Francesc Torralba: "Este año he llorado como nunca, pero también me han abrazado como nunca"
Doctor en filosofía y en teología
Este lunes sale a la venta No hi ha paraules. Com assumir la mort d'un fill, el libro número 121 de Francesc Torralba (Barcelona, 1967). El oficio de filósofo, teólogo, profesor universitario y escritor se unen para transformar la muerte de su hijo Oriol en un texto sereno y edificante. Oriol murió el 14 de agosto de 2023, mientras hacía una excursión por los Picos de Europa con su padre. El libro comienza con la crónica detallada de ese último día que pasaron juntos y reflexiona después sobre la ausencia, la vida efímera y la muerte irreversible, algunos de los temas que Torralba ya había abordado en otros trabajos.
En la última página de este libro hay un retrato de tu hijo y creo que se te parece mucho.
— Lo ha dicho mucha gente, sí. Además, el artista lo saca muy bien, a carbón, a partir de una fotografía suya. Yo quería que estuviera allí, como un recuerdo y un homenaje a él.
¿Cómo era tu hijo?
— Era reservado, trabajador, muy deportista. Tenía un sentido del humor muy pícaro, a veces sarcástico. También era muy amigo de sus amigos, sabía encontrar un tiempo para cada cosa. Era una persona excepcional, con muchas ganas de vivir. Era un vitalista, Oriol.
¿A qué se dedicaba?
— Él hizo administración y dirección de empresas y trabajaba en banca privada en Madrid, llevaba dos años viviendo allí. Su ocio preferido era la bicicleta, carreras de montaña, maratones, caminatas largas...
El último día de la vida de tu hijo lo pasásteis juntos tú y él. ¿Cómo recuerdas ese día, antes del accidente?
— Hombre, como un día grande. Lo cierto es que fue un día luminoso, un día fantástico, hacía un sol espectacular, en un entorno privilegiado, como los Picos de Europa. Y con una ruta de prados y paisajes fantásticos. Salimos muy temprano, todavía oscuro, pero fuimos viendo cómo se levantaba el día. Él era muy feliz, se encontraba muy bien, yo también estaba muy bien y habíamos planeado la ruta con mucho tiempo y con muchas ganas.
¿Hay un último momento que lo pierdes de vista?
— Sí, él iba siempre un poco por delante, por agilidad, también por su fuerza. Había momentos que lo perdía de vista, luego volvía a verlo, él me esperaba, seguía los hitos. Como no había niebla ni nubes, siempre veía la camiseta o el gorro. Pero entonces hubo un momento en que hago un giro del camino y no lo veo. Allí es dónde se produce el pánico. ¿Dónde está? Quizás ha ido a hacer sus necesidades. Grito, pensando que me contestará, y no hay respuesta. Grito una y otra vez, ya pasan cinco, diez, quince, veinte minutos, y entonces ya empiezas a pensar en el peor escenario. Que ha caído, que ha perdido la conciencia, que se ha desmayado... Tampoco era un lugar que diera miedo por un precipicio, pero es verdad que después había una caída hacia el río Cares. Probablemente lo último que le dijera fuese “acabate la barrita” o “¿tienes agua?”, pero no hubo una despedida solemne, porque se produce un corte. Yo recuerdo que antes de dar este giro, paramos en un riachuelo, porque ya eran las cuatro y media de la tarde, hacía mucho calor, llevábamos muchas horas caminando, y entonces nos refrescamos, y como ya habíamos perdido el camino, le dije: “Si salimos de ésta, lo recordaremos toda la vida”. Lo que no sabía es que no saldríamos y que también lo recordaríamos toda la vida. Íbamos bajando con la idea de encontrar el río. Si no, habríamos pedido rescate. Lo acabé pidiendo solo.
¿Se perdieron?
— Sí, perdimos los hitos, no llegaba la señal de GPS y entonces empezaron las inquietudes. ¿Por dónde vamos? ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Subimos? ¿Bajamos? Abajo se veía el río, pensamos que llegaríamos por un sitio u otro, y que allí encontraríamos gente porque es una ruta llana y muy masificada.
¿Sentiste algo que te hiciera sospechar que tu hijo hubiera caído?
— No oí un grito, pero escuché un golpe. Un gran ruido. Pero podía ser un tronco que se había desprendido o una piedra que se había caído. Era un golpe seco, bastante lejano. Luego intuí que podía ser su cuerpo, pero al momento no hice la asociación directa.
