a comer a los centros de gente mayor se tenían que arreglar para salir de casa y tenían que relacionarse. Tenían una excusa para socializar", explica Isabel Ribas, que es la coordinadora del proyecto en Fundesplai, la entidad que lo gestiona.

Una repartidora de Mensakas entrega la bolsa con comida a Driss Bennouri en la puerta del piso donde vive.

Fundesplai prepara las comidas en sus instalaciones de forma individualizada para cada usuario: por ejemplo, si alguien no puede comer sal, le prepara la comida sin sal. También supervisa la distribución y llama a los usuarios cada semana por teléfono. Manel es uno de ellos, pero hay muchos más. Se reparten comidas a casi 300 personas, la mayoría en el Raval.

Como Assumpció Daunis, que no tiene que subir 108 escalones para llegar a casa –vive en uno de los pocos edificios con ascensor del Raval– pero solo ve sombras. Está casi ciega. Tiene 73 años y también vive sola. O Driss Bennouri, de 67 años, que trabajó casi toda su vida sin contrato en el sector de la confección y ahora tiene una pensión miserable. O Manuel Morales, también de 73 años, que cobra 400 euros al mes y, después de pagar el alquiler, la luz, el agua y el gas, casi no le queda dinero para comer.

Assumpció Daunis, que está casi ciega, come la comida preparada que le han llevado a casa

"Ahora pienso en la ventaja que hubiera sido tener pareja. No estaría solo", suelta Manel Simon. Le gusta la comida que le llevan, no tiene ninguna queja, pero confiesa que a menudo se siente deprimido desde que cerraron el centro de gente mayor y no va ahí a comer. Espera que lo reabran pronto y que la pandemia acabe de una vez para volver a tener una buena razón para bajar y subir los 108 escalones cada día.

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