Sucesos

"Me cogía por la cintura y el cuchillo me tocaba el cuello"

Cuatro testigos narran cómo se vieron amenazados por un arma blanca

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La navaja encontrada por la secretaria de Reyes Maroto al abrir el sobre, según la imagen que han difundido fuentes policiales.

BarcelonaLa lección que aprendió Gerard ese día es que debe "vigilar más" antes de enzarzarse en una pelea. Tiene 28 años y explica que más de una vez, sobre todo por la noche, ha solucionado problemas a golpes. Más que golpes limpios, describe que más bien siempre han sido "empujones" y "mucha boca". Es decir, hablar e increpar más que actuar. Él no es la víctima de esta historia, pero lo que vio le hizo reflexionar. Hace un año, fuera una discoteca del puerto de Barcelona, ​​dos grupos de chicos se "pegaron" ante ellos. Nada salía de la normalidad. Palabras vacías y mucha amenaza. Pero, de repente, uno de los chicos sacó una navaja y le pareció oír que decía que "tengan cuidado", que, si no, "les empezaría a pinchar". Gerard era un simple observador. Ahora, esa escena, que no fue a más, le quedó grabada: "Ahora vigilo mucho más antes de encararme con alguien".

Un 23% de los incidentes con arma blanca de este año se han producido en un contexto de agresiones. Hablamos de más de 500 casos. Sin embargo, aún hay más navajas vinculadas a robos con violencia: hay en hasta el 25% de los casos; más de 600 en cifras absolutas. El caso de Guillem lo ejemplifica a la perfección: una noche cogió el último metro y bajó a la parada de Collblanc. Volvía a casa chateando con una chica y notó dos presencias a sus espaldas, a unos diez metros. “Me guardé el móvil y empecé a andar más rápido”, narra. Pero no se alejaban. “De repente, me cogieron por el cuello y me arrinconaron contra un portal. Con una mano me cogía por el cuello y con la otra me puso una navaja en la barriga, sin llegar a tocarme”, continúa. Ellos mismos le cogieron el móvil y Guillermo les abrió la cartera para demostrar que sólo llevaba unos pocos billetes. Los cogieron y huyeron corriendo.

Las secuelas de todo ello seguramente dependen de cada persona. David, de 25 años, no recuerda pasar "mucho miedo" cuando le atracaron a punta de navaja hace cuatro años. Estaba en Barcelona, ​​de noche, volviendo de fiesta solo sobre las cinco de la madrugada. El escenario era la boca del metro de Entença, bajando las escaleras, justo antes de meterse bajo tierra. "Me tocaron tres chicos por detrás. Me giré y uno tenía una navaja en la mano. Recuerdo que me dijo que le diera todo lo que tenía". Él sólo llevaba el móvil.

"¿Si sufrí por mi vida? Hostia, eso de pensar que moriría no me pasó", recuerda. La navaja en ningún momento se le acercó al cuerpo, también porque fue rápido. "Les dije que no quería problemas y les di el móvil al segundo", describe. Ahora ni lo tiene muy presente ni le ha vuelto a suceder nada parecido. Es decir, nada ha cambiado de su vida ni de su manera de actuar. Sin embargo, recuerda que iba "un poco bebido y que no estaba al 100%". Esto que dice ahora con perspectiva seguramente hizo que no se diera cuenta de la gravedad de la situación.

Quince años después

El recuerdo lejano y poco presente de David contrasta con la historia de Mercè, una historia que se remonta 15 años atrás. Ella es propietaria de una farmacia en Sant Cugat del Vallès y ese día estaba reunida con compañeros en su despacho, en el fondo de la tienda. "Aparecieron tres personas con un casco de moto. Sólo uno entró. Vino al despacho, me cogió con fuerza y ​​me puso la navaja en el cuello. La hoja afilada me tocaba la piel", recuerda Mercè. El ladrón pronunció estas palabras exactas: "Abre la caja fuerte".

En una farmacia, en la caja fuerte suele haber los medicamentos que contienen sustancias prohibidas para el gran público. "Tenía esa sensación de estar en un sueño. De despertarme y decir, «Uf, ya ha pasado». Pero no, era real. Me cogía por la cintura y el cuchillo me tocaba el cuello", repite Mercè. . Ella actuó con una sangre fría que no sabe muy bien de dónde le salió. Le dijo que le acompañara al laboratorio, que allí tenía la caja del día anterior. Le dio y se marchó. Quince años después, cada vez que alguien entra en la farmacia con un casco de moto puesto le dice que se lo quite. "No puedo", admite. Y siempre tiene dinero en efectivo por si acaso. Ese sobre cree que la salvó.

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