La marisquería que se declara desenfadada por los precios acaba de inaugurar su tercer local en Barcelona
Se llama Lluritu 3 y está situado en el paseo de Sant Joan, mientras que los otros dos establecimientos están en el barrio de Gràcia
BarcelonaEl llorito –el raor– es un pez deseado. Recién pescado, tiene un color rojo intenso, carne blanca, y una vez frito incluso sus espinas son deliciosas. Pero no hemos venido a hablar de los lloritos sino de los Lluritus, de las marisquerías que se declaran desenfadadas, que escriben incorrectamente el nombre porque les parece más simpático y que acaban de inaugurar el tercer establecimiento, en el número 72 del paseo de Sant Joan de Barcelona. Reservo mesa en el nuevo Lluritu 3 un viernes por la noche, y me encuentro con clientes habituales de los locales de Gràcia que se confiesan luriteros. En la misma puerta me atiende a una camarera vestida a la manera clásica –chaqueta blanca con dos bordados negros en el puño y uno en el cuello– y me pregunta si tengo reserva; seguidamente me conduce a uno de los cuatro espacios donde se puede comer: las mesas altas de mármol de la planta baja. En el piso superior hay tablas de madera; también se puede comer en la barra, situada justo en la entrada, y en el cuarto espacio, la terraza exterior, en el mismo paseo de Sant Joan.
He pisado un suelo de baldosa hidráulica que se mezcla con uno de terrazo, y los pies te transportan enseguida al recuerdo de los suelos del Lluritu 1 y del Lluritu 2. En el tercer local están fusionados ambos. El terrazo está claro, la luz, también es blanca, y el conjunto de todo ello transmite nitidez. Para continuar, la cartelera colgada sobre la barra está bien iluminada. La ensalada de tomate, las almejas, las navajas, las gambas, las sardinas marinadas o los arroces parecen anunciados como si fueran las novedades de nuestro cine preferido. Es el efecto informal, atractivo y divertido con el que se quiere caracterizar la marisquería, que contrasta con la forma en que van vestidos los camareros.
Y pido platos. Para empezar, pan con tomate, que lo llevan bien mojado. Y con esto ya me tienen ganada. Para continuar, un plato de cáscaras variadas: navajas, almejas grandes y mejillones. Lo llaman variado de caparazón y, ¡atención!, cuesta 9,75 euros. También me decanto por las hojas de atún, con un toque de piel de limón que contrasta bien con el atún cortado en carpaccio, y, a continuación, por un maridaje extremo, que me recuerda a los que prepara el cocinero Jordi Vilà en Al kostat: lechones de ternera con cocochas de bacalao, dos ingredientes tan distintos que acaban teniendo una textura muy parecida. En la cartelera iluminada todavía hay otro maridaje extremo: la lengua de ternera con navajas y escabeche, pero lo dejo para otro día. Quería probar el calamar relleno y los raviolis de pies de cerdo y gambas, pero cuando los he pedido ya habían terminado. De hecho, los camareros me dicen que en la cartelera lo habían indicado con dos puntos rojos, que significa que no los hay. Así que, por último, el plato final es el pescado del día, que es el gallo de San Pedro, cocinado a la plancha, y me proponen diferentes estilos de cocinado; opto por la donostiarra, es decir, con láminas de ajo, guindilla y vino blanco.
Entre todos los platos de pescado y marisco hay uno de carne. Sólo uno, que es una de las grandes novedades de los Lluritos. ¿Cómo cocinará una marisquería unas costillas de cordero? Como todo el resto de platos, con acierto. Convierto las costillas de cordero, comidas con las manos, en unos prepostres. Para otro día queda pendiente degustar los arroces, secos y caldosos, y también tintos; el suquet arromezcado y la cazuela de fideos con gambas. Por último, en los dulces, no falta el chocolate. Y, por último, el precio. El ticket medio ronda los treinta y cuarenta euros. Si se pide el pez del día, aumenta, sobre todo si la pieza es grande. Sin el pescado del día, existe la opción de hacer platos diferentes, y con tamaños pequeños, medias raciones, y es aquí cuando el precio es muy atractivo para ser una marisquería. La carta está escrita en catalán, así como todos los rótulos que anuncian sus platos. Y la última información; los propietarios son tres amigos, Pol Puigventós, Pau Roca y Gerard Belenes, que también cuentan con el apoyo de otros amigos, como el actor Carlos Cuevas.