Hay demasiados centros que no se han puesto las pilas con la lectura
Como cada final de curso, cuando hago balance, me queda una sensación agridulce porque todavía hay escuelas que para ellas la lectura es sólo un complemento del currículum
BarcelonaLlego tarde a Castellnou de Seana por culpa de un atasco. Sé que me están esperando y padezco, pero una vez dentro de la escuela me pasa todo. Allí están los cincuenta alumnos del ciclo superior haciendo círculo dentro de un aula decorada para la ocasión con un “Bienvenida Anna Manso” precioso, dibujos, mis libros expuestos y una pizarra digital que apunta sorpresas. Txell Giné, responsable del equipo de biblioteca de la ZER (Zona Educativa Rural que agrupa a dos pequeñas escuelas) me anuncia que son una escuela diferente y que quieren hacerme un recibimiento igualmente diferente. Han preparado un vídeo y también un par de partidas del concurso Pasapalabra a partir de algunos de mis libros que se han leído. Después respondo a las preguntas que me hacen los alumnos ayudada de una pequeña caja de herramientas que llevo cargada de pequeños objetos para explicar el proceso de escritura y el acto creativo. Y para terminar firmo el libro a cada alumno, y ese momento con cada uno de ellos me permite mirarlos a los ojos y dedicarles unos segundos que son un pequeño tesoro.
Ésta ha sido mi última charla del curso. Entre escuelas, institutos y bibliotecas habré visitado cincuenta centros y celebrado setenta sesiones. Son muchas y he recorrido tantos kilómetros que no quiero ni contarlos. Como resumen, sólo diré que un día estaba en el Pallars y tres días después en Alcanar.
Los encuentros de los autores de literatura infantil y juvenil con los lectores de los centros educativos son muy habituales, aunque desconocidos para quien no forma parte de este mundo. Los autores llegamos de diferentes formas: gracias a instituciones como la ILC (Institución de las Letras Catalanas), a través de las editoriales que nos publican los libros o porque los centros nos contactan directamente y se hacen cargo ellos mismos de los honorarios.
Como cada final de curso, cuando hago balance, me queda una sensación agridulce porque todavía hay demasiados centros que no se han puesto las pilas y para ellos la lectura es sólo un complemento del currículum. Lo sé porque cuando llego me atienden como si viniera a dar una materia cualquiera y no como si fuera una actividad extraordinaria. Muchos se han limitado a leer el libro y ya no hay que preparar ni preguntas.
También me encuentro con situaciones incómodas, como maestros que regañan a los niños ante mí de muy malas maneras y yo quiero fundirme y pienso “por favor, por favor, que no me asocien ni a mí ni a la lectura con este mal rollo ”. Docentes que miran el móvil sin ningún tipo de vergüenza de forma constante. Que no me escuchan. O que cuando les digo que es una lástima que no pueda firmar el libro para que el alumno se lo lleve a casa y así rematamos el vínculo emocional libro-lector y hacemos que el libro sea un objeto deseado, me dicen que tienen suficiente trabajo . Sí, son visitas que me dejan un sabor triste, porque me doy cuenta de que no se ha entendido el espacio central que debería ocupar la lectura a la hora de combatir el fracaso escolar.
Fiesta grande
Por suerte, en otros muchos centros la visita de un autor es fiesta grande. No por la persona en sí, sino porque quieren crear lectores y se dan cuenta de que es importante celebrar a quien escribe los libros. Como la Escuela Ferreries de Palafolls, que convocó a las familias en el teatro municipal para que asistieran a una lectura dramatizada en voz alta de fragmentos de mis libros, y yo casi acabo llorando de emoción. Al igual que me gusta explicar la complicidad de tantos claustros y direcciones que se lo creen en serio, como las del Instituto Escuela de Bahía del Vallés, o la Escuela Caminos de las Franquesas o la Escuela de Prácticas de Tarragona o la Escuela El Vivero de Moncada i Reixac. Por no hablar de aquellas bibliotecarias mágicas, como Núria Flo, de la biblioteca Josep Miracle de Collserola, que convierten a los clubs de lectura en círculos junto al fuego.
Y aunque tenga que hacer muchos y muchos kilómetros de lo que llamo, en tono de broma, el Manso Tour, vale la pena cuando se llega a escuelas como la ZER Serra de Prades, donde te hacen unas entrevistas que ni Xavier Grasset, o en la escuela municipal de Sort, donde me regalaron un cuadro hecho con pequeños retratos mis dibujados por los alumnos . Estoy de suerte y no tengo espacio para mencionar tantos otros centros de los que salgo llena de energía y esperanza.
Soy de tipo optimista y prefiero quedarme con estas buenas (y numerosas) experiencias. Y sólo deseo que se encomienden y que todos los niños y jóvenes puedan disfrutar de escuelas e institutos donde se ame la lectura. Pero en serio.