

BarcelonaEn los últimos cursos me he encontrado con varios casos de alumnos ausentes. Un alumno ausente va más allá del concepto de absentista. Muchos absentistas vienen y faltan a clase de forma intermitente, a veces porque tienen la salud frágil y necesitan ir a menudo al médico, otras porque en casa no hay nadie a la hora que deberían levantarse y de buena mañana deciden pegarse a las sábanas de la cama. Un alumno ausente es aquel que, en los pocos días que viene al instituto, no se encuentra a gusto. No tiene amigos o lo maltratan a sus compañeros, no conecta con las clases ni con los profesores.
Y un día decide que no vendrá más. Y lo cumple. Construye su caparazón de seguridad del que no querrá salir. Y ni la familia ni el tutor conseguirán que cambie de opinión. No quiere ir al instituto (o a la escuela, porque estos casos también los encontramos en primaria). Y como pasan las semanas se activan todos los protocolos. Servicios sociales intervienen y miran si los padres son responsables, si el chico o chica está bien atendido, si sufre problemas mentales o físicos... Un calvario para todos.
La mayoría de absentistas no quiere salir de casa. Algunos ni de la habitación. Suelen tener problemas de adicción a las pantallas (cuántas familias están sufriendo por esta terrible epidemia) y trastornos del sueño y la alimentación. Desde los centros educativos, lo digo por experiencia en ambos sentidos, se ofrecen facilidades para que el alumno se reincorpore (de hecho, están obligados a ello). Adaptaciones del horario, sobre todo. Pero el problema principal es el hecho de ir, de reencontrarse con sus compañeros (que le preguntarán por qué no quiere ir), de no sentirse acogido ni a gusto, así como la angustia que genera la demanda académica.
Segundas oportunidades
En todos los casos que he conocido, el alumno no se ha reincorporado ni normalizado a corto plazo la situación. Y mira que intentamos planificar prórrogas. Después de fiestas... Pero después de fiestas tampoco vuelven porque la desconexión es ya muy lejana, hasta el punto de que los compañeros de clase casi se han olvidado de su nombre. La escolarización domiciliaria está pensada sobre todo para postoperatorios y enfermedades largas, pero no en estos casos. Lo mejor que se puede hacer es detener el tiempo, salir temporalmente del calendario escolar y trabajar para su bienestar al ritmo que necesite. A menudo la solución es un cambio de centro e intentar volver a empezar. Por suerte, después de tanto sufrimiento, puedo explicar que existen segundas oportunidades y algunos casos de éxito.