¿Un 'clarete'? ¡Sí, sí! Un Claret

La gente del arte que me encanta es la que se mira con curiosidad y ternura a los recién llegados y con veneración y amabilidad a los de siempre. La gente que suma, la que está contenta, la que prueba con alegría (y sólo prueba con gravedad si la hora es grave). Pilar Salillas, de Lagravera, que ya ha pasado por estas alegres páginas, es una. El primer día que le llamé para hablar, me dijo: “Como hoy es mi cumpleaños, me estoy rapando el pelo”. Ésta es ella.

Hoy, de Pilar, aquella niña que llegaba a casa y sabía quién había estado por el olor, tenemos un vino que por el nombre nos hará pensar en aquel personaje del TBO, El abuelo Cebolleta, que bebía clarete. Clarete como sinónimo de mezcla, de vino malo. Pero hoy Pilar nos presenta un clarete. O un clarito, lo podemos decir perfectamente en catalán (en honor a todos los que, apellido, se llaman). ¿Qué es un clarito? Pues antes, sobre todo en La Rioja, los claretes eran los negros que por causa del envejecimiento habían perdido el color. Ahora ya no se etiquetan así. Si preguntamos alrededor, nos dirán que es rosado. Y es que, ahora, de cara a Europa, que todo lo mira y todo lo ve, un clarito es un rosado. Normalmente es joven pero no siempre.

La riqueza de Costers del Segre

Nuestro claro de hoy está hecho con monastrell, que es una variedad que encuentro rectilínea y ligera, pero juguetona, y que viene de un viñedo maravilloso (lean, si les huelga, el otro artículo que hice de Lagravera y verán el pan que se da, en esas montañas). Viene de Viña Núria. Una finca rebosante de palés de riera, arena, yeso y más yeso que escupe, pero también lame, el Noguera Ribagorçana... Como antes hablábamos de rosado, debemos pensar que los colores de los claritos vienen siempre de la uva. Y este nuestro que tenemos hoy en la copa es lo que decíamos: monastrell en un ochenta por ciento. El resto, variedades ancestrales de otras parcelas. Dicen las matronas que, un día, una catadora del Incambio se estremeció al probar una variedad de la finca, única en el mundo. Algún día, si Europa quiere, estará reconocida y –si estamos vivos– la probaremos. Es en un viñedo de 1889, donde hay, alegremente, más de veinte variedades juntas, de las cuales diecisiete sólo se pueden encontrar allí. Ésta es la riqueza de los Costers del Segre. Me gustan todas las bodegas de la DO.

En fin, es un vino de alegría máxima, que no sabes si es tinto o rosado, pero que podrías maridar con comida para un blanco afrutado. Sushi, wok, pescado a la plancha, costillada, ensalada de colores, frescura. Tiene muy poco alcohol y en la boca, para mí, es una fiesta. Me gusta encontrar pomelo y cereza, me gusta oler la reina de las flores, la rosa, y me gusta encontrar una piruleta (de las que tienen forma de corazón). Todo esto es mérito de la Serra Llarga, me gusta pensar esto. Miren la foto y las manos de Pilar Salillas. Búsquenla en Instagram. El vino es ella. La fiesta es ella.

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