"Sé donde vives a partir de tus 'stories'": una violencia machista ignorada

El Código Penal no considera violencia de género el ciberacoso si es fuera del ámbito de la pareja

Una chica consultando la instagram en una imagen de archivo
Antònia Crespí
24/11/2021
5 min

BarcelonaAl principio era uno más entre los centenares de comentarios y mensajes de usuarios que la insultaban por el contenido que hacía, que decían que estaba buena o que le insistían para quedar en persona. "Mi objetivo en la vida es estar contigo", decía uno de los primeros correos electrónicos que llegó a recibir diariamente. En otros, el chico describía todas las prácticas sexuales que le haría cuando fuera a Barcelona para conocerla: "Me lo agradecerás eternamente; no me refiero a buenas mamadas que me acabarás haciendo".

Como creadora de contenido, una gran parte del trabajo de Maria (nombre ficticio) dependía de las redes, sobre todo en aquel momento, porque acababa de publicar un libro. A pesar de que intentaba no darle importancia, la angustia aumentaba: "'Bloquéalo', me decían, pero con el Gmail solo lo podía enviar al spam y, por lo tanto, continuaba recibiendo los mensajes". Hasta que el goteo constante la superó: “Me envió una dirección y capturas de stories mías diciéndome: ‘Sé que esta es la dirección donde vive tu madre y, a partir de tus stories, tú vives en esta manzana del barrio’”. Después recibió otro correo con una lista de todas las cuentas que tenía en internet y que él aseguraba que sabía como acceder a ellas. “Es una situación que me generaba y todavía me genera ansiedad, a pesar de que ahora lo tengo más controlado”, relata Maria un año después de que empezara el acoso. No se decidió a presentar denuncia a los Mossos hasta un mes y medio después del primer mensaje, cuando la situación ya llegó a insultos y amenazas.

Estaba segura de que su caso sería tratado como violencia de género, pero se equivocaba: "No fue así simplemente porque no es mi pareja ni tenemos ninguna relación", lamenta. Y así fue como su caso se tramitó como ciberacoso. La reforma hecha en diciembre del año pasado de la ley catalana sobre la violencia de género incluyó la violencia digital, y el texto legal ya reconoce la violencia machista más allá de si hay relación o no con el agresor, tal como estipula el Convenio de Estambul. 

Pero los tribunales se rigen por la ley estatal, que todavía solo prevé la violencia de género en el marco de la pareja y la ex pareja, a la espera de que se amplíe la cobertura a todas las mujeres. La abogada Laia Serra explica que esta diferenciación, entre otras consecuencias, es la que acaba determinando si la víctima será atendida en un juzgado de violencia contra la mujer o en uno de instrucción. El el caso de Maria, que todavía espera el juicio, ha sido por el juzgado de instrucción.

Durante el proceso es necesario cotejar las pruebas aportadas en la denuncia. Para Maria esto supuso coger el portátil y estar "toda una mañana releyendo ante un secretario del juzgado los 400 mensajes", en los cuales es "vejada sexualmente, insultada y amenazada", para que confirmara su validez. "Hubo un momento en el que el hombre paró por la incomodidad de la situación", añade. En paralelo, también se dictaron tres medidas de protección: una de alejamiento, una de prohibición de comunicación y una de prohibición de seguirla en las redes sociales, aunque fueran públicas. Ahora mismo Maria continúa esperando el juicio y con una segunda denuncia por medio, porque el chico incumplió dos de las tres partes de la orden de protección: se puso en contacto con ella a través de una amiga suya y continuó consultando sus redes. "Aún recibo algunos mensajes suyos. Tengo la sensación de que lo mejor que puede pasar es que se me aparezca en persona para que avance el caso", lamenta Maria, que ha cambiado de trabajo y ya casi no usa las redes.

A pesar de que la víctima puede tener una respuesta jurídica, explica Serra, el hecho de que haya casos de ciberviolencia que no cuentan como violencia de género para la justicia, porque se producen fuera de la pareja, implica no reconocer que la motivación tiene que ver con "un móvil machista". Esto repercute en las estadísticas y dificulta tener datos sobre el porcentaje real de casos, tal como expone un estudio elaborado por el Grupo de investigación Antígona en 2019. Una visión aproximada son los datos de denuncias de cibercriminalidad que recoge el ministerio del Interior y que se pueden segregar por sexo y por hecho penal. Por ejemplo, a escala estatal en 2020, de las 1.961 denuncias presentadas por acceso ilegal informático, 1.068 eran de mujeres; de las 1.934 por coacción, más de mil eran de mujeres, y de las 127 que había por acoso sexual, 110 eran de mujeres.

Pero la vía de la denuncia legal continúa siendo minoritaria. En la encuesta hecha a 262 mujeres el 2019 por el Grupo de investigación Antígona, 259 aseguraron haber sufrido algún tipo de ciberviolencia, pero solo el 11,6% presentaron denuncia legal. "Ayudaría a aumentar las denuncias que los pocos casos que se presentan llegaran a buen puerto y se tomaran seriamente dentro y fuera de los juzgados", puntualiza Serra, porque "muchos procedimientos acaban con absoluciones o archivados". "Aún hay una falsa creencia de que si cambias de cuenta o sales de las redes se acabará, pero no es así: hay casos extremos en los que se ha llegado al suicidio", añade la abogada.

Lo que pasa en las redes no se queda en las redes

Otro de los problemas es que muchas veces el agresor o los agresores son anónimos, como le pasó a la humorista feminista Sara García (PennyJay), que recibió un alud de insultos y amenazas de muerte a través de las redes después de pasar por el programa La Resistencia y reprochar al presentador, David Broncano, que no tuviera colaboradoras cómicas. "Estuve bastantes meses con angustia y necesité terapia", explica Sara, que recuerda una situación en el metro cuando un chico se le acercó diciéndole que sabía quién era porque la había visto en el programa. "En aquel momento solo podía pensar: '¿Eres de los que me insultan? ¿Me pegarás?'" Nunca se planteó denunciar y, en cambio, sí que muchas veces pensó en borrarse de las redes y parar su carrera.

"El anonimato genera una sensación de indefensión y de descontrol porque no sabes quién es el agresor y en qué momento se puede desvirtualizar", explica la psicóloga Alba Alfageme, que denuncia cómo se ningunea el impacto de estas violencias en la vida de las mujeres. Para Alfageme, el principal problema es la "normalización" de estas situaciones, lo cual alimenta la impunidad de los acosadores. 

“Hay un tipo de organización para atacarnos en las redes, sobre todo a las que tenemos una cierta relevancia y un perfil feminista”, explica la humorista, que un golpe se encontró con centenares de insultos porque un youtuber conocido por hacer contenido machista le había dedicado un vídeo. Su caso no es único: otras figuras como la monologuista Pamela Palenciano o las periodistas Anna Pacheco, Irantzu Varela y Cristina Fallarás también han sido víctimas de campañas de ciberacoso. En el caso de Fallarás, el acoso acabó volviéndose offline. “Se genera todo un discurso que justifica el derecho de odiarnos y se ningunean las consecuencias”, denuncia García. Sobre esto, Alfageme es clara: "Nos encontramos ante la adaptación de las violencias de la calle a los espacios virtuales. Y es un fracaso social que las mujeres que las sufren no se sientan acompañadas".

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