Mònica Randall: «Muchos catalanes se enfadaron conmigo porque hice 'La escopeta nacional'»
BarcelonaA Mònica Randall (Barcelona, 1942) no le importa hablar una y otra vez de Luis García Berlanga. "No me canso nunca, es mi tema de cine favorito", dice. En 1978 fue una de las protagonistas del clásico berlanguiano La escopeta nacional: ella era la secretaria y amante del empresario catalán que paga extraoficialmente la cacería que se celebra en la finca de unos marqueses venidos a menos.
¿Qué significa 'berlanguiano' para usted?
— Es una mirada muy particular sobre la realidad, pero no exactamente una deformación: parte de una realidad que exagera para transmitir una acidez demoledora. Ni el mismo Berlanga era siempre berlanguiano: hay películas suyas como La boutique, que rodó en Argentina, que a mí no me parecen berlanguianas. En cambio, Plácido, El verdugo o Bienvenido, Mister Marshall no pueden ser más berlanguianas.
También La escopeta nacional, de la cual ha dicho alguna vez que fue su mejor experiencia profesional.
— Es así. No lo parece, pero yo tengo un excelente sentido del humor. Pero a la gente le parecía que tenía aspecto de mujer rica y de carácter y siempre me ofrecían este tipo de papeles. Los únicos que vieron algo más en mí fueron Carlos Saura en Cría cuervos y Luis García Berlanga, que me dio la oportunidad de mostrar mi sentido del humor. No sirvió de mucho, porque me continuaron ofreciendo papeles de señora muy trajeada y estilosa, supongo que por cómo iba yo vestida a los estrenos. Pero Luis me permitió mostrar mi faceta cómica, y siempre le estaré agradecida.
Su personaje y, sobre todo, el de Saza son una representación maravillosa de un cierto tipo de catalanes conservadores. Es un retrato con mucha mala baba.
— Sí, de hecho muchos catalanes se enfadaron conmigo para hacer este papel. Un día, una señora me puso verde por la calle y me regañó, que cómo me atrevía yo, una catalana, a representar así a los catalanes. "¡No tienes vergüenza!", me decía. Supongo que es porque la acertamos. Pero en realidad es un tipo de humor que también es muy catalán. Creo que a Saza y a mí nos salió muy bien la película. Él era un actor extraordinario que siempre estaba perfecto. Y entre nosotros había una química enorme que en pantalla se aprecia muy bien.
La escopeta nacional fue una de las primeras ocasiones en que el castellano y el catalán –subtitulado– convivieron con naturalidad en una película comercial española.
— Es cierto. En una de las ocasiones en que la vi en Madrid un idiota silbó cuando Saza y yo empezamos a hablar en catalán. Y el resto del cine lo abroncó y lo obligaron a callar. Berlanga ni siquiera hablaba valenciano pero lo entendía perfectamente y lo sentía como suyo. Él era un hombre muy mediterráneo y esto se aprecia en su cine.
Berlanga presumía de no dirigir a los actores. ¿Cómo fue su experiencia con él?
— Eso decía él, sí, que no dirigía. En una de mis tomas en La escopeta, para picarme, me dijo: "Yo te he cogido a ti porque creía que tenías gracia y ahora resulta que no inventas nada y estás aburridísima, qué pena me das". Esto te lo decía con una media sonrisa, para ver si reaccionabas. Tenía fama de no permitir improvisaciones, pero a mí me pedía que improvisara. Y en La escopeta hay muchas frases que son mías.
¿Cómo os adaptabais los actores a aquellos planos secuencia tan complejos?
— Había que ser muy profesional. La secuencia de la cena de La escopeta, por ejemplo, estuvimos un día para ensayarla y otro para rodarla porque hay había muchos movimientos de cámara y mucha gente. Todo el mundo tenía que estar perfecto en su lugar y saber dónde estaba la cámara para no taparnos los unos a los otros. A mí me ayudó mucho haber trabajado en televisión rodando con tres cámaras, porque te obliga a estar muy pendiente de tu posición y la de los compañeros, es casi una danza.
Tu otra colaboración con Berlanga fue en Todos a la cárcel, uno de tus últimos papeles de cine.
— Es que me he acabado aburriendo de la profesión porque la gente solo me ofrecía papeles basados en mi apariencia física. Yo habría querido seguir haciendo películas con Berlanga. Si él siguiera vivo y en activo no me habría retirado del cine. Pero no ha podido ser. Y en esta profesión, si pierdes la vocación o el interés, ya no lo haces bien. En Todos a la cárcel, por cierto, tenía que hacer otro papel pero, de repente, Luis me dijo que no podía ser porque yo tenía "las piernas demasiado bonitas”. ¿Tú te crees que es normal? [Ríe] Es para matarlo, de verdad. Pero como éramos amigos se lo perdonaba todo. He tenido la suerte de disfrutar de Berlanga como director y como persona. Y teníamos una relación excelente, incluso pasamos unas vacaciones en la casa que tenía en Oropesa y por la tarde íbamos a la montaña a buscar espárragos, que le gustaban mucho.
¿Echa mucho de menos a Berlanga en 2021?
— Yo lo echo mucho de menos, pero el cine también. Es insustituible, no hay ningún director que se le asemeje, y mira que hay buenos directores en España. Berlanga era un director perfecto, y sobre todo para los tiempos que corren. Es como si él y Rafael Azcona fueran los oráculos de Delfos, predijeron todo lo que estamos viendo ahora con la Kitchen. Era un avanzado en todo: en los guiones, en buscar a los personajes, en mover la cámara... Y esto que él siempre decía que no sabía rodar, que por eso hacía planos secuencia tan largos.