El accidente de Oriol fue el 14 de agosto de 2023, ahora acabas de publicar No hi ha paraules. Com assumir la mort d'un fill. No es un libro triste, Francesc, es un libro sereno.
— He tomado distancia, no he escrito en caliente. Expresa lo que siento y lo que he aprendido. Si el libro me hubiera salido lleno de indignación y odio contra la vida y contra todo, probablemente no lo habría publicado. Creo que un libro no debe ser una cloaca de emociones. Debe ser edificante. Yo fui el testigo ocular, el único, del último día de la vida de mi hijo. Ni mi mujer, ni mis hijas ni la novia ni los amigos estaban allí. Quería poder contar este último día con la máxima precisión. Reconstruirlo para tener un recuerdo y hacerle un homenaje.
¿Cuál es la pregunta que te has hecho más veces en este último año?
— Por qué tan joven. Todos nos moriremos, Albert, lo que no sabemos es cuándo, de qué, ni cómo. La pregunta es: ¿por qué tan joven? Ojalá yo le hubiera podido ceder treinta años. Oye, yo he vivido 57, me gusta mucho vivir, pero si tú puedes vivir treinta años más... No tenía que morir nadie allí, pero si alguien tenía que morir era yo. Él lo tenía todo por hacer: casarse, ser padre, desarrollar una profesión, disfrutar de sus amigos.
Cuando se muere un hijo, ¿también se muere el padre?
— El padre cambia. No muere, pero cambia. Yo no he muerto. Me recuerdo de mí mismo que estoy vivo y es un recordatorio que tenemos que tener todos muy presente. Hay un montón de proyectos por hacer, gente por amar, gente que nos necesita. Yo entiendo que haya personas que queden como enterradas en la pena y al final son como muertos en vida. Es como si vegetaran hasta que finalmente llega la muerte física, pero ya no estaban allí. Constatas que todo es muy efímero. Esto cuando vas a un cementerio ya lo ves: fíjate, ese que está aquí hace cuatro días que estaba allí, y dentro de cuatro días estaré yo. Este carácter efímero hace que valores más cada conversación, cada abrazo, cada beso, cada página que leemos, cada música que escuchamos, cada carrera que hacemos, porque piensas que podría ser la última. Es una paradoja, pero la muerte de alguien querido te hace mucho más vitalista.
¿Qué es lo mejor que te ha pasado este último año?
— En primer lugar, el vínculo con mis hijas y mi familia. La muerte de un hijo puede generar más cohesión y mayor proximidad y más conversaciones. Esto es lo mejor que me ha pasado. También la respuesta de muchos amigos. La muerte de una persona también funciona como purificador. Ves al amigo de verdad y al que este tema ni le va ni le viene. He tenido mucho apoyo de muchos amigos, esto también te permite pasar mejor el luto. Saber que a otros les duele lo que tú sientes, te acompaña.
¿Cuál es la última vez que has reído y te has sentido culpable por hacerlo?
— Hace mucho, ya. Hubo unos meses en los que me era muy difícil reír, pero a veces hay una situación de comicidad y ríes, y puede que te sientas culpable. ¿Cómo puedo reír? Luego ya no. En la vida debe haber un tiempo para reír y un tiempo para llorar, y sería ideal que fueran proporcionados. En un año he llorado como en toda mi vida y no me avergüenza decirlo. No recuerdo haber llorado nunca tanto.
¿Dónde has llorado?
— He llorado solo. En la montaña, sobre la bicicleta, he llorado corriendo, andando, en el coche, a veces suscitado por una música. He llorado menos con mi familia. Los hombres, en particular, nos blindamos mucho emocionalmente y todavía nos cuesta mucho mostrar de manera honesta lo que sentimos. Y esto es malo, sí.
¿Cuál es la última vez que has percibido una mirada de lástima hacia ti?
— Eso sí lo he visto, y quizás no hace tanto. Lo he visto en profesores, en amigos. Es una mirada de pena, que no es altiva ni orgullosa, el otro tampoco sabe qué decir. Es muy difícil decir algo sensato, por eso titulo el libro No hi ha paraules. No hay palabras para quien lo ha pasado ni para los amigos.
Hay una frase en el libro que tiene que ver con esto: “El abrazo es una columna de carne frente a la intemperie”.
