Vida de Dan en el suelo del Passeig de Gràcia

Desde hace 16 años pide limosna cerca de la Pedrera

En Dan se saluda con el Jonatan, un mensajero con el cual ha hecho amistad
26/09/2021
3 min

BarcelonaTrabaja cada día de la semana, mañana y tarde. También domingo, pero solo de diez a dos. La calle es su hábitat, las baldosas decoradas del Passeig de Gràcia, sus compañeras de trabajo. Siempre está en el mismo lugar, bajando a la izquierda, entre Provença y Mallorca. Dan Constantin no pasa desapercibido, forma parte de la fisionomía de la calle desde hace dieciséis años, cuando se decidió a pedir ayuda a la intemperie, cercade la Pedrera, dejando visible su cuerpo enfermo para barceloneses y turistas. Quien más quien menos seguro que lo tiene visto, seguro que lo identifica, pero no sabe cuál es su historia. Quizás le conocen los que trabajan cerca y los que lo saludan casi cada día, los que lo ayudan con lo que pueden, con una botella de agua, con alimentación variada o una gorra nueva para protegerse del sol que cae sobre suyo entre las doce y media y las dos y media. Mientras conversamos, intercambia palabras cordiales con cinco o seis personas, dos o tres le dejan alguna moneda y les devuelve el favor con una piedra azul de la suerte o naranja de la energía. También tiene unas cuántas pulseras para vender. A su lado, bajo la camiseta, guarda la radio, compañera imprescindible que hace más cortas las horas y ameniza mañanas y tardes. Y detrás suyo la silla de ruedas, compañera de viaje.

Dan acaba de cumplir cuarenta y seis años y hace veintitrés que vive en Catalunya. Primero, vivió en un piso en la calle de Rocafort, y desde hace quince años comparte piso con un amigo suyo paquistaní –que conoció en la calle– en Badalona. Cada día coge la H10 de ida y de vuelta. Lo tiene por la mano y, a pesar de las dificultades de movilidad, pocos días falla a su jornada laboral. Nace en 1975 en Sibiu, una ciudad al norte de Transilvania. No fue hasta los tres años que se le manifestó una grave escoliosis, enfermedad ósea que deforma la columna vertebral y provoca malformaciones muy visibles. “Como mínimo no va a peor”, exclama. Por lo contrario, sí que tuvo que hacer frente a un importante atropello hace cinco años que le provocó secuelas en la pierna. Los cambios de tiempo siempre dejan huella de dolor: el calor es su peor enemigo, el frío, en cambio, le da una relevante tregua.

Su infancia es difícil. No conoce a sus padres y sí que conoce, en cambio, la soledad de un orfanato. A los catorce años se escapa, la policía se hace cargo de él, lo identifica y lo lleva a conocer a sus dieciséis hermanos. Los padres ya no están, no los conocerá nunca. No le gusta la vida en Rumanía, muy dura, sin expectativa, sin progreso, pura grisura. Empieza, pues, la ruta por Europa. Primero Bulgaria, después Polonia, Alemania y Bélgica. Pequeños trabajos como limpiar platos en restaurantes para ir trampeando, para poner parches, para salir adelante. Tres meses en Madrid son el prólogo de la llegada a Barcelona. 

“La gente es amable, me ayudan, me tratan bien, después de tantos años en el mismo lugar tengo algunos amigos”, destaca Dan. También se ha llevado sustos y batacazos: le han robado, ha percibido todas las formas posibles del desprecio. A ras del suelo tiene una visión privilegiada de la vida en el Passeig de Gràcia, de toda la fauna vital que transita por ahí cada día. Le gustaría poder tener un trabajo de verdad, pero claro, dadas sus penosas condiciones físicas cuesta que alguien dé el paso, se atreva a vencer las suspicacias. Está contento con su estilo de pedir ayuda, sabe que utiliza su cuerpo como motivo de persuasión, pero lo lleva con dignidad: “Que todo el mundo haga lo que quiera. Si me quieren ayudar que lo hagan, yo no obligo ni increpo a la gente, no es mi estilo”.

Tiene algunos amigos que le cuidan y se preocupan de él, amigos con quien hablar y pasar la tarde los días de descanso en el barrio de Sant Roc de Badalona. No ha tenido pareja, pero algunos requiebros sí que se ha llevado gracias a sus transparentes ojos verdes. Confiesa que los barceloneses lo tratan mejor que los turistas. Va bien acompañado con una manta del Barça para que yacer en el suelo sea algo más cómodo, también la gorra y la mascarilla son de su equipo de fútbol preferido. Dan sueña con cambiar de vida algún día. Ahorra y vive una existencia austera, si pasáis por delante de él, quizás una piedra de la suerte os encomienda a una buena estrella.

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