"Me volvería a comer los muertos"
Roberto Canessa fue el superviviente más joven del accidente aéreo de los Andes. Tenía 19 años cuando recorrió 80 kilómetros para salvar su vida y la de los otros 15 supervivientes
BarcelonaRecuperamos la entrevista a Roberto Canessa publicada el 4 de abril de 2017 donde cuenta como sobrevivió al accidente de los Andes, la historia que relata la nueva película de Juan Antonio Vayona 'La sociedad de la nieve".
Cuando Cannessa cuenta la barbarie que vivió en Andes durante 72 días lo hace con una aparente normalidad. Es la defensa para evitar, reconoce, que todo se le remueva. Sin embargo, hay dos momentos en los que le cambia la expresión de la cara: cuando recuerda el alud y cuando los supervivientes -alguno de los cuales murió- acordaron que si morían entregaban su cuerpo para que los demás lo dispusieran. En Tenía que sobrevivir (Alrevés Editorial), con la ayuda del coautor Pablo Vierci, relata cómo los Andes despertaron la vocación por salvar vidas de Cannessa: es médico y está especializado en cardiopatías congénitas en bebés.
Se han realizado películas, documentales y otros libros sobre el accidente. ¿Por qué decide contar su historia casi 45 años después?
El libro es una respuesta a quien nos pregunta qué ocurrió después de los Andes y cómo nos cambió la vida.
¿Y cómo los cambió?
Me dio más humildad, me hizo valorar a la gente que lo deja todo para ayudar. Actualmente nadie hace nada por nadie. Cae alguien muerto y todo el mundo corre para no salpicarse. Me hizo tomar conciencia de hasta qué punto somos miserables y egoístas.
Perdió 30 kilos, durmió a 30 grados bajo cero, atravesó los Andes en 10 días en busca de ayuda... ¿Qué fue lo peor?
La incertidumbre, no saber qué me pasaría, si viviría o no... Allí aprendí la fragilidad de la vida y lo fácil que es morir. Tener la sensación de muerte inminente es impresionante, es muy difícil convivir con ella. La única forma de soportarla es pensar: si me muero no me importa.
Y el momento más duro, ¿cuál fue?
El alud que sufrimos pocos días después del accidente. Me demostró que, cuando crees que no puedes estar peor, puede llegar algo que acaba de hundirte. La muerte es lo único que puede frenarte de empeorar.
Dice que ha oído muchas veces que se salvaron porque se comieron a los muertos. ¿Cómo se siente cuando se lo dicen?
Si ese es el precio que he tenido que pagar por sobrevivir, es un buen precio. Ahora bien, es una conclusión simplista y me siento con el deber de que la gente conozca realmente la historia y no se quede sólo con esta parte, que entiendo perfectamente que es la que más impresiona a una sociedad civilizada. Además, yo ya no soy esa persona, tenía 19 años, no me dolían la espalda ni la rodilla...
¿Quiere decir que ahora no lo haría?
[Silencio] Es una buena reflexión... Aunque pienso que el chico de los Andes era otro, si me volviera a pasar, claro que lo volvería a hacer... En situaciones extremas el estómago manda, aunque me daría asco. Lo que también tengo claro es que ahora no podría atravesar los Andes [sonríe].
¿Cómo afecta a vivir un momento así?
Es denigrante, humillante, de miseria humana, muy triste... Es la máxima pobreza que puede sufrir el ser humano.
¿Es para librarse de esos sentimientos que lo primero que le dijo a su madre fue: “Nos tuvimos que comer a los muertos”?
No, sencillamente quería que supiera todo lo que me había pasado. Como cuando un niño llega a casa después de la escuela. Necesitaba decirle cómo me había ido, cómo había sido horroroso.
¿A qué se aferró para seguir vivo?
Hay un lema en la montaña: “Mientras hay vida hay esperanza... y quizás un mañana. Nos estábamos muriendo, pero en cualquier momento un helicóptero podía venir a salvarnos. Me cogía a la vida, a todo lo que estuviera lejos de la montaña, que era quien me iba matando.
¿Cuál fue la clave para salir de allí?
Sin lugar a dudas el trabajo en equipo. Teníamos un objetivo común: sobrevivir. Como una empresa donde no puedes echar a nadie, tienes que convivir las 24 horas del día y no puedes permitirte el lujo de desanimarte.
¿Cómo ha logrado convivir con este episodio?
Ayudando a vivir a las familias de quienes no regresaron, formando de nuevo el equipo de rugby, incorporando hermanos de jugadores que habían muerto, siendo campeones ese mismo año... En definitiva, honramos la memoria de los que habían perdido la vida. Como comunidad lo vivimos de forma muy sana y natural. La humanidad esto lo ha perdido, ahora te envían directamente a un psiquiatra.
Volvió a la Facultad de Medicina, se casó y decidió especializarse en cardiopatías congénitas complejas que afectan a bebés. Mantuvo el contacto con la muerte...
Decidí seguir caminando, como hice para salir de los Andes, pero yo creo que acompañado de la vida, porque la muerte está ya decidida para estos niños; su pronóstico es la muerte. Lo que yo tengo es la posibilidad de darles la vida. ¿Sabes lo bonito y espectacular que es vivir un día a día así? ¿Que una niña que era un feto enfermo pueda acabar besándote cada día?
¿Y cuándo se mueren?
Nos acabaremos muriendo todos. Mientras, la medicina seguirá encontrando nuevos tratamientos para gente que, como yo -que hay mucha-, decida desafiar a las estadísticas.
¿Tiene miedo a la muerte?
Creo que no. Los golpes que me ha tocado morir he estado allí esperando a ver qué ocurría y sigo aquí.