La nostalgia se cobra una nueva víctima

En el momento de su estreno, en 1997, Sé lo que hiciste el último verano se entendió como el reverso funcional de Scream. Un ejercicio de credibilidad por parte del guionista-ideólogo de ambas, Kevin Williamson, que quizás quería demostrar que sabía contar una historia de terror sin emplear guiños ni giros metalingüísticos, adaptando una novela de Louis Duncan sobre un grupo de jóvenes que pierden la inocencia la noche en que atropellan a un desconocido y de de futuro… aunque, evidentemente, este pecado no permitirá que se salgan con la suya tan fácilmente. Williamson no participa en la secuela-reactivación de la franquicia que ahora llega a las pantallas, y que queda en manos de Jennifer Kaytin Robinson, directora y coguionista, que sí ha querido recurrir a la referencialidad para idealizar el filme original como el clásico que nunca fue.

Pero, más allá de la nostalgia autoconsciente, hay un detalle que indica una comprensión profunda del material que se está tratando: las florecillas que los personajes dedican a su belleza, ya la de los protagonistas de la primera cinta. De eso iba, en el fondo, Sé lo que hiciste el último verano (y buena parte del cine de terror): de poner en peligro a gente sexi con fines lúdicos. Y al reflejar al joven reparto con el presente maduro de sus antecesores, la película revela que el horror real no está en ningún garfio afilado, sino en la frialdad con que Hollywood olvida y reemplaza a los cuerpos a los que prometió la estrella.