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Adolescencia

"Notaba que la familia se estaba despidiendo de mí, hasta que deduje que al día siguiente me ingresarían"

Los TCA son las enfermedades mentales con mayor mortalidad, pero un 70% se curan con constancia, tiempo y tratarse en una unidad especializada

Personal sanitario supervisa a las pacientes con TCA en el hospital de día de Can Ruti, en Badalona.
02/02/2025
8 min
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BarcelonaLos trastornos de la conducta alimentaria (TCA) se han duplicado entre los adolescentes catalanes desde el confinamiento por la pandémica de la covid. Los diagnósticos han crecido especialmente entre las chicas de entre 10 y 19 años, con independencia de su nivel socioeconómico y su situación familiar. Sin embargo, la anorexia, la bulimia y los trastornos por atracón no son sólo patrimonio de los niños y los adolescentes. La encuesta de salud de Catalunya apunta a que, actualmente, hay más de 85.000 personas que sufren algún tipo de TCA. Todos estos datos se pusieron de manifiesto el pasado octubre, en el marco de un Sant Pau Talks en el que, a través de varios profesionales de la unidad de TCA del hospital y de los testigos de algunos de sus expacientes, se abordaron las causas y las afectaciones personales y familiares de este grupo de enfermedades mentales, así como las fases de su travesía y la importancia de esta curación.

Uno de los testigos fue el de Maria Crivillé, de 19 años, que actualmente estudia trabajo social. María recuerda perfectamente cuál fue el punto de partida de la bulimia. "A los 12 años, mis hermanos y yo cambiamos de escuela y enseguida sentí que no encajaba", explica. María empezó a sufrir acoso. "A los primeros «María, estás gorda» no les hice ni caso, pensaba que todo acabaría pasando, pero al poco se sumaron fechorías como que me quitaran las cosas del estuche", añade. Todo empezó a ir a más, hasta el punto de que empezó a no querer ir a la escuela. En ese momento nadie sabía por todo lo que estaba pasando. Comenzó a asociar el hecho de no encajar con los comentarios sobre su cuerpo, y los problemas con la comida no tardaron en llegar. "Pensaba que si lograba perder peso el problema se desvanecería", apunta. Empezó a no comer (anorexia restrictiva), pero su cuerpo no lo toleraba. "Tenía hambre, mi cuerpo necesitaba comida, y pasé a vomitarlo todo ya desarrollar una bulimia", subraya.

Origen multifactorial

Los TCA son un grupo de enfermedades de salud mental de origen multifactorial en el que intervienen factores genéticos, psicológicos y socioculturales. Eduard Serrano, doctor en psicología y coordinador de la unidad de TCA del Hospital San Juan de Dios, apunta que la genética explicaría en torno a un 70% de los casos, especialmente en la anorexia nerviosa. Sin embargo, "esto no quiere decir que si la madre ha sufrido una anorexia el hijo o la hija desarrolle el mismo trastorno a toda costa". También hay factores psicológicos "de la personalidad del individuo, con rasgos relacionados con la autoexigencia, la obsesividad, la baja autoestima o el perfeccionismo".

Finalmente, prosigue Serrano, hay un conjunto de factores socioculturales, "como los modelos estéticos o los ideales de belleza basados en la extrema delgadez y la influencia de la moda, de los medios de comunicación y, últimamente y sobre todo en los adolescentes, también de las redes sociales, especialmente Instagram y Tik, estético y fomentan las comparaciones entre los cuerpos, con el agravamiento de que en muchas ocasiones las imágenes no son reales, sino retocadas, lo que hace más difícil la aceptación del propio cuerpo". Haciendo una metáfora, señala Serrano, los factores genéticos "proporcionan la pistola", los ambientales "la cargan" y los acontecimientos vitales estresantes (la separación de los padres, la pérdida de un amigo, una ruptura sentimental o, como en el caso de María, el acoso en el colegio).

Para el coordinador de la unidad de TCA de San Juan de Dios, lo más importante es entender que un TCA "no es ninguna elección que haga la persona, sino una enfermedad". Hay síntomas, continúa, que se comparten con la población de riesgo, como el hecho de que, en Barcelona, un 63% de las chicas y un 55% de los chicos no se gusten, pero después la suma de factores hace que este TCA cristalice. "La persona no quiere estar enferma, quizás ha modificado la dieta para verse mejor o intentar encajar y se le ha descontrolado", dice Serrano, quien alerta de que, pese a tratarse de enfermedades de origen mental, tienen muchas consecuencias físicas, como la desnutrición y el afecto de los órganos vitales. En este sentido, subraya, hay un mejor pronóstico "cuando se hace un diagnóstico precoz, cuando se inicia un tratamiento especializado enseguida y cuando la familia también se involucra en él desde el principio".

Maria Crivillé y su padre, Àlex Crivillé, en el Sant Pau Talks.

