Un niño frente a una pantalla no es un niño tranquilo

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BarcelonaEl cerebro de un niño triplica su peso entre el nacimiento y los tres años, multiplicando por millones las conexiones neuronales. Por eso esta etapa de la vida es tan delicada y no podemos dejar de protegerla. El caso es que, con demasiada frecuencia, los adultos interpretamos lo que hace una criatura desde nuestra mirada y olvidamos que su cerebro es notablemente diferente al nuestro, porque todavía tiene que desarrollarse.

Estas confusiones se ponen de manifiesto con las valoraciones que hacemos los adultos cuando una criatura, por ejemplo de dieciocho meses, se está quieto frente a una pantalla: "Mira que tranquilo y qué listo: ¡ya sabe encontrar sus dibujos preferidos en mi móvil!" "¿Ha visto que atento está en el juego de inglés que hace en la tableta?" Ni está tranquilo, ni es muy listo, ni presta atención voluntaria. Los que son muy listos son los fabricantes de dispositivos que han hecho el acceso a los contenidos muy fácil para captar a los máximos consumidores.

La quietud ante las pantallas es lo primero que debemos evitar. Los niños deben poder moverse libremente por espacios seguros la mayor parte del día. Estarse quietos "capturados" por una pantalla no les aporta nada mejor de lo que pueden hacer sin ella. Por el contrario, no pueden desarrollarse bien a nivel musculoesquelético y pueden lesionarse la visión.

El cerebro de un niño capta luz, sonido y movimiento desde pronto, desde que el niño tiene pocas semanas. Y cuando los cambios de luz, sonido o movimientos suceden en una pantalla a un ritmo muy rápido (los cambios son cada pocos segundos) ¡el cerebro queda atrapado! Por tanto, las pantallas tienen cuatro efectos negativos:

- La velocidad de las imágenes que es tremendamente más rápida que la realidad.

- El "secuestro" de la voluntad

- La inmovilidad.

- La imposibilidad de hacer otras cosas mucho más saludables

Lo más cómodo sale muy caro

Una criatura menor de tres años no necesita una pantalla para "calmarse" ni para relajarse (como nos parece que hacemos los adultos). Lo que tranquiliza a un niño son sus adultos de referencia (madre o padre) que le aportan seguridad y estima incondicional y atienden sus necesidades básicas. ¿Cómo? Hablándole y escuchándole, jugando o permitiendo que se aburra... Que todo ello fomentará la atención sostenida y voluntaria, tan necesaria para desarrollar el habla, y todo el desarrollo de las funciones ejecutivas superiores del cerebro.

Si desea tener una criatura tranquila, ¡déjela mover siempre que sea posible! Y si desea que le preste atención, no permita que una pantalla le sobresature el cerebro de estímulos que captan su atención automática. A un niño que está bien atendido, y puede moverse libremente, se le puede pedir quietud un rato en un transporte público o en una sala de espera sólo con algunos juegos sencillos (alternativos en las pantallas).

Las pantallas son nuestro instrumento de tranquilidad, no el de los niños. Como ya dijo la pedagoga Tamara Chubarovsky: "¡En cuestión de niños y pantallas, lo más cómodo sale muy caro!"

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