Infancia

Cómo detectar si un niño es un pequeño emperador

Un exceso de autoestima puede provocar que el niño tenga comportamientos narcisistas e individualistas

Una niña llorando
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BarcelonaEvitar que un niño tenga la autoestima baja es una de las preocupaciones que ha aflorado en las familias en la crianza actual. Es habitual oír frases como "eres el más valiente" o "la más inteligente". ¿Pero qué ocurre cuando la criatura tiene una autoestima demasiado elevada? ¿Cómo pueden detectarla los progenitores? ¿Se puede revertir la situación?

Quejarse por todo, ser exigentes, tener una posición corporal desafiante o sentirse superior a los demás y culpabilizarlos de todo lo que les ocurre tanto en la escuela como en las extraescolares o en el parque son algunos de los rasgos característicos de lo que se conocen como pequeños emperadores, o lo que es lo mismo, de las criaturas que tienen una valoración de sí mismas excesivamente elevada. "Un niño de dos años, por definición, es un pequeño emperador porque suele ser exigente con las familias, llora cuando no tiene algo...", explica Sylvie Pérez, profesora de los estudios de psicología y ciencias de la educación de la UOC. Este comportamiento –añade la experta– puede alargarse hasta los dos años y medio o incluso hasta los tres años y es trabajo de las familias ir reconduciéndolo introduciendo el tiempo de espera u otras alternativas.

Ahora bien, si esta actitud se alarga hasta los 5 años –que es cuando según uno estudio de la Universidad de Washington la autoestima infantil empieza a establecerse – es "una señal de alerta de que algo no va bien". "En niños con una autoestima excesivamente alta pueden surgir conductas clasistas, desprecio por la autoridad, competitividad excesiva, la necesidad de demostrar a los demás que yo valgo mucho y, por tanto, que los demás valen poco", advierte la psicopedagoga. Según la profesora, construir una autoestima alta no es malo, pero hay que tener cuidado: "Criar niños con la creencia de que son muy buenos e invencibles hace que, de mayores, no puedan medir el riesgo de sus acciones ni actuar con objetividad, tengan un sesgo en su favor y, al considerarse buenos y válidos, valoren a los demás según su óptica, con un gran narcisismo".

La presión de las familias

Parte de este problema recae en la inseguridad de las familias a la hora de educar a sus hijos, apunta Ferran Marsà, profesor de los estudios de psicología y ciencias de la educación también de la UOC. Según Marsà, la generación nacida en los 80 es la primera que, cuando ha tenido hijos, ha reflexionado sobre su paternidad a través de su infancia y de la relación que tuvieron con sus padres. Ahora, cuando tienen niños –añade– proyectan las experiencias que han vivido, lo que a veces lleva a malentendidos. "Este contexto tan distinto al que vivieron sus padres provoca que se pierdan un poco y que se haya pasado de una generación que nada se cuestionaba a otra que se lo cuestiona todo. Se ha pasado de un extremo al otro, de patrones educativos franquistas o posfranquistas a otros que escapan de la realidad, sin evidencia alguna más allá de teorías pedagógicas sobre la autoestima".

De hecho, dejan claro ambos profesores, la autoestima infantil es un campo en el que todavía no se ha hecho mucha investigación, sobre todo en España, por lo que es complicado marcar pautas concretas para desarrollarla adecuadamente. Ahora bien, ambos también coinciden en que la solución recae en el equilibrio. "La presión que tienen los padres es brutal, todo el mundo opina y todo el mundo sabe de todo. Se trata de buscar el equilibrio y saber lo que se espera del niño a cada edad y al mismo tiempo ir ajustando la respuesta de las familias a medida que la criatura se va formando", explica Pérez. En este sentido, la psicopedagoga apunta que, antes de trabajar la autoestima, debe trabajarse lo que se llama el autoconcepto, es decir, que la criatura sepa qué hace bien y qué no. "Si un niño es más bien torpe con los deportes hay que poder decirle con respeto qué hace bien y qué puede mejorar", ejemplifica Pérez.

Marsà reconoce que no siempre es fácil encontrar este término medio. "El concepto de mal padre o mala madre se asocia con prácticas que evitan traumatizar a los hijos. Hay que encontrar el punto medio para que el niño se responsabilice de sus acciones, ya que es algo muy humano y también forma parte del desarrollo de 'autoestima'. En este sentido, es partidario de reforzar la comunicación entre los padres, la escuela y los centros sanitarios, ya que son los principales agentes que intervienen en el desarrollo y adaptación de la identidad de los niños y niñas.

Internet elimina la mediación de un adulto

También la irrupción de internet, las redes sociales o redes como WhatsApp o Telegram desempeñan un papel importante a la hora de desarrollar la autoestima de los jóvenes, tanto por defecto como por exceso. Según Pérez, es importante que, en las relaciones entre niños, haya adultos mediante. "Con internet, esta mediación desaparece, no existe una persona mayor que ayude a comprender el feedback que recibe el niño. El problema no son las pantallas, es la ausencia del adulto. Esto incide directamente en la autoestima porque no sabemos cómo influye que no haya ningún adulto para regularlas", lamenta la psicopedagoga. Marsà añade que, en internet, se muestra un mundo idealizado que puede provocar una baja autoestima si no se logra y una autoestima excesiva si el niño se ve reflejado en ella.

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