Negación del problema

En casa, María nunca había dicho nada de lo que le ocurría, pero su carácter cambió radicalmente. Los cambios físicos también empezaron a hacerse evidentes. "Empecé una época de exámenes y no tenía capacidad para rendir. Físicamente estaba agotada", explica. Un día en la escuela estalló todo y se lo explicó a una profesora, pero de manera superficial. "Le dije que no estaba comiendo y que, de vez en cuando, vomitaba", recuerda. También le pidió que no se lo contara a sus padres, que ella misma les contaría. "Esa misma tarde les solté a mis padres; les expliqué que no tenía una buena relación con la comida, pero no el porqué", matiza.

Unos días después, María y su madre, Anna, fueron de compras. Cuando Anna ver a su hija sin ropa en el probador –algo que hacía tiempo que no pasaba–, fue consciente de todo. Poco después, Anna llevó a su hija a una primera visita médica, donde la diagnosticaron de bulimia. "Recuerdo decirle al médico que no, que se había equivocado. Aquel día no quise escucharlo. No quise saber qué era la bulimia. Estaba muy enfadada con mi madre por haberme llevado al médico y con aquel médico, porque decía que se estaba inventando cosas", apunta entonces, ". María no era consciente de estar enferma, nunca había oído hablar de los TCA y no sabía qué eran la anorexia y la bulimia. "No le di la importancia que debería haberle dado", reconoce ahora.

Serrano corrobora que el paciente no tiene conciencia del problema "y, por tanto, no tiene motivación ni por el tratamiento ni por el cambio". Al adolescente le lleva la familia. "Él o ella no ve problemas en los síntomas nucleares, piensa que controla y ha cambiado su dieta por salud, no es consciente de la gravedad de la desnutrición", añade. Los profesionales que se dedican ya saben que es una característica del trastorno y lo trabajan con la familia. Con el paciente, explica, "hay que abordar algún otro síntoma, como pueden ser la tristeza, la irritabilidad, las dificultades para dormir o los problemas con la familia, para establecer un vínculo, conseguir que exista una alianza terapéutica e iniciar un proceso de cambio".

Engañar a la familia

María recuerda cómo un día su madre le dijo que el domingo de esa semana harían una visita al hospital. El día antes, en casa, se organizó una comida familiar. "Yo notaba que la familia en cierto modo se estaba despidiendo de mí, pero no podían decirme adiós, claro. Mis títeres me daban abrazos y yo no entendía nada. Hasta que deduje que al día siguiente me ingresarían en algún sitio... Y así fue. a estar tres meses sin salir de la cama. "La gente piensa que un TCA sólo implica que la persona deja de comer, pero implica mucho más: yo tuve muchos problemas a nivel orgánico", dice. Las analíticas así lo demostraban, para sorpresa de su padre, Àlex Crivillé, que hoy en día reconoce que, hasta ese momento, María les había logrado engañar a todos.

Ella, recuerda su padre, comía, pero de un modo muy glotón. Después no comía o no se acababa la comida y, por las tardes, comía de una forma muy compulsiva y después desaparecía. "Se ponía música en el lavabo y cuando picábamos en la puerta y la llamábamos no respondía", apunta. Para Álex y Anna fue muy difícil detectar la bulimia de María. "Yo la veía bien –apunta él–. El aspecto sí era algo pálido, pero yo recuerdo que antes del ingreso estuvimos jugando a ping-pong, y me sorprendí mucho cuando, con los resultados de la analítica en la mano, nos dijeron que debía ingresarse urgentemente."

María les explicaba que tenía un monstruo en la cabeza que le decía qué hacer, como vomitar, y que era superior a ella. Afirma que asociaba su enfermedad con la imagen de Barbie –rosa, alta y delgada–, que representaba su ideal de belleza. La joven también apunta que, cuando la enfermedad se apoderó tanto de ella, la mentira siempre iba por delante. "Ahora pienso y creo que llegó un punto que me creía mis propias mentiras", dice. Durante el ingreso en el centro de día, al regresar los lunes después de pasar el fin de semana en casa, defendía haberse llevado en grande. "La realidad era que había estado todo el rato haciendo lo que me había dicho la cabeza", añade.

No opinar del cuerpo de los hijos

El coordinador de la unidad de TCA del Hospital San Juan de Dios, Eduard Serrano, explica que la familia es muy importante como agente de prevención. "Lo que deben hacer, sobre todo, es potenciar la autoestima de los hijos. Lo deben desligar de la apariencia física y centrarse en la personalidad, los valores, las habilidades y los hitos académicos, deportivos...", explica, así como favorecer esta autoimagen corporal positiva y ser modelos ni lo que pasa por "no hacer comentarios de los cuerpos, ni hacer comentarios de los cuerpos, ni hacer comentarios de los cuerpos. También hay que promover hábitos de estilo de vida saludables y hábitos alimenticios saludables, y si los padres, por ejemplo, deben hacer dieta, "poner el foco en la salud y no en la estética". Debe evitarse, sin embargo, hacer comentarios despectivos del propio cuerpo, lo que influye sobre todo en las chicas. Por último, recomienda el psicólogo, "hay que ayudarles a desarrollar un sentido crítico de las redes sociales y de la vida maravillosa e irreal que ayudan a difundir, y fomentar la comunicación en casa para que los niños y adolescentes tengan la confianza y la seguridad para explicar qué les preocupa y así, si es necesario, poder intervenir".

