Memoria viva

Los últimos pescadores del Estartit: "En otra vida volvería al mar"

El Espai Medes recupera la memoria oral de una generación de más de 90 años que trabajaba en oficios del mar

Una remendadora y una niña pequeña del Estartit, que forma parte del proyecto
27/09/2025
5 min

El EstartitAnita Prats Pibernos y Pere Parrí Llos, de 91 y 93 años respectivamente, son dos de los últimos vecinos del Estartit que han trabajado de pescadores. Representan a la última generación de un pueblo que vivió de los oficios del mar, en unas condiciones que nada tenían que ver con las de hoy en día, cuando los barcos eran de madera, apenas empujados por los primeros motores de combustión. L'Estartit era un pequeño pueblo de casas humildes frente a las islas Medes, sin muelle ni espigón, antes de la gran transformación urbanística por el boom del turismo de los años 60 y 70.

"La casa estaba en la orilla del mar, cuando hacía mala mar picaban las olas y para bajar a la barca teníamos una escalera que salía directamente de la puerta", recuerda Prats, hija de 7 generaciones de pescadores, que de pequeña ya barajaba en el barco de palangre del padre, cuando todavía no distinguía a la proa de la proa de la fábrica de salazón, haciendo dobles turnos para ganar cuatro reales. Pere Parrí también empezó a zarpar en el mar jovencísimo: después de segar almuerza en el campo del abuelo con la guadaña, con 15 años ya era patrón de telaraña (o aro) y salía a coger pescado. "Era una vida muy dura, pero pescábamos de todo: sepias, rojeros, magros, lisas, sardinas, anchoas o caballas", rememora.

Anita Prats y Pere Parrí son un pozo de anécdotas, vivencias y sabiduría popular: testimonios orales de la historia viva de unos oficios que, a pesar del paso del tiempo, definen la vida y la identidad de los pueblos de la Costa Brava. Antes de que su historia caiga en el olvido, el nuevo Espai Medes de l'Estartit, centro de interpretación marina del Parque Natural del Montgrí, ha puesto en marcha un proyecto para recuperar y divulgar la memoria de todos estos testimonios del mundo pesquero. La iniciativa, que lleva por nombre La Llongada, se hace en colaboración con el Museo del Mediterráneo y la coordina la joven antropóloga estartidense Maria Ribas, que durante medio año ha recopilado información y ha entrevistado a media docena de voces de gran valor.

Anita Prats Pibernos, hija de 7 generaciones de pescadores.

De hecho, de este proyecto saldrá un documental, que se presentará el 7 de noviembre, y se organizarán diversos recursos, foros y charlas para difundir este patrimonio inmaterial. "Otros pueblos, como Palamós o L'Escala, han hecho este trabajo hace años. Aquí llegamos tarde, pero llegamos justos. El patrimonio pesquero ha quedado en segundo plano porque el turismo lo ha invadido todo, pero el objetivo es reconocer que L'Estartit también tiene una historia muy potente de pescadores que hay que reivindicar", explica Toni Roviras, director del Espa.

Además, cuando se habla del mundo de la pesca, a menudo se piensa sólo en hombres fuertes y aguerridos por el viento y la sal, pero las mujeres también eran una figura clave en los oficios de mar. Por eso, Ribas explica que ha querido tener muy presente la perspectiva de género a la hora de realizar la investigación. "Las mujeres eran muy importantes, trabajaban en las fábricas de salazón para conservar el pescado o haciendo de abonadoras, parcheando las redes en la playa para poder capturar a los peces", explica la antropóloga.

Pere Parrí entrevistado por el proyecto La Llongada.

Vendendo pescado por las masías en bicicleta

Los antiguos pescadores y pescadoras de más de 90 años recuerdan el pasado con emoción y nostalgia, pero también con una herida fonda de muchos años de penurias. "Éramos muy pobres. Había inviernos de mal tiempo en los que pasábamos días enteros sin poder salir al mar. Las barcas las arrastrábamos hasta tocar de las casas, y mi madre, llorando, me decía que debería ayudarle a llevar comida a casa", recuerda Anita Prats, que aún tiene momentos grabados. "Yo iba a las masías a vender las sepias. Una vez no las pude vender y fui hasta Parlavà en bicicleta para intentar venderlas, muy lejos. Cuando volví, mis padres se echaron a llorar por lo que había hecho", relata.

En l'Estartit había que ir a vender el pescado puerta a puerta porque no había mercado, sólo de vez en cuando se subastaban a voz las parolas de sardinas en la plaza. "En las casas no nos pagaban con céntimos sino con un intercambio de otros productos para comer", dice Pere Parrí. Y añade: "Había un gran sentimiento de comunidad y de ayudarnos entre los vecinos. Ahora en l'Estartit no conoces a nadie, mientras que, antes, cuando te faltaba algo o estabas mallado, todo el mundo te echaba una mano".

Una barca de pescadores con la antigua orilla de casas del Estartit de fondo.

Paseando turistas sobre las cajas de pescado

Con el turismo todo cambió. La mayoría de las embarcaciones de pesca se convirtieron en barcos de pasajeros extranjeros y rutas turísticas. Mujeres como Anita dejaron la fábrica de salazón para empezar a hacer de camareras, trabajar en hoteles y alquilar habitaciones, aunque sin perder nunca la pasión por las redes y el pez. "Mi hombre, cuando empezó el turismo, llevaba a los visitantes encima de las cajas de pescado. Ahora bien, siempre decía que prefería ganar un duro con la pesca que cuatro llevando turistas. Nunca le gustó", reconoce Prats.

Estartit era un pequeño y humilde pueblo antes de la gran transformación urbanística por el boom del turismo de los años 60 y 70.

En cambio, Pere hizo de manobre y montó una empresa del sector. En los años 80, fue el primer capitán del Nautilus, el barco con fondo de cristal que sale para enseñar el riquísimo fondo marino de las Medes. Hasta que se cansó y volvió al trabajo de sus orígenes. "Volví a la pesca. Compré una barca pequeña y redes de trasmallo y volví a ir a la sepia", afirma. Ahora esta barca es la que utiliza el reconocido meteorólogo aficionado Josep Pascual para medir todos los días la temperatura del agua.

"No tiene futuro, pero el mar lo llevamos dentro"

Y cuál es el augurio para ese oficio, cada vez más despoblado, marcado por las restricciones de veda, las normativas europeas, el empobrecimiento del fondo marino y la importación de pescado de fuera a precio más bajo? "Desaparecerá. Las nuevas generaciones que empiecen podrán dedicarse un tiempo, pero siempre les digo que no se jubilarán", lamenta Parrí. Sin embargo, el pescador reconoce que, en otra vida, volvería al mar. "Lo llevamos dentro, son oficios de mucha naturaleza, muy libres, nadie te cabrea. Aún ahora, cuando me levanto cada mañana, lo primero que hago es mirar el mar, miro el gregal, el garbí, la tramontana o las nieblas, y me dicen qué tiempo hará", concluye.

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