Crónica

“Los que tenían que caer ya han caído, ahora que nos dejen disfrutar”

La sala Imperator reabre puertas, todavía con restricciones, entre la satisfacción de un público ávido de ganas de bailar

Clients esperando a la puerta de la Imperator, en el primer día de la reapertura de la discoteca del Ensanche

BarcelonaSe queda mirando el letrero luminoso que desde marzo de 2020 estaba a oscuras porque el paréntesis de los quince días del verano no cuenta. “¡Qué bonito!”, dice Andrés Romero, de 70 años, que se ha acercado hasta la puerta de la mítica sala Imperator, en el Eixample barcelonés, solo para ver “el ambiente” de la reapertura de esta “discoteca de gente mayor”, a pesar de que no tiene intenciones de entrar. “El sábado sí entraré porque habrá orquesta”, explica en la calle una vez ya han entrado la mayoría de los clientes, que pacientemente se han esperado en una ordenada cola para ser los “primeros” y “coger un buen lugar”. Un centenar de personas han ido en este primer día, cuando todavía están en vigor las restricciones del 70% del aforo.

Son poco más de las seis de la tarde y en la cola hay una gran alegría por reencontrar caras conocidas y recuperar aficiones después de unos meses muy duros, en los que la gente mayor todavía activa ha estado fuera de la circulación por el miedo propio y ajeno al contagio y, todavía peor, a acabar en una UCI. Se les han cerrado las salas de baile, los centros y las actividades adaptadas se hacen con restricciones. Tampoco pueden hacer los viajes con el Imserso. Y los años pasan, se oye como un mantra entre los de la fila.

Pasan y pesan porque en los casi dos años en los que no han tenido la pista abierta las lacras se han acentuado por la edad, sí, pero sobre todo por la parada. “He engordado por no bailar y no hacer nada, estar en el sofá y mirar la tele”, resume Amanda Flontclara, 77 años de edad y 25 años como clienta del Imperator y otras salas del mismo estilo. Está contenta por volver ahora que los contagios van de baja y hay un porcentaje elevado de población inmunizada: “Mejor así, todos vacunados y todos tranquilos”. No es la opinión general, que tiende a la queja porque el suyo haya sido un colectivo discriminado, a diferencia, dicen, de niños y adolescentes. “Nos han cortado las alas todo este tiempo”, estalla Lourdes, que no quiere decir ni apellido ni edad. Del mismo parecer, Andrés Romero dice que ya es hora de dejar el miedo en el armario y vivir con alegría lo que queda de vida. “Los que tenían que caer ya han caído, ahora que nos dejen disfrutar”, proclama este hombre, autodeclarado, como muchos, un “bailarín nato”.

Código de vestir

Fontclara llega al reestreno con su amiga Isabel García, 77 años. Como marca el código de vestir no escrito para estas ocasiones, las dos van muy maquilladas y mejor peinadas, con zapatos cómodos y vestidos estilosos. Entre el público femenino se ven brillos, algún estampado de leopardo, pantalones de cuero y alguna bota de plataforma. En el sector masculino, el color es escaso y abundan las camisas y la americana monocolor, con casi la única excepción de la camisa hawaiana, al estilo Magnum, del primer cliente que atraviesa la puerta. 

Un empleado del Imperator controlando si los clientes que quieren entrar en  la sala llevan el certificado covid

Tal como el covid obliga, un empleado controla un a uno si todo el mundo lleva su certificado covid. “¿También el DNI? Parece que esté en la prisión”, dice una mujer que va con un hombre que no se ha podido bajar el documento que acredita que lleva las dos vacunas normativas y ahora lucha para intentar que alguno de sus hijos se lo descargue y se lo envíe al móvil. Sin el certificado, nadie pasa al segundo control del pago de la entrada. No es el único que pide ayuda para obtener el documento, mientras adentro del local empiezan a sonar los primeros compases. Para empezar, salsa.

Ganas locas

“¿Que si hay ganas? ¡Yo lo que tengo es mono de bailar!”, afirma Lourdes, que admite con la boca pequeña que ha calmado el gusanito del baile yendo a “discotecas clandestinas” haciendo sonar la música por grandes altavoces en algún parking apartado del ruido de la ciudad. “Pero sin alcohol, ¿eh? Nada de botellones”, defiende sin ningún remordimiento. “Para mí el Imperator es el gimnasio, el psicólogo y la risoterapia, todo en una sola entrada”, ríe Mercedes a punto de entrar.

En toda esta alegría está el punto oscuro de que el baile tendrá que ser con “la dichosa mascarilla”, una “molestia” para Ino Martos, de 79 años, que se declara “loca” por dar los primeros pasos en la pista. Menos reservas hay por si la mascarilla y la distancia física harán cambiar estrategias de aproximación o frustrarán algún flirteo. “Uy, haremos lo que podamos y nos dejen”, ríe un hombre que entra solo. De cómo vaya la noche, no habrá crónica. Muchos de los clientes se oponen a ser fotografiados incluso con una violencia verbal inusual. Ino Martos da alguna pista para los que se han perdido. “Pensad que aquí viene gente con parejas que no son las suyas”. Lo que pasa en el Imperator se queda en el Imperator.

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