Las hermanas que han heredado la bodega más popular del Born de Barcelona
El Xampanyet, inaugurado en 1929, toma un nuevo rumbo de la mano de la nueva generación familiar que está a la cabeza
BarcelonaLaura te atiende desde el momento en que entras en la bodega El Xampanyet (Montcada, 22, Barcelona). También es la que sale a la calle cuando empieza a hacerse cola, porque hay bastante cola, sobre todo en las horas punta, pero también es cierto que es ágil y fluida. Entro en El Xampanyet nada más abrir, a las 12 del mediodía, y detrás de mí entran tres amigas, de edad granada, que piden la mesa que les gusta y ni siquiera se miran la carta, porque se saben los platos de memoria . "En El Xampanyet conviven dos tipos de clientela: los locales, que vienen de siempre, y que muchos conocían a nuestra familia, y los turistas, y nosotros estamos muy contentos de que sea así", dice Laura, que me presenta la suya hermana, Mireia, que trabaja entre la cocina y la sala.
Me siento en uno de los bancos de madera, con mesa de mármol, y les pregunto qué platos tengo que probar para conocer El Champañet de las hermanas Ninou. Y empiezan a recitárme las dos: las tortillas, de patatas y de bacalao; los calamares con chanfaina; los macarrones de la abuela. Hay emoción cuando me los llaman, porque son los platos de su abuela, Maria Rosa Marquès, unos platos que cocinaba en el piso de arriba, donde vivía con el abuelo Estevet, ya veces bajaban alguno en la bodega. "Fue nuestro padre quien hizo una cocina en bodega cuando los abuelos se jubilaron, con 86 años; a partir de entonces hemos cocinado platos", explican. De eso hace pocos años, tan sólo diez. Y es que en la bodega de la calle Montcada que todo el mundo conocía como Ca l'Esteve, porque era el nombre del bisabuelo, del abuelo y el nombre popular del padre (se llama Juan Carlos pero en casa le llamaban Estevet petit), se servían cervezas (con fama en toda la ciudad de estar muy bien tiradas), refrescos, champañet (vino de aguja) y tapas frías, anchoas y conservas.
"Antiguamente, en la bodega la gente llevaba sus fiambreras para comérselas aquí, y los abuelos les servían las bebidas", recuerdan las dos hermanas. Todo ha cambiado porque ellas, con la ayuda del padre, han introducido una extensa carta de platos, el vino de aguja que da nombre a la bodega está institucionalizado y ambas han convencido a la familia para cambiar los horarios: por primera vez, El Xampanyet cierra los sábados por la noche y todo el domingo entero. "No ha sido fácil, porque los abuelos nos decían que no podía ser ese horario, pero nosotros estamos muy seguras de que debemos hacerlo de esta manera", afirman.
Pasamos a la carta mientras las hermanas me comentan que todos los objetos que decoran la sala de la bodega tienen una historia. "Mira, esa botella que tiene forma de sifón era de nuestro bisabuelo, y la tenemos aquí con las otras alineadas, pero ésta es diferente", dice Laura. También hay enmarcados paquetes de tabaco de envoltorios antiguos de la marca Celtas, los cigarrillos de los obreros, como eran conocidos. Podría estarme rato paseando la vista por las paredes, porque la decoración es abundante, pero empezamos a comer.
Primero, las famosas anchoas, que las dos hermanas aseguran que fue la primera tarea que la abuela les hizo. Para continuar, las tortillas: de patatas, que preparan con ajos tiernos muy acertados, y después la tortilla de bacalao. Continuamos con unos calamares con chanfaina que son para mojar pan, pan del bueno, que en El Xampanyet lo cuidan y lo llevan a la mesa correctamente mojado con tomate y aliñado con aceite de oliva virgen extra. Para beber, el camarero, que trabaja desde los 18 años en El Xampanyet, nos echa dos cervezas a la perfección, mientras por nuestro lado van pasando sin cesar copas de estilo Pompidou llenas de vino de aguja. Los camareros dejan la botella en las mesas para que cada uno se vaya sirviendo.
Después de los calamares hay un punto de inflexión. En la carta hay platos muy ligados a la historia de los abuelos de Laura y Mireia, y que ellas dos adoran. Son los calamares, que los hacen siguiendo la receta de la abuela Maria Rosa, y también la butifarra de perol; la butifarra con secas; los garbanzos con chanfaina; los caracoles o huevos fritos a la antigua con sobrasada. Hay muchos más, y todos oscilan entre los 7 euros de las truchas hasta un máximo de 18, que es lo que vale el plato de cigalas y los dados de solomillo de ternera. En esta ocasión nos decantamos por los calamares, y claro que tendremos que volver otra vez para degustar los otros platos. En El Xampanyet los platos de jamón ibérico son de altos vuelos: son de la marca Joselito, que les sirve también uno de los embutidos más preciados: la coppa. Así que todavía hay más motivos para volver.
Para terminar, en el postre, la pareja de Laura se añade a la conversación y nos recomienda el chucho. Dice que él es el encargado de llevarlos desde la pastelería Lis del Raval, cuyos chuchos son de los mejores y que tienen mucha llamada. Y, ciertamente, el chucho es un buen broche de oro para acabar la comida en la bodegueta, que en el 2029 cumplirá cien años, y que tendrá larga vida con el empuje de la cuarta generación que se ha puesto al frente.