Tratamiento ambulatorio, la opción mayoritaria

Justo después de ingresar en la unidad de TCA del hospital, el médico preguntó a Maria si no tenía ganas de llorar, y ella le respondió que no lloraría "por estas tonterías". En ese momento, Maria "era una niña de 13 años enfadada porque la habían encerrado en una habitación sin entender por qué". En ese primer ingreso, que duró tres meses, "tenía la suerte", señala, que los padres iban a verla un par de veces al día. Después continuó el tratamiento en el centro de día, donde pasaba el día y realizaba las comidas principales y las terapias individuales y en grupo. Por la tarde volvía a casa para pasar la noche. "Yo no acababa de estar bien, no terminé el tratamiento, así que me tuvieron que volver a ingresar", recuerda.

Aquel ingreso fue totalmente diferente, con compañeras que estaban pasando lo mismo que ella. "Yo veía casos muy graves, pero para mí el mío no lo era. Eres consciente de ello cuando van pasando los años y vas recordando todo el proceso", destaca. Los primeros días no vio a sus padres y, después, cuando los empezó a ver muy progresivamente, llegó la cóvida y se quedó allí confinada. No pudo ver a la familia hasta casi dos meses después. "Nunca pensé que podría morirme por el TCA", reconoce ahora, casi cinco años después y ya recuperada.

El caso de Maria, que en primera instancia tuvo que ser ingresada en el hospital, no es lo habitual. Lo que determina el dispositivo del tratamiento es la gravedad del trastorno. Lo ideal, apunta Eduard Serrano, es empezar a nivel ambulatorio, que es la opción mayoritaria. Sin embargo, subraya, hay unos objetivos: "En el caso de la anorexia, restaurar un peso y un estado nutricional saludables. En el caso de la bulimia y los atracones, restaurar el patrón de conducta alimentaria y el estado nutricional". El coordinador de la unidad de TCA de San Juan de Dios explica que también hay que poner el foco en las consecuencias de estos trastornos, "por eso el equipo que trabaja en la unidad es multidisciplinar: psicología, psiquiatría, enfermería, trabajo social, educador social, docente..."

de mayor intensidad, como son el hospital de día (donde el paciente permanece entre uno y dos meses) o, para los casos más graves, el ingreso hospitalario (con una estancia de entre dos y tres semanas). Finalmente, la unidad también cuenta con un programa de prevención de recaídas, "en tanto que se trata de una enfermedad en la que, una vez restaurados y normalizados la dieta y unos parámetros médicos, frente a factores de estrés pueden darse pasos atrás". En este sentido, concluye su coordinador, "hay que seguir visitando al paciente al menos un año para asegurarse de que dispone de todas las herramientas para no recaer".

Transición a las unidades especializadas de adultos

Una vez alcanzan la mayoría de edad, los adolescentes afectados por un trastorno de la conducta alimentaria llegan a la unidad de TCA del Hospital de Sant Pau. Un poco antes, apunta la doctora Mar Carceller, responsable de la unidad de TCA del servicio de psiquiatría del hospital, "desde las unidades de conducta alimentaria de infantil ya se les hace la derivación para que los conozcan y, posteriormente, si es necesario se realiza el traslado". La transición, explica, es un proceso que angustia a los familiares del paciente, ya que en este nuevo escenario se trabaja desde la autonomía y desde la decisión voluntaria del paciente, mientras que en las unidades pediátricas son los padres quienes deciden si el paciente realiza el tratamiento o no. "Nosotros esto no podemos hacerlo, porque ya son adultos y, por tanto, deciden ellos, y tenemos que trabajar con la motivación del paciente para querer hacer el tratamiento", señala Carceller. Pese a la inseguridad inicial que esto despierta en los progenitores, la psiquiatra destaca que, "cuando es el propio paciente quien toma las riendas de su tratamiento, los resultados son mucho mejores y más continuados en el tiempo". A juicio de Carceller, el hecho de compartir terapia con personas adultas es una ganancia, "ya que ven cómo puede progresar un TCA y cómo puede afectar a la vida en varias etapas, algo que cuando eres más pequeño no ocurre porque no tienes planteamientos a largo plazo ni tanteas como te afectará familiarmente, en los estudios o en la vida en pareja". Formar parte de un grupo heterogéneo, en este sentido, también "puede convertirse en un factor motivador a la hora de realizar el tratamiento".

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