— Mira, al igual que te digo que he llorado como nunca, he sido abrazado como nunca, en este último año. Y por desconocidos. En un restaurante, al ir a pagar, por un alumno, por profesores, personal no docente, un guardia de seguridad en la universidad. Esto es muy bonito. Sería terrible que vivieras una experiencia así y todo el mundo fuera indiferente.
Puedo hacerte una pregunta que tú haces a tus alumnos: ¿qué harías si hoy fuera el último día de tu vida?
— Mira, el último día quizá haría dos o tres horas de clase, me complace mucho enseñar, naturalmente iría a correr un rato largo a un lugar bonito, el Montseny, comería con mi mujer y con mis hijas, me gustaría escuchar determinadas músicas, rezaría, trataría de reconciliarme si he herido a alguien y agradecería. Esto lo dicen muchos alumnos: "Agradecería a mis padres todo lo que me han dado". Yo les contesto: “¿Y tienes que esperar al último día, bobo?”. Yo haría todo esto y quizás quisiera recibir el sacramento de la unción de los enfermos, aunque no estuviera enfermo, reconciliarme con los demás y con Dios.
Entiendo que esta pregunta a los alumnos la hacías antes de la muerte de tu hijo. ¿Qué patrón de respuestas te dan?
— Llevo más de veinte años haciendo esta pregunta. Las respuestas son muy buenas. Por ejemplo, el último día nadie viene a la universidad, el último día nadie está en las redes consumiendo rumores ni tonterías, el último día se marchan de la ciudad, se van al campo, a la montaña o a la playa, el último día eligen al detalle con quienes están, el último día valoran la gratitud y poder curar heridas.
¿Tú eres creyente, qué cambio ha habido este último año en tu relación con Dios?
— Cambio sustancial no ha habido ninguno. Ha habido mucha oración. Dios es un misterio, pero esto ya lo sabíamos. Aquel Dios previsible que, como un fontanero, te resuelve todos los problemas, esto se cae a pedazos. ¿Qué haces? Confiar en la palabra que nos ha revelado y que esa palabra sea fuente de esperanza.
Culpar a Dios, ¿nunca? ¿Este “por qué tan joven” se lo has llegado a reprochar a Dios?
— Entiendo que en algunas personas esto se produzca. En mi caso, hay pregunta, pero no hay reproche. No he buscado un chivo expiatorio. Una situación como ésta es una prueba de fuego para la fe. He visto movimientos en doble dirección: quien ante una situación así, pues adiós a Dios, y quien dice que lo único que queda es la fe en un reencuentro final. Cómo y de qué manera será no lo sabemos, pero yo creo en ello.
¿Tú confías que te reencontrarás con tu hijo?
— Yo confío en una vida eterna y en un reencuentro final, sí. Ahora, si me dices: ¿lo puedes demostrar? No. ¿Existen argumentos? No. ¿Existen experiencias al final de la vida que puedan evocar esto? Sí, pero podrían explicarse por otros muchos factores. Es un acto de fe y confianza.
Acabamos. ¿Cuál es la última canción a la que estás enganchado?
— A mí me gusta mucho Maná. Y estoy enganchado a un clásico, El muelle de San Blas. A mi hijo, pese a tener treinta años menos que yo, también le gustaba mucho esa canción.
Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.
— Pues creo que después de la aceptación, que es la fase última del duelo, viene la gratitud por todo lo que aquella persona nos ha dado durante su corta vida. Y la mejor gratitud que podemos tener es vivir con la mayor plenitud el tiempo que vivimos. Y hacer memoria. Una memoria serena, no dolida, no resentida. Esto es lo que trato de hacer también en este libro.
El Rectorado de la Universitat Ramon Llull ocupa un ala del monasterio de Santa Maria de Valldonzella, en el distrito de Sarrià - Sant Gervasi, de Barcelona. Francesc Torralba nos ha citado en un espacio luminoso de la planta baja, con una gran vidriera que da al jardín y a una pequeña piscina sin agua, donde dice que nunca ha visto que nadie se bañara.
Uno de los micrófonos hace un ruido molesto que retrasa unos minutos el inicio de la conversación. Esto sería un problema con cualquier otro invitado que tuviera que esperar para contar un suceso tan íntimo. Pero Francesc Torralba no pierde el aplomo. Sara, una de las cámaras que graba la entrevista, queda fascinada por la voz grave y la palabra ordenada de Torralba. Sara y todos los lectores que pulsen el vídeo y miren la entrevista entera.