Francesc Torralba: "Me han hecho ver que los hombres tendemos a blindarnos emocionalmente"
Doctor en filosofía, en teología, en pedagogía y en historia y padre de Valentí, Núria, Anna y Mireia, de entre 29 y 23 años. También es padre de Oriol, que murió hace un año, cuando tenía 26. Ha escrito más de 100 libros, dirige la cátedra Ethos de la URL y acaba de publicar 'No hay palabras. Asumir la muerte de un hijo' (Ara Llibres) en la que reflexiona con una asombrosa sinceridad sobre la muerte de Oriol.


BarcelonaEra un día espléndido. Hacía un sol potente y estábamos haciendo una ruta de treinta kilómetros por el corazón de los Picos de Europa. Salimos del pueblo de Caín y teníamos que volver después de pasar por Bulnes. Oriol había programado la ruta y le hacía mucha ilusión. Nos preparamos a fondo para hacerla y llevábamos agua, comida y todo el material apropiado. Subíamos andando y bajábamos trotando. Nos ayudábamos con los bastones. La ruta no presentaba peligro alguno. Era larga y tenía muchos desniveles pero no era arriesgada. Sin embargo, ya de vuelta, perdimos los hitos del camino, el GPS no recibía señal y tuvimos que buscar la ruta intuitivamente. Él iba delante y yo detrás a pocos metros. Al dar un giro, lo perdí de vista y sentí un fuerte golpe. Me acerqué al lugar donde supuestamente estaba, pero ya no estaba. Se había precipitado monte abajo hasta caer al río Cares.
¿Cómo describirías lo que sentiste en ese momento?
— Es difícil encontrar palabras adecuadas. El alma experimenta una sacudida inmensa, como un pinchazo que la atraviesa entera. Sentí perplejidad, estupefacción, susto. Gritas y nadie responde. Vuelves a gritar y sólo sientes el ruido del viento que mueve las hojas. Te sientes impotente. Te parece imposible que, de repente, te encuentres en una situación de esta naturaleza. No hay palabras.
Es un instante que lo ensombrece todo, pero explicas que también permite entender mejor tres conceptos.
— La muerte de un ser querido te hace más humilde, porque te das cuenta de tus límites, de tu impotencia, de la pequeñez de la condición humana en el cosmos. Nos pasamos la vida planificando, programando, pero todo puede irse al garete en un instante. Te das cuenta de que somos como volvas, seres muy efímeros, contingentes.
Y otras dos verdades.
— Una experiencia de este tipo te permite ponerte en la piel de personas que sufren duelos traumáticos, permite captar lo que hay más allá de las palabras, ejercer la compasión en el sentido más noble de la palabra. Y, a la vez, te permite relativizar, centrarte en lo valioso, relevante y dejar de lado las pequeñeces y las mezquindades de la vida que tan a menudo nos ocupan y preocupan. Te hace más magnánimo, más humilde y compasivo.
¿Cómo has ido viendo a las hermanas de Oriol?
— He constatado su madurez, serenidad, aplomo y humanidad. Saben pedir ayuda. Saben darlo cuando alguien necesita. Han crecido como seres humanos. El sufrimiento educa. Me han hecho ver que los hombres tendemos a blindarnos emocionalmente, a esconder nuestra fragilidad, a protegernos detrás de la coraza.
Ahora eres un padre distinto.
— El vínculo paternofilial se ha hecho más fuerte, más denso, más significativo, porque lo vivido nos ha unido más, nos ha permitido ir a fondo, tener conversaciones que nunca teníamos. Nos hemos descubierto unos a otros, nos hemos consulado, nos hemos sostenido emocionalmente.
La vivencia del tiempo también se transforma.
— Valoras a cada hijo como un ser único y diferente, como un don efímero y, precisamente por eso, te parece más valioso que nunca. Disfruta más intensamente de cada instante que compartimos, de cada cena, cada excursión o carrera, porque tienes conciencia de que el tiempo es limitado. Selecciones más el uso del tiempo y quieres compartirlo con calidad.
¿Ha regresado al Pirineo, a Morgovejo?
— Sí, hemos vuelto, porque es un pueblo donde tenemos amigos y familia, porque formamos parte de esa comunidad. Cada rincón evoca el recuerdo de Oriol y no es fácil volver. La montaña adopta un significado simbólico. Fácilmente estalla el llanto, pero el dolor es necesario afrontarlo. La evasión no es la solución.
¿Has podido rehacer ese camino que perdisteis?
— Habrá ocasión, pero no puedo hacerlo solo. Es largo y es necesario ir acompañado de alguien experto. Es una asignatura pendiente.
Cuéntame un momento feliz reciente.
— El 13 de agosto por la tarde, después de comer. Justo antes de conmemorar el año de su muerte, el 14 de agosto, mi hija Anna, nos presentó la canción que había hecho en recuerdo de Oriol. Era un secreto muy bien guardado. Tiene como título Felicidad imperfectay se puede escuchar en Spotify. Es un tema maravilloso. Su proceso de luto es un ejemplo a seguir: ha sabido transformar el dolor en una obra bella.